EL ESTADO DE LAS PRISIONES,
DE LOS HOSPITALES
Y DE LAS CÁRCELES
JOHN HOWARD
Traducción: TP Silvia Susana Naciff
INTRODUCCIÓN.
Tomé realmente conciencia de la angustia de los prisioneros, de los
que solamente una parte de mis contemporáneos tienen una idea aproximada,
cuando fui sheriff[1] en Bedfort.[2] Al constatar
que un número considerable estaba detenido desde hacía varios meses, decidí
actuar en favor de ellos ya sea debido a:
- que los
jurados hayan absuelto algunos,
- o que, a
falta de pruebas suficientes, el Gran Jurado hubiese decidido abandonar las
investigaciones con respecto a otros,
- o además que
las partes civiles hayan desistido de considerar a estos últimos.
Todos eran, a pesar de esto, reconducidos por la fuerza a la prisión y
permanecían encarcelados hasta el momento en que hubiesen entregado al
carcelero, al escribano, etc., la paga de diversos gastos «de encarcelamiento» o «de justicia» ocasionados por su primer
estadía.
Para corregir ese abuso, me dirigí a los jueces de mi condado, proponiéndoles
que los carceleros reciban un salario que compense los gastos de
encarcelamiento exigidos a esos desdichados. Los magistrados reconocieron,
unánimemente, la injusticia de una práctica tal y que deseaban encontrar la
solución, pero exigían apoyarse en un precedente antes de recargar el
presupuesto del condado con las erogaciones ocasionadas por ese motivo. En
búsqueda del famoso precedente recorrí varios condados vecinos, pero fue en
vano: en todas partes la misma injusticia; en todas las prisiones, una
desolación común, donde el espectáculo aumentaba diariamente mi necesidad de
hacer desaparecer esa práctica condenable. Con el propósito de completar mi
información, de medir la extensión del mal y observar detenidamente sus
distintas manifestaciones, decidí visitar la mayoría de las prisiones inglesas.
Encontré, en dos o tres prisiones, algunos pobres diablos cuyo aspecto
exterior era repugnante. Delante de ellos tomé conciencia de la causa de su
decrepitud. Todos contestaron que acababan de salir de una «casa de
corrección». Resolví extender el campo de mis investigaciones: regresé a los
condados ya visitados con el fin de visitar sus casas de corrección, después,
en una segunda etapa, inspeccioné, en toda Inglaterra, todas las prisiones
(incluso los reformatorios, y las pequeñas prisiones de todos los poblados). En
la mayoría de esos sitios, el panorama de las más grandes desdichas se me
ofrecía profusamente. Sin embargo mi atención se detuvo en dos males, la fiebre
de prisión y la viruela, que provocan estragos en los lugares de encierro,
tanto en la población de condenados de derecho común como en los prisioneros
por deudas.
No he sido el primero en deplorar la fiebre de prisiones, Stowe
señala, en Survey, que «en
el transcurso del año 1414, murieron los carceleros de Newgate y de Ludwate, y
sesenta y cuatro prisioneros en la prisión de Newate» [3] y, evocando
la prisión de King's Bench[4], indica que
unos cien prisioneros fallecieron entre 1573 y 1578, y que sucumbieron algo más
de doce reclusos en el período comprendido entre la St. Michel y el mes de
marzo de 1579, «de una enfermedad
contagiosa llamada "fiebre de la casa"». Podría ilustrar aún más,
mencionando un hecho sacado de la historia, los estragos que la fiebre de
prisión provoca cuando se propaga en los lugares de encierro antes de
propagarse fuera de sus muros. Las consecuencias terroríficas de esta fiebre
son hoy día muy conocidas, al punto tal que retienen a los que se interesan en
conocer lo que sucede en el interior de las prisiones.
Intervine con ese tema en una sesión de la Cámara de los Comunes
llevada a cabo en el mes de marzo de 1774. Mis propuestas fueron muy bien
recibidas, y después de un tiempo, el Señor Popham, diputado de Tounton, depuso
una moción por él presentada unos años antes sin ningún suceso, que en esta
oportunidad se vio concretizada en dos leyes: una, liberaba de pagar los gastos
de encarcelamiento a los acusados absueltos, y la otra, que disponía velar por
la salud de los prisioneros y tomar las medidas apropiadas para prevenir la
fiebre de prisiones. Hice imprimir los
dos textos, en caracteres diferentes, antes de enviárselos a los guardias de
todas las prisiones del condado del reino. Muchos prisioneros pudieron
enjugar sus lágrimas y bendecir a aquellos que le habían salvado sus vidas.
Los elogios emanados de la
Cámara llamaron la atención del público acerca de los hechos
que había podido reunir. Eso explica, en parte, la presente publicación. Pero
la principal razón que me impulsó a escribir este libro está más allá: muchos
desórdenes persisten en el seno de las prisiones, los prisioneros continúan
soportando enormes e injustificables sufrimientos, la fiebre de prisiones está
lejos de haber sido erradicada... Allí reside el único motivo de la edición de
esta obra: demuestro que mucho queda por hacer y manifiesto mis deseos para que
el nuevo Parlamento acabe la obra iniciada con tanto mérito por el precedente.
Mi empleo de sheriff me llevó a emprender mis primeras visitas; el
sufrimiento de los prisioneros y el amor por mi país me motivaron para llevar
más allá esta tarea, su importancia aumentó progresivamente en mí. Solamente la Providencia me guía,
ella dice de sacrificar mi tiempo y mi dinero en beneficio de los desdichados.
El interés manifestado por el Parlamento a la lectura de mis primeras
observaciones me incita a perseverar, y a ampliar mi perspectiva. Choqué con un
número incalculable de dificultades cuando quise probar que el fraude y la
crueldad era sin ninguna duda el
origen de muchas miserias; debí multiplicar mis visitas, y, para hacerlo
atravesar muchas veces el reino. Estoy persuadido, al fin de cuentas, de que
muchas malversaciones quedan por descubrir, que mis informadores me han
engañado a sabiendas, porque estaban más preocupados por su propio interés que
por mi preocupación para descubrir la verdad. Sin embargo, en mis primeras
visitas, cuando tomé conciencia de que la falta de limpieza y de aireación eran
la causa de una buena parte de los males que castigan las prisiones, y en mis
últimos viajes, cuando intenté hacer compartir esta convicción, la opinión de
los carceleros evolucionó por lo menos en este punto: algunos comprendieron que
proteger la salud de los prisioneros tenía como efecto proteger la propia y la
de sus familias.
Cuando comencé mis visitas fue, lo confieso, con cierta aprensión. Me
protegía respirando vinagre durante el recorrido de la prisión y cambiando mis
hábitos al salir de ella. Progresivamente, dejé esas precauciones al punto de llegar a no tomar ninguna:
no sólo porque llegué a no impresionarme por el espectáculo renovado de horror,
sino en virtud de los progresos que permiten, en ciertas prisiones, aplicar la
ley «sobre la preservación de la salud de
los prisioneros»[5]. Un visitante
hoy no reconocería, las prisiones que frecuenté anteriormente y en la cual él
hubiese prometido no pisar más. Pero, es muy importante, no detenerse a medio
camino, y contentarse con una mejora puntual. Dado que el efecto cesaría con la
causa, las prisiones volverían a ser lo que siempre fueron y sus carceleros
retomarían sus antiguos hábitos, jurando que no se les exigiría más seguir
escrupulosamente las recomendaciones de la ley.
Me
conformaría con denunciar lo que anda mal, prohibiéndome realizar cualquier
otro comentario que podría perjudicar mi único objetivo, eliminar los abusos de
la prisión.
No viajé con el propósito de distraerme. Tampoco publico esta obra con
la expectativa de divertir al lector: escribo para todos aquellos que tienen la
voluntad de corregir abusos y disminuir sufrimientos.
El autor implora el perdón de su lector, por el uso inmoderado que me
vi obligado a realizar, por pura simplificación de la palabra «yo».
CAPÍTULO 1
VISTA GENERAL SOBRE LA MISERIA DE
LAS PRISIONES
Existen prisiones en las que el visitante, a simple vista percibe que
están dirigidas de una manera particularmente represora. La delgadez de los
prisioneros, su tez blancuzca dicen mucho más que las palabras sobre el alcance
de su desdicha: la mayoría entraron en perfecto estado de salud, se
convirtieron en pocos meses en seres héticos, casi esqueletos. Languidecen de
fiebre y decaen, presos «de la enfermedad
y de la prisión», luego expiran sobre los suelos podridos de celdas
repugnantes, víctimas, a los ojos de las autoridades, de fiebre pestilenta o de
enfermedades infecciosas graves, víctimas, en realidad, yo no diría de la
barbarie de los sheriffs y de los jueces de paz, pero al menos de su
negligencia.
La causa de esos males se debe a la falta de los elementos necesarios
en la vida de los prisioneros es decir, en algunas prisiones, la indigencia
absoluta en la que viven.
Comencemos hablando de las casas de corrección. En alguna de ellas,
los prisioneros no tienen derecho a ningún alimento. En otras, el guardia
revende lo poco que les es asignado. En fin, está previsto que el prisionero
reciba un pan de uno o dos peniques por día, el guardia retira por su cuenta la
mitad o más.
Pero, remarcaremos con justicia, que ¿esta especie de prisioneros, no
obtiene su subsistencia de su trabajo, al ser condenados a «trabajo forzado»?.
Cuesta trabajo creerlo, pero existen muy pocas casas de corrección donde los
prisioneros trabajan, o donde el trabajo esté organizado. A falta de
herramientas y de materia prima, los prisioneros, completamente ociosos, se
abandonan a la depravación y al desenfreno y se dejan llevar, en algunas de las
cárceles visitadas, a escenas cuya descripción dañaría el pudor del
lector.
Algunos guardias, dieron participación
a los magistrados de las súplicas de sus prisioneros y reclamaron para
ellos un alimento suficiente, quedando mudos ante esta respuesta inconsiderada:
«¡Qué trabajen o que mueran de hambre!».
Ante la imposibilidad de organizar el trabajo ¿no es pronunciar con demasiada ligereza, por parte de
los jueces, una sentencia a muerte para esos desdichados?
Pregunté a algunos guardias las razones por las cuales la ley «sobre la preservación de la salud de los
prisioneros» no se aplicaba: me respondieron que los magistrados les habían
contestado que las casa de corrección no estaban comprendidas en esa ley1.
En consecuencia, luego de las
visitas trimestrales a los tribunales del condado, los prisioneros comparecen
cubiertos con harapos, famélicos y extenuados por las enfermedades que van a
propagar al lugar donde asistan: en la sociedad, cuando son absueltos, en las
prisiones de los condados, cuando son condenados.
Igual discurso alimenticio vale para las prisiones del condado. En [más o menos] más de la mitad de ellas, los prisioneros por deudas no tienen ni pan
ni atención médica, al contrario de los asaltantes de caminos, ladrones y
asesinos que sí reciben. En un gran número de esas prisiones, se prohíbe a los
deudores disponer de herramientas para trabajar, con el pretexto de que los
otros detenidos podrían utilizarlas para escapar o para cualquier otro uso
ilícito. Muchas veces los escuché decir, comiendo su pobre sopa (pan hervido en
agua clara): «Somos detenidos y casi
condenados a morir de inanición».
En lo que respecta al auxilio previsto por la benévola ley de Georges
II (32º año del reinado, comúnmente llamada la ley de los Lores, dado que fue
elaborada en el edificio de la
Cámara de los Lores) concerniente a los deudores, no
encontré, en ninguna de las prisiones de Inglaterra y ni de Gales (con
excepción a las de los condados de Middlesex y de Surrey), DOCE PRISIONEROS POR
DEUDAS que hayan obtenido, o que pudieran obtener de sus acreedores los cuatro
peniques por día que están obligados a concederles. Encontré, en un solo viaje,
alrededor de seiscientos prisioneros cuya deuda era menor a cuatro libras; el
monto del gasto consecutivo a su encierro hubiera rápidamente alcanzado el
valor de la deuda, algunos prisioneros confinados durante muchos meses por
sumas irrisorias.
En Carlisle, uno sólo de los cuarenta y nueve deudores que se encontraba allí en 1774 recibía
alimentos de su acreedor, y el guardia me confió que, desde hacía unos catorce
años él cumplía con esa función, y que solamente había encontrado cuatro o
cinco deudores cuyos acreedores pagaban la pensión, y además sólo en los
primeros tiempos del encierro.
No encontré ningún deudor en el Castillo de York ni en las regiones de Devon, Cheshire, Kent,
etc. que reciba asistencia. En realidad, los deudores son los más lastimosos de
todas las criaturas encerradas en las prisiones.
Además del problema de la alimentación, los deudores son víctimas de
gastos que exigen de ellos los carceleros y de extorsiones que sufren de los
magistrados. Estos retienen en sus propias casas (llamadas, con razón,
«casas-esponjas»), y a precios de pensión astronómicos, a los prisioneros que
tienen dinero. Igualmente, para los alimentos exigibles a los acreedores
existen medios legales, gracias a los cuales los prisioneros pueden obtener lo
que merecen, pero como las vías de recurso son inaccesibles, los abusos se
perpetúan. Contra esas aves de rapiña, sería necesario un procedimiento simple
y eficaz: los magistrados no deberían tener más derecho a mantener albergues2, pero esta prohibición no se respeta en ninguna
parte.
Me permito señalar aquí, la terrible división realizada entre dos
categorías de personas: los deudores del Tesoro, que no tienen ningún derecho a alimento, y los prisioneros
provenientes de una jurisdicción eclesiástica, que pueden ser liberados bajo
caución.
En algunas prisiones, los prisioneros de derecho común pueden
beneficiarse con un pan de tres peniques por día, en otras, tienen derecho a
una provisión de un chelín por semana, en
otras no reciben nada; volveré sobre estas disparidades. Tuve, muchas veces
y en numerosas prisiones, la ocasión de pesar el pan y pude constatar que, por
igual valor, el peso del mismo podía variar entre siete y ocho onzas y media.
Es probable que, la ración estando determinada en dinero, representaba en su
origen un peso doble del convertido hoy3. De esta
forma, las raciones fijas a un precio bajo sólo son suficientes para una sola
comida, y cuando se reparten cada dos días, el prisionero debe hacer ayuno un
día cada dos.
Esta ración, que no satisface las necesidades elementales de los
prisioneros, es todavía más reducida por el hecho de que se dejan en manos de
los carceleros para su distribución. Criminales, que han entrado en buen estado de salud,
salen de esas prisiones medio muertos de hambre, apenas capaces de moverse e
ineptos, durante semanas para realizar otro tipo de actividad.
AGUA
Muchas prisiones no disponen de agua. Este es el caso de la mayor
parte de las casas de corrección y de las prisiones de la ciudad. En los
lugares reservados para paseo de los prisioneros de derecho común de algunas
prisiones del condado, no hay agua y, cuando hay, esos prisioneros no pueden
salir de sus celdas y dependen de los carceleros y sus sirvientes para su
entrega: conozco una prisión en la que los detenidos sólo tienen derecho a tres
pintas de agua por día, volumen insuficiente para apagar la sed y permitir a un
prisionero estar limpio.
AIRE
El aire es tan necesario para la vida como el pan y el agua, pero es
un don de la Providencia
que no exige mucho esfuerzo para tener derecho a él. Debemos creer que las
bendiciones del Cielo excitan nuestro celo, porque hemos encontrado el medio
para privar a los prisioneros de ese «reconfortante natural de la vida», como
lo llama justamente el Dr. Hales, impidiendo la circulación y la renovación de
ese fluido saludable, sin el cual los animales no podrían vivir y prosperar.
Nadie ignora que el aire alojado en los pulmones es fétido y peligroso. Los
especialistas demostraron que no se
puede sobrevivir en una atmósfera semejante. Sin embargo no hace falta recurrir
a la autoridad de los sabios, un solo ejemplo es suficiente para convencer de
esta amenaza: en 1776, ciento setenta personas se encontraron atrapadas en una
cavidad en Calcuta, en Bengala; ciento cincuenta y cuatro murieron por falta de
aire, los rescatados describieron el lugar donde sufrieron como «¡Un Infierno en miniatura!».
El aire que se respira, es aún más tóxico cuando sale de los pulmones
de un enfermo, y nada es más nocivo en el interior de las prisiones. El lector
juzgará cuando precisé que mis hábitos estaban tan infectados durante mis
primeras visitas, que me veía obligado a bajar los vidrios de mi palanquín o
mejor, viajar muy a menudo a
caballo. Las hojas de mi agenda estaban tan manchadas que debía hacerlas secar
delante del fuego durante una dos o horas antes de poder compulsarlas. Lo
mismo, después de visitar una prisión, sucedía con mi antídoto, mi frasquito de
vinagre, del que emanaba un olor insoportable. No podríamos extrañarnos al
saber que muchos de los carceleros se excusaron de no poder estar presentes
durante mis visitas, de no poderme acompañar a las salas de prisioneros de
derecho común4.
A partir de esos hechos, el lector puede tener una idea del peligro
que amenaza la salud y la vida de los prisioneros apiñados en habitaciones
cerradas y en celdas subterráneas entre catorce y dieciséis horas por día. En
algunas de esas cavernas, el suelo es muy húmedo, cubierto, en algunos casos,
por una o dos pulgadas de agua; y la paja, o el material para poder acostarse
está extendida en el mismo suelo, comúnmente ausente una cama de madera
apropiada. Cuando los prisioneros no están recluidos en celdas subterráneas,
quedan durante todo el día en sus calabozos dado que la prisión no dispone de
patios5, que es el caso de la
mayoría de las prisiones de la ciudad, ya sea
porque los muros que la rodean están en ruinas o poco elevados, ya sea
porque el carcelero acaparó el patio para su uso. Están casi todos enfermos.
LETRINAS
Algunas prisiones, no tienen letrinas ni retretes; lo que constituye un mal menor, ya que letrinas y
retretes de los sitios que sí tienen, están en tan malas condiciones de higiene
que emana un olor insoportable para el visitante, y son una amenaza para la
vida de las personas que se encuentran allí recluidas.
VENTANAS
Las celdas o salas de muchas prisiones disponen de pocas aberturas. En
virtud del impuesto sobre ventanas, que debe pagar el carcelero, las celdas o
salas de muchas prisiones tienen pocas aberturas. De allí la tentación de tapar
las ventanas a pesar de que los prisioneros corran peligro de morir ahogados6.
ROPA DE CAMA
En un número importante de prisiones y en la mayoría de las casas de
corrección, no existe casi provisión de paja o de ropa de cama; ya sea porque la paja sólo se entrega en muy
pequeña cantidad y no se renueva antes de que pasen muchos meses; la cama se
convierte en polvo y se encuentra
completamente infectada. Algunos prisioneros duermen sobre trapos, otros
sobre el piso. Los guardias siempre me explicaron: «El condado no provee de paja, pero nosotros entregamos a los
prisioneros, la paja que compramos con nuestro propio dinero».
MORAL
Los vicios que acabo de mencionar afectan la salud y la vida de los
prisioneros: menciono lo que perjudica su moral, la mezcla, en promiscuidad, de
todo tipo de detenidos, por deudas y «de derecho común», hombres y mujeres,
jóvenes y viejos, a los que se suman, en algunos condados, individuos culpables
de infracciones menores y que podrían haber sido llevados a las casas de
corrección con el fin de ser corregidos con disciplina y trabajo, pero
permanecen por caridad en prisiones del condado, habida cuenta del estado de
desorganización que impera en las casas de corrección.
Existen pocas prisiones en las que hombres y mujeres se encuentran
separados durante el día. En algunos condados las prisiones sirven además de
casas de corrección, en otras, las dos instituciones están contiguas y el patio
es común. El delincuente menor tiene allí una muy buena escuela, y se puede ver
(¿quién no se mortificaría ante un espectáculo tal?) a jóvenes de doce o
catorce años escuchar con avidez el discurso de criminales avezados acerca de
sus aventuras, sucesos, estratagemas, evasiones.
Agrego que algunas prisiones reciben a los idiotas y a los locos.
Fuera de las secciones del Ministerio Fiscal o en otras ocasiones, esos pobres
seres son el divertimento de los visitantes ociosos. La mayoría de las casas de corrección están superpobladas, amenazando
la salud de sus prisioneros, debido a los locos que molestan y acaparan las
salas reservadas a los condenados7. Los locos,
cuando no están aislados, molestan y asustan a los otros prisioneros. Ningún
cuidado les está permitido, probablemente, algunos recuperarían su razón y se
convertirían en personas útiles para la sociedad si un régimen o medicamentos
apropiados le fuesen distribuidos.
El lector que cree todo lo que acabo de señalar no se asombrará de los
estragos provocados por la fiebre de prisiones. Resulta de observaciones
realizadas en 1773, 1774 y 1775. La fiebre
mató a muchas más personas que el conjunto de penas capitales que tuvieron
lugar en todo el reino en igual período8. Las
consecuencias del encierro son conocidas: ¿el acreedor, consecuentemente, sabe
que se comporta de una manera despiadada y que tiene propósitos para nada
inocentes, cuando dice que va enviar a su deudor a «pudrirse en la cárcel»?. Los números de mortalidad en las prisiones
que tengo a la vista, las muertes a las que asistí en el transcurso de mis
visitas, demuestran la gravedad de semejante sentencia.
Esos estragos no son exclusividad de las prisiones. Sólo menciono
para, no olvidar el gran número de marineros y miembros de familias de
condenados que murieron en el transcurso del viaje por América, [antes de la reciente ley que
suspende la pena de deportación ]. ¿Pero también cuántas víctimas entre
parientes y amigos de los prisioneros, llegados para visitarlos, cuántas
víctimas, además, entre los que tuvieron relación con los prisioneros, cuántas
víctimas entre las personas que tuvieron la tarea de llevarlos hasta las salas
de audiencias?
El historiador Baker dice, en su «Crónica» (p. 353), que fuera
de las Audiencias en lo criminal llevadas a cabo en el Château d'Oxford en 1577
(que se conocieron rápidamente con el nombre de «Audiencias negras»), «todos los participantes murieron en cuarenta
horas, el barón que presidía, el comisario, y algunos trescientos más. El
canciller Bacon y el Dr. Mead atribuyen esta hecatombe a una enfermedad cuyos
portadores eran los prisioneros juzgados». Lord Bacon agrega que «la enfermedad más infecciosa, después de la
peste, es la fiebre de prisiones, que ataca a los prisioneros que han estado
durante mucho tiempo encerrados, en lugares muy reducidos; tuve ocasión, en dos
o tres oportunidades de hacer una experiencia,
señala el canciller, la enfermedad fulminaba tanto a los jueces, en
contacto directo con los prisioneros, como a los litigantes y espectadores»9.
Durante la primera sesión de Audiencias llevada a cabo en Tauton, en
1730, acusados provenientes de la prisión de Iverchester contaminaron toda la Corte ; el barón Pengelly que
presidía, Sir James Sheppard, el jefe de la policía, John Pigot, el sheriff, y
unas cien personas más murieron de fiebre de prisiones. En Axminster, aldea de
Devonshire, un prisionero, liberado de la prisión de Exter en 1755, contagió a
toda su familia; dos de los suyos murieron antes de que el mal se propagara por
toda la ciudad. Los hechos están aún en todas las memorias, por lo tanto no
tengo necesidad de extenderme acerca del número de víctimas provocadas por
igual causa, en Londres, en el año 1750: sucumbieron dos jueces, el alcalde, un
consejero municipal y muchas otras personas de rango inferior.
Sir John Pringle observa que «las
prisiones fueron a menudo el origen de fiebres malignas» e indica que,
después de la revuelta de Escocia, más de doscientos hombres de un mismo
regimiento se contagiaron de los desertores de prisiones inglesas10.
El Doctor Lind, médico del hospital real de Haslar (cerca de
Portsmouth), me hizo ver, en una de las salas, a algunos marinos que habían
propagado la fiebre de prisiones en el barco, luego de haber frecuentado a un
liberado de una prisión londinense. El barco debió desarmarse. Lind escribe, en
su «Essay on the Health of Seamen» que «el origen de la infección en las tropas y en la flota se encuentra
innegablemente en las prisiones; se puede seguir los trazos de su propagación.
Sus consecuencias son a menudo fatales en un medio tan expuesto en una
tripulación reclutada de prisa, por el método llamado de urgencia»11. Señala por
otra parte:
«La primer flota inglesa despachada hacia
América, luego de la última guerra, vio morir a más de dos mil de sus hombres,
precisando: Los gérmenes de la infección fueron aportados por guardacostas y los
estragos de la enfermedad fueron la principal causa de mortandad durante esta
guerra»12.
Podría multiplicar los ejemplos.
De igual forma los prisioneros deberían ser tratados severamente, nada
justifica que mueran de una enfermedad susceptible de contagiar a inocentes. La
cuestión es de interés nacional y tiene mucha importancia.
EJEMPLOS VICIOSOS
Nadie podrá negar la importancia y la extensión de ese mal, la fiebre
de prisiones, nadie podrá, de ahora en más, negar que ese azote es susceptible
de propagarse a toda la sociedad en el momento de la liberación de prisioneros.
Se escucha a menudo decir: «la prisión no
paga las deudas»; yo agregaría, sin temor a ser contradecido: «la prisión no devuelve mejor al prisionero
en el plano moral». Sir John Fielding señala que «cuando se libera a un prisionero cuyos cómplices fueron condenados a
muerte y ejecutados, éste sube rápidamente los escalones del crimen para
convertirse en el jefe de la banda». Ha tomado clases, sin ninguna duda, en
la prisión; así, los pequeños delincuentes enviados, a la casa de
corrección o a la prisión del condado
por uno o dos años, están sumergidos en el ocio y obligados a frecuentar a los
criminales; salen de allí desesperados y listos para cometer cualquier mala
acción. La mitad de los robos cometidos
en Londres y en sus alrededores, fueron planeados en prisiones, la causa es la
terrible mezcla de criminales que ellas autorizan y el gran número de ociosos
admitidos para visitar la prisión. ¡Llegamos al resultado inverso de lo
previsto por la ley, corregir y multar a los delincuentes! El encierro da
coraje y hace fructificar los vicios que se supone que combate. Muchos jóvenes
encerrados por algún delito insignificante, salen de prisión completamente
pervertidos. No tengo escrúpulos al afirmar: si el deseo de los magistrados era
destruir el presente y el futuro de los delincuentes menores, ese deseo está
satisfecho por encima de toda esperanza. Las prisiones son justamente llamadas
los teatros y las escuelas de la holgazanería y de todos los vicios.
Una nación enmarcada por su sensatez y por su humanidad ¿puede aceptar
esos abusos, origen de miseria, de
enfermedad y de crueldad, mientras que al mismo tiempo, trata a otros
prisioneros con ternura y generosidad? Quiero hablar de los prisioneros de
guerra. Reciben alimentos en buena
cantidad, algunos de ellos las economizan para venderlas a los soldados que los
cuidan13: a menudo vi
alimentos expuestos antes de prepararlos para que los prisioneros pudiesen
inspeccionarlos. Algunas prisiones ofrecen amplios patios para paseos, cada
prisionero dispone de un coy para la noche. Lejos de mí está la idea de
suprimir las ventajas de ese tipo de prisioneros: desearía simplemente que
satisfagan a nuestros compatriotas en sus necesidades; así, la bondad británica
sería más que un principio firme, sería además una práctica uniforme y
duradera; de este modo, nuestros censores no tendrían más razón en explicar
nuestra generosidad antes los extranjeros por motivos menos amables.
Noto, aquí dos objeciones: los prisioneros de guerra no son ni
delincuentes ni deudores; y además, el gobierno recupera, al terminar la
guerra, los gastos ocasionados a las naciones enemigas. Este último hecho está,
creo, comprobado; en lo que corresponde a la primera objeción, va de suyo que
no consideramos a nuestros enemigos como deudores
o delincuentes, no más como lo son esos que nos conciernen14; en el transcurso de los combates, cada campo sueña
con destrozar a los adversarios, pero, luego de la batalla cada uno vuelve bien
y compasivo. Ahí reside la única diferencia entre los prisioneros de guerra y
los prisioneros civiles, pero no existe diferencia en la naturaleza: un
delincuente, un deudor, un enemigo son hombres y deben ser tratados como
hombres.
Son ellos los que, al escuchar el relato sobre los sufrimientos de los
prisioneros, exclaman irritados: «Tienen lo que se merecen», parecen
olvidar que sólo deben a la
Providencia haber sido distinguidos de esos desdichados y que
Dios les recomienda imitar a Nuestro Señor Jesucristo, que fue «compasivo con los ingratos y los desdichados».
También olvidaron las vicisitudes de las acciones humanas, imperio de las
circunstancias que presiden cada destino, un hombre rico y poderoso puede, de
un día para el otro, caer en la indigencia antes de encontrarse prisionero por
deudas. Lo mismo ocurre en materia
criminal. Un hombre pudo estremecerse de horror ante el relato de un tipo
particular de crimen, antes de cometer justamente ese crimen, llevado por una
fuerza irresistible. «Que aquel que jamás cometió una falta»
tenga cuidado; antes que arrojar la
piedra sobre los que han caído, debería tenderles la mano.
Todo eso es conocido, objetarán los mejores escritores que ya han
tratado el tema con prolijidad. No lo pongo en duda, aprovecho esta ocasión
para citar algunas frases de un célebre autor interesado en los sufrimientos de
los prisioneros: «La miseria no es el
principal de los males que soportan los prisioneros; se encuentra en las
prisiones la totalidad de los vicios que puede engendrar la pobreza asociada a
la maldad; allí se cometen sin miramientos todas las atrocidades que producen
la impudencia de la ignominia, la pasión de la necesidad y la maldad de la
desesperación. La prisión está fuera de la vigilancia, de la mirada pública y
del poder de las leyes. Más temor, más vergüenza, la infamia enciende la
infamia, la audacia alienta la audacia. Cada uno se endurece tanto como puede
contra su propia sensibilidad, se ingenia para infligir a los otros los
sufrimientos de los que fue víctima y gana el afecto de sus vecinos adoptando
costumbres que resultan conocidas15».
Al lado de todas esas miserias, existen, en las prisiones, numerosos
malos hábitos que aumentan los sufrimientos de los prisioneros. Intentaré en el
capítulo siguiente, dar un exhaustivo inventario, pero conciso, de esas
costumbres.
CAPÍTULO 2
LOS MALOS
HÁBITOS DE LAS PRISIONES
En la mayoría de nuestras prisiones, existe una costumbre cruel, la
llamada «bienvenida», que preside el recibimiento de los recién llegados «¡Paga, o te desplumamos!», palabras que
no se pronuncian con ligereza, el prisionero que no tiene dinero se ve
despojado de su vestuario, y, en lugar de paja o de ropa de cama, contraerá una
enfermedad que podrá matarlo1. En muchas
prisiones, las ganancias de la bienvenida la utilizan, a partir de la noche siguiente, los veteranos
para hacer parranda, sinónimo de beneficio para el guardia o el cantinero - es
imposible conseguir que confiesen, las informaciones las obtuve de las mismas
víctimas. La tarifa de la bienvenida varía de acuerdo con la personalidad del
recién llegado y de las circunstancias. En ciertas prisiones, si un prisionero
de derecho común puede pagar la bienvenida correspondiente a los deudores (cuyo
monto es generalmente más elevado), será admitido en las fiestas que se
realizarán con la llegada de los nuevos prisioneros por deudas. Esta costumbre
últimamente se extendió a las prisiones que estaban protegidas, mientras que
los magistrados lo han estrictamente prohibido en [otras] en otras dos o tres.
En todas las prisiones, bajo
las formas más diversas, el juego es rey: cartas, dados, bolo, tablas de
Misisipí y de Porto-bello, billar, pelota, tenis, etc. Los juegos de cartas, de
dados y de bolo son los más conocidos, sin embargo los juegos de cartas ganan
sobre los otros. Es difícil encontrar una sola prisión del condado en la que
los prisioneros no jueguen a las cartas. En las prisiones de Londres, se [practican] practicaban hasta hace poco todas las
formas de juego mencionadas. No soy enemigo de ejercicios de diversión, pero
dudo sobre algunas de sus consecuencias: con motivo de los juegos, se hacen
bromas, se dicen palabrotas y se blasfema, esto concluye a menudo en orgías;
los deudores acrecientan su déficit (y el de sus acreedores), a veces en
proporciones extraordinarias, la droga del juego se introduce en las venas,
adquieren las «mañas» de los jugadores profesionales, prisioneros o no, que
vagan por todos los lugares donde se juega, por otra parte, en los patios de
paseo, los jugadores impiden a los prisioneros jugar para relajarse, muchos se
han quejado ante mí por este inconveniente... Esas razones bastan para
decidirme a exigir, dentro las prisiones, la prohibición de todas las formas de
juego.
Otro de los
usos que condeno absolutamente, es el cargar a los prisioneros con
grilletes. Las cadenas son tan pesadas
que hacen que su caminar sea a la vez difícil y doloroso, impidiéndoles hasta
acostarse a dormir. En algunas prisiones del condado así como en las casas de corrección, a las mujeres se las carga
también con cadenas, en Londres esto no ocurre, lo que prueba que esta es una
práctica inútil2. El uso de
las cadenas puede ser el resultado de la tiranía, pero sospecho más que sea el
resultado de la culpabilidad de los guardias, que tienen una gran inclinación a
permitir lo que ellos llaman «la elección de las cadenas» tanto a las mujeres
como a los hombres que poseen el dinero suficiente para esta exoneración. El
autor de la carta a Sir Robert Ladbroke acerca de las prisiones (haciendo
referencia a la prisión de Newate, luego reconstruida), cita, en la página 79;
la opinión de John Coke, el «Espejo de Justicia» de Horm, etc, a favor
de la abolición de este uso, y agrega: «El
editor advertido de «La Historia del Proceso de la Corona » de Hale opina de igual manera, el portar
cadenas sólo justifica el temor a una evasión o en caso de que se produzca
insubordinación; por lo demás, la
conducta, aún habitual, de los guardias es inadmisible, porque se opone a la
benignidad y a la humanidad de las leyes inglesas, que proscriben a los
guardias infringir cualquier dolor o tormento a sus prisioneros».
Los miembros de la
Comisión de las prisiones, que se señalaron para una encuesta
rigurosa y circunstancial sobre las exacciones cometidas por los guardias3, indican en su informe del 20 de marzo de 1728
sobre la prisión de Fleet, que luego de una denuncia elevada a los jueces por
un prisionero, al que los guardias habían colocado las cadenas, los magistrados
censuraron a los guardias, «los guardias
sólo pueden colocar en los grilletes a un hombre reconocido culpable de un
crimen...» Los guardias se defendieron afirmando que «la seguridad de la prisión descansa en este uso», a lo que Lord
Chief Justice King (quien posteriormente sería Canciller) respondió «que solamente debían rodear las prisiones de
muros más altos», el mismo magistrado condenó el uso de celdas
subterráneas. Por mi parte agregaré que a pesar de elevarse los muros esta
tarea debería completarse con un mayor número de guardias y este debería
ser proporcional al número de
prisioneros4. [En Escocia, a los prisioneros
se los juzga sin cadenas y cuando son absueltos se los libera inmediatamente].
En su tratado «De los Delitos y de las Penas», el marqués de
Beccaria dice que: «La cárcel es, pues,
la simple custodia de un ciudadano, mientras se lo juzga como reo, y dicha
custodia, que es esencialmente penosa, debe durar el menor tiempo posible y ser
lo menos dura que se pueda»5. El
sufrimiento causado por las cadenas es mayor cuando los prisioneros deben
recorrer diez o quince millas a pie para llegar hasta el tribunal donde serán
juzgados. Una vez en el lugar de destino procesados y acusados son agrupados en
una sola habitación durante días y noches, hombres y mujeres todos juntos. Es
imposible hacerse una idea de las molestias de esos desdichados, sus
sufrimientos, sus gemidos, hasta sus alaridos. Es importante que los
prisioneros sean transportados en un carruaje hasta la ciudad donde sesiona el
tribunal, es importante también que la ciudad donde sesiona el tribunal
disponga de una prisión apropiada.
En algunos condados, la ceremonia de Liberación de prisioneros sólo
tiene lugar una vez al año. ¿Cómo se repararán los sufrimientos y la depravación soportados por un
desdichado prisionero durante un año (a veces dos) antes de ser juzgado y que
su país, algunas veces, termina declarándolo inocente?
Ya cité al atinado Beccaria. «Un
ciudadano arrestado sólo debe permanecer en prisión el tiempo necesario para la
instrucción de su proceso», dice en el capítulo consagrado a «la prontitud de penas», que merecería
ser aquí citado integralmente, y agrega: «He
dicho que la prontitud de las penas es más útil, porque cuanto menor es el
intervalo de tiempo que transcurre entre la pena y el malhecho, tanto más
intensa y perdurable es en el ánimo humano la asociación de estas dos ideas:
delito y pena, de modo que insensiblemente se considera la una como causa y la
otra como efecto necesario e ineludible»6. Recordaré además
un pensamiento admirable de M. Eden en sus «Principles of penal Law», p. 330: «Es suficiente pensar en el número
extraordinario de hechos imprevistos que componen cada día de vida de un ser
humano para darnos cuenta que todos somos presuntos culpables; tenemos pues
interés, no sólo para proteger al inocente, sino además para infligir a los
culpables la pena más leve, siempre que la seguridad pública no corra peligro».
En virtud de los gastos que ocasiona el viaje de los jueces y de todo
su séquito, a los distintos condados, los detenidos y los acusados, antes de
ser juzgados se pudren en las prisiones. En Hull, las sesiones del Ministerio
Público se llevan a cabo solamente una vez cada siete años. Peacock, un
asesino, fue juzgado a los tres años de cometido el delito: los principales
testigos habían muerto y fue absuelto. A partir de ese momento las sesiones del
Ministerio fiscal de Hull se llevaron a cabo cada tres años.
A partir de la sanción de la última ley7, los
prisioneros absueltos quedan eximidos de pagar sus gastos de encarcelamiento,
sin embargo quedan sometidos a las exigencias financieras de secretarios8 y permanecen detenidos durante toda la sesión del
Ministerio Público o bien hasta la partida del juez de paz, a reserva de pagar
inmediatamente los gastos de justicia. La
ley prevé que los prisioneros absueltos «serán liberados en los estrados». Va de suyo, debido a esta ley, que todos los gastos referidos al
arresto del prisionero que se quiera absolver quedan suprimidos.
A partir de la primera ley,
secretarios del Ministerio Público pidieron que los guardias entreguen a los
jueces certificados de absolución, en los que deben constar los gastos
realizados en el transcurso de cada sesión; se utilizan dos tarifas: o bien los
certificados se venden a seis chelines y ocho peniques el primero y un chelín
los restantes, o bien cada certificado se otorga pagando dos chelines. Algunos
secretarios no exigen nada, algunos guardias se niegan a pagar, otros pagan
protestando. Tengo en mis manos dos recibos de la visita de inspección al
Ministerio fiscal entregados a los guardias de Exeter y de Salisbury9.
Se me indicó que en Durham,
después de la sesión del Ministerio Público de 1775, el juez Gould impuso al
guardia una contribución de cincuenta libras a favor del secretario, con el
pretexto de que él retenía a los prisioneros absueltos; el guardia no pagó esta
suma dado que la prisión pertenecía al Obispo que intervino en su favor y los
prisioneros terminaron siendo liberados. El Juez ordenó al secretario que
explique, a su regreso a Londres, el fundamento de una tal contribución.
Uno de los pretextos para retener a los prisioneros absueltos es que
algunas veces surgen «nuevos indicios
para que permanezcan detenidos durante la sesión». Digo que es un pretexto,
porque escuchamos que se espera que los
jueces hayan abandonado la ciudad para liberarlos, habiendo la sesión tenido
lugar varios días antes, y sólo basta con que los prisioneros paguen para
obtener su libertad. Otro pretexto invocado por los guardias: «Debo llevarlos a la prisión para quitarles
los grilletes». Esta operación puede llevarse a cabo en el recinto del
tribunal. Así, por ejemplo, en Londres, hay una serie de aparatos, con los que
es posible retirar los grilletes, a los prisioneros absueltos, en menos de dos
minutos. El pretexto no sería válido, si como propuse anteriormente, los
acusados comparecieran ante los tribunales sin sus cadenas.
Yo no veo que aquí se reduzcan los pagos a los secretarios, que deben
ser retribuidos en razón de sus distinguidos servicios. Me revelo contra el
hecho de que sean los prisioneros los que soporten, directa o indirectamente,
las consecuencias de estos gastos, y, en
este caso, los prisioneros absueltos10.
Algunos guardias habitan a una cierta distancia de su prisión, aún en
lugares que no pertenecen al mismo condado. Esta facilidad no es conciliable
con la atención que requiere el cuidado de los prisioneros, con la necesidad de
preservar, dentro de la prisión, el orden y la limpieza, etc. Encontramos, sobre la puerta de la vivienda
de ciertos guardias, la siguiente inscripción: «Aquí se vende alcohol».
Las prisiones (particularmente las de Londres) son invadidas por las
mujeres y los hijos de los prisioneros por deudas. Diez o doce personas se
amontonan en pequeñas habitaciones, lo que hace que aumenten los riesgos de
infección y que lleve a la corrupción de niños. Es necesario mostrarse humano
en esta cuestión. El marido y la mujer no deben estar completamente separados, pero ninguna mujer, salvo que sea prisionera,
debe ser admitida en la prisión por más de una noche, excepto si su marido se
encuentre enfermo gravemente. Sin embargo, es raro que una mujer sea útil a
su familia habitando en una prisión. Por otra parte, muchos hombres ocupan la
misma habitación y las mujeres perdidas se hacen admitir bajo el nombre de
esposas. Todo esto merecería ser cuidadosamente reglamentado.
Algunas prisiones son propiedad de particulares: sus guardias,
protegidos por los propietarios, están menos controlados por los magistrados y
tienen mayor probabilidad de liberarse de las exacciones. Hace algunos años,
una de esas prisiones estaba tan arruinada que el guardia recurrió a
procedimientos realmente chocantes a la vista de sus prisioneros, el
propietario se negó a realizar trabajos11. Tiempo atrás
un guardia de esas prisiones torturaba un prisionero aplastándole los dedos
dentro de un aparato de contención. El Gran Jurado intervino ante el
propietario, pero todo resultó en vano, este es el relato de uno de mis amigos
que formaba parte de ese jurado12.
Cuando lleve al lector, a mi
visita por cada una de las prisiones inspeccionadas, daré pruebas, ejemplos
precisos de estos abusos, que hasta aquí relaté en términos generosos.
EL NÚMERO DE PRISIONEROS
Mis cifras se remontan a la primavera de 1776. [Es innegable que, desde
entonces, la ley a cerca de los prisioneros insolventes redujo
considerablemente el número de detenidos.]
Middlesex, sea Londres o Westminster, más tres prisiones del
Southwark, King's Bench, Marshalsea y Borough contaban con:
1274 deudores;
228 prisioneros de derecho común;
194 delincuentes menores;
Es decir 1696 prisioneros.
Los otros treinta y nueve condados de Inglaterra contaban con:
752 deudores;
617 prisioneros de derecho común;
459 delincuentes menores;
Es decir 1828 prisioneros.
Los doce condados de Gales contaban con:
67 deudores;
27 delincuentes de derecho común;
Es decir 94 prisioneros.
Las prisiones de las ciudades contaban con:
344 deudores;
122 delincuentes de derecho común;
Es decir 466 prisioneros.
De lo que resulta:
2437 deudores + 994 detenidos de derecho común + 653 delincuentes
menores = 4084 prisioneros.
En las prisiones del condado de Gales, el número de delincuentes
comunes se confunde con el de los prisioneros de derecho común, las prisiones
del condado se utilizan también como casas de corrección.
A algunos delincuentes menores de las ciudades se los detiene en las
prisiones del condado, su número se confunde con el de los 122 prisioneros de
derecho común.
En las prisiones del condado, entre los 617 prisioneros de derecho
común se encuentra un cierto número de delincuentes menores y de deudores.
En fin, entre los delincuentes menores, debemos contar a los
prisioneros de derecho común instalados en las casas de corrección.
De mis cálculos resulta que, término medio, cada dos personas, hombres
y niños13
acompañan a un hombre en prisión. Mis especulaciones se confirman con las
cifras suministradas por la «Sociedad de Beneficencia de la Thatched House » [el 9 de octubre de 1776] el 27 de marzo de 1782. Desde su
fundación en [1771] 1772,
ha censado:
3980 deudores absueltos,
a los que acompañaban 2193 mujeres
y 6288 niños,
Es decir 12461 personas.
Al 27 de marzo
de 1782, las cifras eran las siguientes:
7196 deudores absueltos,
a los que acompañaban 4328
mujeres
y 13126 niños,
Es decir 24650
personas.
La «Sociedad Bristol»
proveyó, con fecha 31 de mayo de 1775, las siguientes cifras, que confirman mis hipótesis:
73 personas absueltas,
con 45 mujeres
y 120 niños,
Es decir 238 personas.
La proporción de
«dependientes» aparece todavía más importante en las cuentas suministradas por la «Sociedad para la liberación de personas
encarceladas por deudas menores» de
Dublín: entre el 15 de mayo de 1775 y mayo de 1782, por 1134 prisioneros, se
contaban 3611 «dependientes», es decir un total de 4745 personas.
Las cifras suministradas por esas instituciones son mucho mayores de
las que hemos podido determinar de acuerdo a mis propios cálculos: de 3062 en
el primer caso, de 19 en el segundo y de
1343 en el tercero. Deben, sin embargo, tender a bajar, porque el número de
mujeres y niños que acompañan a los deudores, es mayor del que acompañan a los
otros tipos de prisioneros.
En consecuencia, las prisiones contienen, en Inglaterra y en el País
de Gales:
4084 prisioneros,
acompañados de 8168 personas
Es decir 12252 individuos en la miseria.
Los cálculos posteriores a los míos llevan a pensar que las cifras
arriba indicadas son muy exageradas. Pero, cualquiera sea el número real de
prisioneros y de los que comparten su desdicha, la importancia del problema es
tal que la nueva Legislatura debe continuar prestando toda la atención que
merece.
Pienso satisfacer la curiosidad de mis lectores
proponiéndoles, al finalizar esta obra, un cuadro comparativo del número de prisioneros
ingleses y galeses en 1779 y 1782.
El Estado de
las Prisiones
John Howard
Traducción:
Silvia Naciff
CAPÍTULO 3
MEJORAS
PROPUESTAS PARA LA ORGANIZACIÓN
Y DIRECCIÓN DE LAS
PRISIONES
El acreedor furioso que hace arrestar y encarcelar a su deudor, comete
un acto sanguinario. Basta con escuchar sus razones antes que sus pasiones para
convencerse que condenar a muerte a un hombre endeudado, es un acto criminal.
Lo que vale para los deudores vale para los condenados de derecho común: una prisión
no debe ser un lugar de exterminio sino un sitio seguro en el que los acusados
esperan para ser juzgados y en el que los condenados soportan la condena
establecida.
(«Los
deudores tienen derecho a un trato humanitario; sin embargo ningún principio moral
o político justifica que los acusados o los condenados, incluso los más
repugnantes, no tengan derecho a un trato igualitario». «Principles
of Penal Law», p. 52) Las leyes inglesas prohíben las ejecuciones privadas,
ningún malviviente será ejecutado secretamente detrás de los muros de una
prisión, ya sea bajo una forma directa o indirecta, razón más que evidente si
se trata de los que no fueron condenados a la pena capital. Su muerte no sólo
es injusta sino además contraria al orden y a la sensatez. Cuidar a los
prisioneros, para mantenerlos en buen estado de salud y preservar su estado
físico para el trabajo, es una medida de utilidad pública, tanto en Inglaterra
como en cualquier otro país. Ahora bien, en la mayoría de las prisiones el
resultado es inverso, como lo pude constatar varias veces: los prisioneros que
sobreviven salen de la prisión impotentes, algunos de ellos devorados por el
escorbuto, otros con los dedos del pie machucados o gangrenados1.
Cuando se indulta a un prisionero, o simplemente es absuelto en el
estrado, su liberación es sólo ilusoria: a pesar de estar convencido de que
algunos empleos podrían ser ocupados por esos infortunados, nadie querrá dar un
empleo a un pobre ser tan endeble y tan piojoso. El desgraciado buscará trabajo
de puerta en puerta, pero sin suerte. ¿No es desesperante ver tanta buena
voluntad tan mal recompensada, en lugar de fomentarla? ¿No es penoso ver que
hombres, abandonados por todos, sean
impulsados, por una necesidad
casi irresistible, de pasar de querer mantenerse firmes en sus propósitos, a
cometer actos que los llevarían a prisión, abreviando o en las mejores condiciones, quebrando una
vida que podría ser fructífera y útil.
Para poner fin a estas atrocidades, hay que interesarse por las
prisiones. Un número considerable de ellas, entre las que se encuentran algunas
del condado, están en ruina, o, por diversas razones, totalmente inadaptadas
para ese destino: deberían sustituirse por nuevas construcciones. Otras son
incómodas: para mejorarlas habría que sacar provecho de los terrenos vírgenes y
de los ocupados por los guardias. Simples reparaciones no son suficientes. Con
el propósito de ayudar a los que proyectan la construcción de prisiones en el
condado, me voy a permitir dar, en las próximas páginas, algunos consejos que
podrán poner en práctica manos más hábiles; espero que así será emprendida la
obra beneficiosa y generosa que consiste en realizar una prisión-modelo. Sólo
trazaré aquí las líneas directivas. Antes
diré una palabra sobre este proyecto.
SITUACIÓN
Una prisión debe construirse sobre un terreno aireado, próximo, en lo
posible, a un río o a un arroyo. Las prisiones que visité, las más limpias y
las más sanas, estaban siempre situadas cerca de un río. Esas prisiones
generalmente no tenían (no podían tener) celdas subterráneas, gracias a esto se
preservaron muchas vidas; la proximidad con el agua que corre permite escapar
de otra plaga, tan peligrosa como ésta. Hablaré de las fiebres.
La prisión debe situarse cerca de un curso de agua, pero a una
distancia tal que el agua no alcance los muros y los sitios de paseo. Esta
precaución no fue considerada desde el
principio cuando se construyó la prisión de Appleby, en Westmoreland, a tal
punto que el agua puede subir los muros y alcanzar un nivel de tres pies de
altura.
Si no se puede construir la prisión cerca de un río, se elegirá
hacerla sobre un terreno alto; así será salvado el obstáculo de muros demasiado
elevados que impiden la libre circulación de aire. Será importante que la
prisión no esté rodeada de otras construcciones, como es el caso de las
prisiones que se construyeron en el medio de una ciudad.
PLANO
El grabado, en el anexo 4, representa el plano de una prisión que, de
acuerdo a mi modo de ver, ofrece un número importante de ventajas, tanto en lo
que concierne [a la
higiene y a la disciplina] a la
seguridad y a la disciplina como a la higiene. Este grabado me permite
ahorrar muchos comentarios redundantes y me conformaría con algunas
consideraciones en general.
Las construcciones separadas de los muros y donde se encierra a los prisioneros de derecho común pueden ser
cuadradas o rectangulares; construidas sobre arcadas, serán más aireadas y más
secas. Las arcadas permiten una mejor seguridad, ya que constaté que la mayoría
de las evasiones se realizan a partir de túneles cavados en el piso de las
celdas o calabozos2. Gracias a
las arcadas, los candidatos a una evasión subterránea encontrarían obstáculos
insoslayables. En cuanto a los otros, chocarían con el muro que rodea el patio,
lo que representa la principal
seguridad, no es necesario que los muros sean macizos como lo son actualmente,
dado que impide la luz y la aireación. Las salas deberán ser abovedadas, ya que
se evitaría, en caso de incendio la muerte de muchos prisioneros, como ocurrió
en la prisión de Halstead, entre otros ejemplos. Las escaleras serán todas
construidas en piedra.
Lo ideal sería que existan tantas celdas como criminales. Deberían tener una altura de diez pies, y
dos puertas, una con una reja de hierro, para la mejor circulación del aire.
Si no es posible separar a los prisioneros durante el día, sería importante
poder hacerlo durante la noche3. La soledad y el silencio
favorecen a la reflexión y al arrepentimiento. El recogimiento es también
necesario para los que están a punto de dejar ese bajo mundo, ¡mientras que hasta hoy se hace totalmente
lo contrario! los guardias me aseguraron que gracias a las fiestas organizadas
por los prisioneros, cuya condena a muerte era definitiva, habían obtenido una
ganancia diaria de cinco libras; de esta forma [existen] existían quince celdas previstas para este fin en la prisión de Old
Newate, que se conservan en ese estado y que se [proyecta unir] han unido a las nuevas construcciones. Este tipo de celdas individuales
deberían preverse para aquellos que se encuentren a punto de ser liberados. El
obispo Butler, citado en la nota, observó que es importante tomar estas
disposiciones, «tanto del punto de vista
religioso como laico, las personas mueren como han vivido».
La separación nocturna que preconizo permite evitar evasiones, o al
menos que resulten más difíciles: las evasiones se planean y se intentan
durante la noche. Esto además impediría
el robo entre los prisioneros, dado que la mayoría se llevan a cabo durante la
noche. Separarlos conlleva a un problema, por el que los guardias ya han
tenido que pasar y además se quejan: no saben dónde alojar a los criminales que
aceptaron testificar contra sus cómplices, ya que hay un sólo deseo,
asesinarlos. En muchas prisiones se han visto obligados a juntar a esos
prisioneros con mujeres.
Cuando las celdas están enfrentadas, las ventanas deberán obstruirse,
con la condición de abrirlas durante el día. Las ventanas de la construcción
para los hombres no deben disponer de vidrios, ni taparse con paja.
Las mujeres deben estar completamente separadas de los hombres4. Los jóvenes prisioneros deben estar separados de
los viejos criminales y de los delincuentes avezados. Distintas categorías de
prisioneros que deben, además, disponer de calefactores o de cocinas
independientes. Los paseos y los oficios religiosos se llevarán a cabo en
horarios diferentes.
Cada patio debe estar cubierto con
baldosas o piedras planas para simplificar su limpieza, deben poseer una
bomba o uno o dos caños, que se repararán al menor desperfecto, puesto que la
prisión se tornaría inmediatamente insalubre, como he podido, desgraciadamente,
comprobarlo muchas veces. Un hilo de agua deberá circular permanentemente por
el patio. Una sala de baño práctica5, tal como existen en los hospitales del condado, se
instalará casi a la altura de la bomba o del caño de agua. Los recién llegados
o los prisioneros mugrientos deberán bañarse allí y se los incitará a realizar
regularmente esta tarea6. Durante la
mañana se llenarán los baños y por la noche se vaciarán en los desagües que conducen a las alcantarillas. El baño deberá
tener una caldera para poder bañar a los enfermos. Deberá dotarse a la prisión
de una estufa o un horno para destruir los parásitos que infectan la vestimenta
y la ropa de cama7.
La enfermería estará en el lugar más aireado de la prisión, lejos de
otras dependencias y construida sobre arcadas. Sus salas deberán, irremediablemente, disponer de camas con su correspondiente ropa. El piso de
cada pieza tendrá, en la mitad de la misma, una abertura con una boca de doce o
catorce pies cuadrados, que se
cubrirá durante la noche8.
Procedimiento este que se podría utilizar en todos los locales de la prisión.
Ventiladores manuales podrían instalarse en todas las habitaciones,
especialmente las reservadas a la enfermería. Esos ventiladores se pueden
utilizar en cualquier circunstancia, ya que no son los ventiladores movidos por
efecto del viento. De acuerdo con los cálculos del Dr. Hales, p. 12, un ventilador
de ese tipo renueva setenta y cinco m3 de aire por minuto. De mis ulteriores observaciones se
desprende que los ventiladores son de poca utilidad en las prisiones, dado que
se colocan sobre el piso, y como las
prisiones disponen de patios y de salas de buenas dimensiones, dotadas de
aberturas suficientes, con una limpieza regular, blanqueados a la cal dos veces
por año no serían necesarios.
Las letrinas de todas las prisiones deben ubicarse, como en los
colegios, en los patios y no en los pasillos o corredores, divididas en cabinas
de diez pies de ancho, separados por tabiques entablados desde el piso hasta el
techo. La enfermería no pone en peligro la seguridad de la casa, siempre y
cuando, disponga de parapetos o de pequeños caballos de frisa sobre los muros
que la rodean.
El edificio ocupado por los deudores deberá estar completamente
separado del que utilizan los prisioneros de derecho común, si esto no se
realiza los deudores no tendrán ni la tranquilidad, ni la limpieza, ni la salud
a las que tienen derecho y además no se podrá asegurar para ellos una buena
moral. La ley promulgada en el 22º y en el 23º año del reinado de Charles II,
capítulo 20, exige que esta separación se lleve a cabo durante la noche, a fin
de que los prisioneros por deudas no tengan que soportar las palabrotas y otros
términos impíos proferidos por los criminales. La ley igualmente dispone que «serán encerrados en celdas individuales».
Pero eso sólo es válido, según mi criterio, durante la noche, así mismo es una
gran desdicha ver a esos prisioneros incómodos y corrompidos durante todo el
día por las conversaciones reprensibles de los detenidos de derecho común. No
quiero decir que los Parlamentarios deban corregir la ley, inspirados en mis
opiniones, que supongo son las suyas. Se que es en vano intentar explicar una
ley a partir de los vagos principios que se supone representan «el espíritu de
la ley». Cualquiera que sea, lo ideal sería una completa separación, dado que, como no existe más que un solo
patio, los deudores de las clases más bajas se juntan con los prisioneros de
derecho común para dedicarse al juego, con la misma prodigalidad que estos
últimos, así lo constaté en Worcester, Glocester, Salisbury, Aylesbury,
Bedford, Ipswich, Bury, Leicester, etc. Generalmente la separación solo se
lleva a cabo durante la noche, salvo en un reducido número de prisiones, tales
como las de [Brecon], [Portsmouth], Devizes, St. Albans, del
Borough-Compter y en el seno de las casas de corrección de Clerkenwell. Debo
agregar a esta lista la casa de corrección de Tothillfields, que desde el
cierre de la prisión de Westminster sólo acepta prisioneros por deudas menores.
La absoluta separación es un factor de higiene que impide la propagación de
enfermedades infecciosas; autoriza finalmente a que los deudores trabajen, sus
herramientas no pueden llegar a las manos de los criminales ya que podrían
utilizarlas para una evasión o agresión.
El sector de los deudores debería disponer de una cocina, de un
calefactor y de un taller para los que deseen trabajar. En algunas prisiones
existen, por ejemplo, talleres de zapateros, de empajado de sillas, gracias a
los cuales los prisioneros conservan el hábito de trabajar, contribuyen a
solventar a sus familias y alivian una enorme carga que de otro modo caería
sobre ellos.
Quisiera señalar aquí que
cuando las ventanas tienen vidrios, se puede colocar además contra marcos de
dos hojas; porque, pude constatar que muchas salas para deudores y corredores
de las prisiones de ciudad o del condado son muy insalubres por falta de un
número suficiente de aberturas.
A los detenidos no se los obliga a trabajar, sin embargo muchos de
ellos, con el propósito de mejorar sus vidas desean hacerlo. Algunas prisiones
en Exeter, Norwich, Ipswich, etc.,
les ofrecen esta oportunidad9.
En mi primera edición dije que las
mujeres prisioneras por deudas deberían contar con un sector aparte, disponer
de una bomba, de un patio, etc., prohibir todo contacto entre los dos sexos. Agregaría sin embargo que el número de
deudores es tan insignificante - sólo basta para convencerse con ver mis cifras
- que es trabajo de los jueces estudiar si una o dos habitaciones así como un
patio, deben o no reservarse para esta categoría de prisioneras.
Sería interesante que las construcciones para los deudores se
encuentren sobre arcadas y contiguas a las habitaciones de los guardias. Este
lugar, situado en el medio de la prisión, daría al mismo tiempo, sobre el patio
para los prisioneros de derecho común y sobre el de los deudores. Sería un buen medio para que el guardia
pudiese mantener el orden entre los prisioneros y estar atento a la higiene en
la prisión; debería velar para que la limpieza se realice regularmente, para
preservar su propio alojamiento de la polución.
Una capilla es indispensable dentro de la prisión. El sitio elegido
por mí, me parece el más apropiado, la capilla debería tener una galería
reservada a los deudores y a las mujeres, quienes
deberían permanecer lejos de las miradas de los otros prisioneros. Biblias
y libros de plegarias, protegidos con cadenas, debido a los robos, estarían al
alcance de los prisioneros, penando todo tipo de degradación.
DISCIPLINA
Las mejoras materiales, en una prisión, de nada sirven si no existe
una buena gestión y una dirección clara.
El primer elemento a tener en cuenta es la elección de un guardia.
Deberá ser honesto, activo y humano.
Abel Dagge, guardia de la prisión de Newate en Bristol, presentaba todas estas
cualidades, sólo podemos lamentar su desaparición y respetar su memoria. Georges Smith, el guardia de la casa de
corrección de Tothillfields, tiene méritos comparables.
Los guardias deben ser sobrios, si pretenden luchar contra la
intemperancia y muchos otros vicios. Si quieren conservar intacta su autoridad,
es menester que los guardias, los carceleros, o los conserjes no pueden
regentear la cantina, vender alcohol o mantener alguna relación de interés con
los prisioneros. Los guardias que regentean o arriendan la cantina sacan
provecho de ello, incitan a la venta de alcohol, organizan fiestas nocturnas,
cierran los ojos ante las orgías donde se mezclan los dos sexos, de manera que la mayoría de nuestras prisiones
son a la vez tugurios y burdeles. La cantina es responsable de situaciones
verdaderamente escandalosas. Aún los
criminales condenados a muerte engullen considerables cantidades de alcohol,
algunos insultan después del último suplicio, como ocurrió con Lewis, ejecutado
en Leiscester en 1782. El guardia que vende alcohol tiene tendencia a
mostrarse parcial frente a sus prisioneros, dejando de lado a los pobres y
mimando a los deudores deshonestos que encuentran un excelente asilo dentro de
la prisión. Estoy convencido de que el
número de presos por deudas sería menor si se suprimiese la cantina y si no se
tolerase ni el tumulto ni la embriaguez.
Deberé decir que una ley de Georges II (32º año del reinado) autoriza
al prisionero por deudas a obtener, fuera de la prisión10, alcohol y otros alimentos. Esta disposición sería
atinada y provechosa para los prisioneros si se aplicara correctamente. Al vino no debe considerárselo como un
alimento, además debería prohibírselos con los mismos argumentos empleados para
prohibir las bebidas fuertes. Pero algunos [guardias] carceleros, por ser los intermediarios de la cantina interpretan la
ley de acuerdo con su interés: prohibamos a los guardias vender alcohol, así no
solamente los prisioneros recuperarán sus derechos sino que además se lucharía
contra la intemperancia y se suprimirían todos esos «clubes» y reuniones
nocturnas que proliferan en nuestras prisiones.
Para impedir que las cantinas sigan en manos de los guardias, no basta
con especular, es necesario apoyarse en los datos que obtuve de los mismos
guardias. Pregunté a dos de ellos, inteligentes pero un poco ingenuos, «cual sería la reforma más urgente a realizar
en las prisiones», me respondieron: «se
debería impedir la venta de cerveza o de vino aunque sea privilegio de los
guardias, pero además tendríamos que tener recursos que sustituyan esas ventas».
El salario de los guardias debería ser proporcional a su trabajo y a
su experiencia; una profesión tal merece ser convenientemente retribuida para
los que cumplen su deber de manera escrupulosa y humana; pero es necesario
detenerse en límites razonables, porque nada debe distraer al guardia de su
trabajo y de la inspección cotidiana de su prisión.
Durante mi viaje a Irlanda (enero de 1775), pude constatar, no sin
sorpresa, que la venta de alcohol no estaba autorizada en ninguna prisión. Se
me dijo que una ley del 3er año del presente reinado prohibía su
venta11.
Los prisioneros no deben realizar las tareas que deban cumplir los
carceleros. Pertenece al guardia, y solo a él, inspeccionar la prisión todos
los días, para asegurar la limpieza del
lugar, sin que esta tarea pueda delegársele a alguno de sus sirvientes12. El guardia
debe imponer a los prisioneros la obligación de abrir o de destapar las
ventanas, de sacar las camas para que se ventilen, de lavar a fondo la vajilla,
debe, en una palabra, velar por la salubridad de las salas. Los magistrados
de Glasgow13 ordenaron
expresamente que «el guardia inspeccione
personalmente, después de abrir y cerrar las puertas, por la mañana y por la
noche, cada habitación y lugar de la prisión».
El guardia debe velar y estimular la limpieza. Un anciano o un débil
no pueden cumplir con el trabajo de un guardia: cuando este es el caso, la
prisión está siempre sucia. El guardia deberá ser compasivo con los enfermos.
Si el guardia [está
encargado de distribuir] distribuye
las provisiones, debe llevar a cabo esta tarea cuidando tanto los intereses del
condado o de la ciudad como el de los prisioneros, es decir entregar
exactamente la cantidad de alimentos previstos.
Ya indiqué que el guardia debe vivir en su prisión14. No sólo basta con que tenga una habitación en la
prisión, es imprescindible que resida allí permanentemente. En su ausencia, los
prisioneros llevan generalmente una buena vida. Por otra parte ningún guardia debería ser al mismo
tiempo sheriff ya que como ellos mismos
lo expresaron son tareas incompatibles; además el sheriff debe frecuentemente
realizar tareas fuera de la prisión.
Con satisfacción constaté que, como lo establece la ley promulgada durante
13er año del presente reinado, un capellán intervenía en la mayoría
de las prisiones del condado. Cuando el puesto de capellán está vacante, los
magistrados no deben reclutar al primer voluntario que se presente sin antes
considerar sus informes personales. No es suficiente con declararse cristiano
para ocupar dicho puesto: el capellán no sólo debe celebrar los oficios
religiosos, debe además entrevistarse con los prisioneros, catequizar a los
incrédulos, exhortar a los impíos, reconfortar a los enfermos y enseñar a los
condenados que el Evangelio proclama la Misericordia.
El autor de la «Vida de Bernard Gilpin» página 173, nos dice al
evocar las obras de ese hombre santo, que «en
todos los lugares a los que él llegaba, visitaba las prisiones y otros sitios
de encierro, casi todos desprovistos, en esa época, de un capellán titular»15. Gracias a sus buenas atenciones «se dice que fue él, quien llevó al
arrepentimiento a muchos prisioneros abandonados por todos».
Algunas prisiones tienen un capellán titular, sin embargo el culto no
se celebra el domingo, y, cuando se celebra, el capellán impone sus horarios,
llega a la prisión de mañana muy temprano o a la hora del almuerzo porque
durante la mañana celebró un oficio en el exterior, y, además porque tiene otro
a celebrar por la tarde. En muchos casos no hay un día determinado para el
oficio, y, tuve muchas veces que
lamentarme porque el servicio divino era totalmente dejado de lado. Todos
los domingos, un sermón acompañado de plegarias no es demasiado16, el capellán debería además regresar para rezar al
menos dos veces por semana, en días preestablecidos. Y por otra parte, si un
prisionero necesitase un pequeño resarcimiento, el guardia en persona17, podría leerle diariamente, antes de distribuir las
provisiones, un capítulo del Evangelio, y no sería considerado como una pérdida
de tiempo. El guardia, no debe bajo ningún pretexto, dispensar a un prisionero
de asistir al servicio divino, especialmente el domingo, los visitantes
presentes deberán retirarse. La campana
sonará diez minutos antes del oficio.
A la pregunta, incansablemente reiterada: «¿por qué tan pocos prisioneros asisten a los oficios?», siempre
escuché la misma respuesta: «están
bebiendo con sus amigos». Muchos
hombres de la iglesia, hasta los más dignos, se quejan del escaso suceso que su
apostolado encuentra en la prisión; el motivo era evidente, la venta de alcohol
y el remedio, debía consistir en la separación de sexos. La asistencia
obligatoria del guardia al oficio sería un buen medio para incitar a los
prisioneros a estar presentes. El capellán que oficia en la prisión puede
también, cuando la distancia lo permite, encargarse de la casa de corrección,
con la condición de que él pueda celebrar el oficio dominical en uno u otro
establecimiento18.
Probablemente, algunos dirán, que
exijo a esos señores mucho trabajo, la ley a la que hice referencia,
concediendo a los capellanes de prisiones una suma no superior a las cincuenta
libras por año, se respeta en la mayoría de los condados; sería de esperar que
hombres de la Iglesia
cumplan ese apostolado por motivos más nobles, y en nombre del interés superior
que es el de sus hermanos.
La reciente ley sobre «la
preservación de la salud de los prisioneros» exige que un cirujano o un
farmacéutico experimentado, un hombre prestigioso, sea destinado a cada
prisión. Su primer tarea es detectar a los enfermos que deben enviarse a la
enfermería y vigilar a los que ya están acostados y
cuidados. A los enfermos se les quitará los grilletes, se les
entregará medicamentos, además deberán
seguir un régimen alimenticio adecuado a su estado. El cirujano debe visitar a
los enfermos todos los días, interesarse personalmente por su salud, nunca
confiará esta tarea a los jóvenes o a los aprendices. El cirujano debe estar
atento a la limpieza y aireación de la prisión, vigilará que las celdas no
estén superpobladas y prodigará consejos
cada vez que no pueda dar órdenes. En fin, es necesario precisar que, tal como lo exige la ley, el cirujano
deberá remitir a los jueces, durante la sesión trimestral, un informe sobre el
estado sanitario de las prisiones que tenga a cargo. En algunas prisiones extranjeras, un funcionario, de alto rango, está
obligado a realizar visitas periódicas a las mismas, acompañado por un
cirujano. Este oficial tendrá una lista de los prisioneros: deberá verlos uno
por uno antes de presentar su informe.
En Newate, los prisioneros son, generalmente, unos doscientos: el
peligro de epidemia es considerable, tanto para ellos como para los habitantes
de la ciudad. Los magistrados harían bien, de acuerdo con mi humilde parecer,
en nombrar a un médico, a un cirujano y a un farmacéutico. El cirujano o el
farmacéutico deberán visitar todos los días cada una de las celdas. Los mismos
practicantes podrían también encargarse de dos «Condados» vecinos. Se podría
prevenir cualquier epidemia en la prisión, y los guardias de las prisiones del
condado no invocarían la misma sempiterna excusa, desde el instante en que su
prisión se vea afectada por el mal: «Son
los prisioneros transferidos de Newgate, por habeas corpus, los que trajeron la
enfermedad».
Ningún guardia debería estar autorizado para exigir gastos de cárcel.
El guardia y los carceleros deberían gozar de un salario, establecido y a salvo
de toda prenda. Pertenecería a los magistrados, no sólo determinar el importe
de los salarios de los carceleros, sino además establecer el número para cada
prisión. Así, los carceleros, no serían reclutados en función de los intereses
financieros del guardia. Y si los gastos de encarcelamiento no pueden ser
enteramente suspendidos, al menos podrían ser reducidos. De igual modo, la
tarifa de las celdas especiales, reservadas a los deudores distinguidos,
debería ser menor, dichas celdas, habida cuenta de sus escasas dimensiones, no
deberán tener más de dos camas. La tarifa de la ropa de cama estará
obligatoriamente establecida.
Los deudores de derecho común deberían disponer de celdas gratuitas,
no debería pedírseles dinero, como
ocurre actualmente en muchas prisiones. Su cuidado tendría que estar asegurado
por los acreedores, o en su defecto por el condado, en condiciones al menos
comparables a las de los deudores de derecho común (en lo que concierne a la
comida, el alojamiento y los cuidados).
En prisión, la limpieza tiene una importancia decisiva. El menor
incumplimiento en esa materia afecta al conjunto económico de la prisión. Cada
pieza, cada celda se barrerá y será lavada con agua efervescente19, al menos dos veces por año, inmediatamente después
de la sesión del Ministerio fiscal desde la primavera al verano. Cada pieza,
cada celda debe ser cepillada y lavada todos los días, sus ocupantes utilizarán
de tanto en tanto vinagre caliente. Los guardias holgazanes, que ignoran ese
cuidado, dan como excusa que el lavado diario de las celdas favorece la humedad
y compromete la salud de los prisioneros. Es sólo un pretexto, estoy persuadido
de que la realidad es precisamente la inversa. No existe en Inglaterra una
prisión más sana, teniendo en cuenta el número de prisioneros [de las clases más bajas], que la casa
de corrección de Tothillfields, donde las celdas se lavan todos los días con
abundante agua. Cada prisionero cumple con esta tarea y la buena salud de ellos
es la más clara evidencia de que es una medida sumamente útil20.
En Newate, el prisionero que barre su celda tiene una doble ración de pan. A
cada prisionero debería obligársele a que se lave las manos y la cara antes de
recibir su ración diaria y a estar presentable cuando las circunstancias lo
permiten. No acepto ninguno de los
numerosos pretextos invocados para dejar de lado estas precauciones. Los
ignorantes deben aprender que el aire fresco y la higiene son indispensables
para la buena salud. El Dr. Mead escribe al respecto, en su «Discourse
concerning Pestilential Contagion», páginas
41 ss., 3ª ed. de 1720: «La principal causa de contagio reside, sin
lugar a dudas, en la presencia de aire corrompido, cargado de humedad y
corrompido por los miasmas que emanan de los cuerpos animales. Las prisiones
comunes constituyen un buen campo de observación de este fenómeno; pocos
prisioneros escapan a lo que se ha convenido en llamar fiebre de prisiones,
cuyo grado de peligrosidad depende del nivel de confinamiento y del mal olor
del lugar. Y sería muy inteligente el gobierno que, mostrando preocupación
tanto por la salud de los habitantes de la ciudad como por la de los pobres
prisioneros, decidiera que todos los lugares de encierro se deben mantener tan
aireados y limpios como su destino lo permitiese». Y el Doctor agrega:
«La
suciedad es a la infección lo que la higiene es a la salud, un factor
preponderante».
En su último discurso, en
el aniversario de la
Société Royale , Sir John Pringle, menciona todos los cuidados
que tuvo el capitán Cook con su tripulación, cuya vida fue preservada, durante
su Viaje alrededor del Mundo, y que le valió una medalla al mérito. Agrega, en
la página 26: «La importancia de la
higiene para la buena salud es ampliamente conocida; pero no se insiste
demasiado sobre las consecuencias que tiene la higiene sobre el buen orden,
ignorándose algunos otros de sus méritos». Este celoso
oficial estaba persuadido de que sus hombres, a los que imponía una limpieza,
para ellos resultaba extraña, estarían así más sobrios, más ordenados y más
atentos a sus deberes. Esta nota se
confirma con una observación del «Spectator», en su número 631: «El hábito a la limpieza termina con los
vicios, que destruyen tanto el pensamiento como el cuerpo». Ya señalé
la importancia del agua en una prisión, no volveré más sobre el interés que se
tiene para que los prisioneros puedan tener un permanente, libre y gratuito
acceso a los lugares con agua.
Todo recién llegado deberá, si está sucio, tomar un baño caliente o
frío, sus ropas se colocarán en una bolsa y se ubicarán sobre dos morillos de
metal en un horno. Durante esta operación, se les entregará vestimentas de baño
gruesas que la prisión deberá poseer. Como
observé en un importante número de prisiones extranjeras, lo ideal sería que
los prisioneros posean, durante toda su detención, un uniforme. Una de las
ventajas secundarias de esta medida es que los evadidos son fácilmente
ubicados. Pero, por otro lado, los prisioneros deben vestir sus propias ropas,
durante el proceso, para que los testigos puedan reconocerlos fácilmente. [Una vez] Dos veces por semana se les entregará
una camisa limpia. Cada sala tendrá una toalla, dispuesta sobre un cilindro,
que deberá lavarse todos los días. Los cubos, las escobas, los cepillos, el
jabón, el vinagre y el combustible [para el horno] los entregará el condado o la ciudad, si esto
falta, los prisioneros permanecerán poco tiempo limpios y sanos21.
Los patios de paseo no deben tener ni establo, ni porqueriza, ni caballeriza22; no se tolerará, como ocurre actualmente, ningún
gallinero en los patios y menos aún en las salas. Los guardias no pueden tener más de un perro, está prohibido también a
los prisioneros tener esos animales. Los desperdicios, las cenizas, etc.,
deberán sacarse [una vez] dos veces por semana.
Si el lugar para dormir consiste en paja, se deberá envolverla en una
tela gruesa, o en su defecto, cambiarla todas las semanas. [Cada cama tendrá una o dos
mantas de tela gruesa.] Cada cama
tendrá una manta y un cubrecama gruesos; la ropa de cama no estará a ras del
piso sino sobre una cama de madera transportable para facilitar la limpieza de
la habitación. Así se prevendrán las infecciones cutáneas, tan frecuentes en
las prisiones. Sir John Springle dice en la página 51: «A falta de paja los hombres de San Augusto
tenían brezales; los que habían acumulado una buena cantidad y cambiaban con
frecuencia su colchón de paja eran los que menos se enfermaban». Una de las
principales causas de la mala salud de nuestros prisioneros ¿no es la falta de
un material de cama apropiado que los obliga a dormir completamente vestidos?
¡Es imposible imaginar hasta qué punto los prisioneros de Trieste tenían un
mejor semblante que los de Prusia o Viena! Lo mismo se constató en las mujeres
de la mayoría de los "spinhuis" de Holanda. Esto me
recuerda la reflexión de un viejo general: «Mis
hombres eran presa de enfermedades y epidemias cuando, en los campos, dormían
vestidos a falta de ropa de cama; esto no tiene nada que ver con la humedad,
los oficiales estaban protegidos porque disponían de buena ropa de cama». El hecho reside allí, y poco importa la
causa principal que explica la diferencia: la posibilidad de sudar en una cama,
de levantar los vendajes o la ventilación de las vestimentas.
Durante el día, los prisioneros abandonarán las piezas o celdas donde
duermen para ir al patio, al calefactorio o a la cocina. Hay que darles los medios para entrar en calor. Deben levantarse
temprano, recibir inmediatamente su pan y rezar. El exceso de sueño es
perjudicial para la salud. Las puertas de los dormitorios o de las celdas
estarán abiertas en verano a las seis y en invierno a las siete. Los deudores
serán conducidos a sus habitaciones a
las diez de la noche, horario que se aplica en Francia y en otros países
extranjeros.
Los prisioneros que sólo beben agua y ninguna otra bebida nutritiva
deben tener por lo menos una libra y media de buen pan casero por día.
El pan deberá ser de la ciudad y tener buen peso. Una vez por semana (el
domingo, por ejemplo), se les deberá proporcionar una comida especial, [una media libra de carne
vacuna (de la mejor parte del animal)] una media libra de carne vacuna sin hueso, un cuarto de caldo y [solamente] una libra de
pan, me parece que es una disposición susceptible para incitar a los
prisioneros a una conducta pacífica y ordenada. Ese tipo de menú pondría fin a
un mal hábito, muy común en las prisiones: con el pretexto de aportar
comodidad, el día domingo, los visitantes se precipitan en la prisión, llevan
comida y bebidas, y como consecuencia, los prisioneros se alejan de la iglesia.
Las raciones de pan deben calcularse en peso y no en dinero. Además de
pan, cada prisionero tendrá derecho a un penique por día para poder comprar
queso, manteca, papas, legumbres o nabos; o tendrá un crédito de al menos un penique para comprar uno de
esos artículos.
Nuevamente insisto (como ya lo expresé al referirme a la bebida)
acerca de la prohibición absoluta de que los guardias, porteros de casas de
corrección, carceleros, etc. vendan, a los prisioneros, de manera directa o indirecta, cualquier objeto
o provisión, para sacar algún beneficio con la entrega de pan u otra comida.
Los individuos encargados de la distribución de provisiones deben permanecer
lejos de cualquier tentación de fraude y debe sometérselos a un control
estricto. Cada prisión deberá tener una
balanza para que los prisioneros puedan verificar que no han sido perjudicados.
En Irlanda es el cura de la parroquia, donde se encuentra ubicada la prisión,
el encargado y el responsable de entregar el pan. Responsabilidad de principio, la Ley (3er año del reinado de Georges III, Capítulo XXVIII)
sólo establece diez libras de multa por año en caso de infracción. Las
provisiones nunca deberían entregarse a cambio de dinero.
El lector habrá constatado que no reclamo para los prisioneros vituallas
extravagantes o superfluas. Sólo pido para ellos el mínimo necesario para
mantenerlos saludables y aptos para el trabajo. La ley concede al deudor
indigente dos chelines y cuatro peniques por día23, desearía que esta ley se aplique permanentemente;
además estipula para los indigentes, condenados a deportación, dos chelines y
seis peniques, suma que el sheriff percibe al finalizar su mandato. Estimo,
basándome en el precio medio del pan y
de las papas, que las provisiones deseables para los prisioneros no deben
exceder ese monto. Admitirán como yo, que es bastante incongruente acordar
menos provisiones a los detenidos (entre los cuales habrá algún inocente) que a
los condenados.
Las grescas, disputas, injurias no se deben permitir en las prisiones,
como tampoco los juegos, en el transcurso de los cuales se producen la mayor
cantidad de incidentes. Cuando se insulta a
un prisionero, éste debe quejarse al portero, quien convocará a las
partes, dará su sentencia y enviará al culpable al calabozo. Las faltas graves
serán dirimidas por los magistrados, o mejor, por un inspector nombrado al
efecto.
Los magistrados deberán repartir, de
manera imparcial, las donaciones, los legados, los envíos de dinero. Una
parte de ese dinero servirá para la compra de herramientas, etc, con las que los deudores voluntarios podrán
trabajar.
La lista de legados deberá pintarse sobre un panel expuesto de manera
visible para que todos los prisioneros puedan conocerla. Pocos guardias
muestran esas listas, por lo cual muchos legados se pierden definitivamente y
la voluntad de los testadores no se respeta. Sin embargo la ley de Georges II
(32º año del reino) establece al respecto: «se decidió que pertenece a cada
Gran Jurado, regularmente constituido y juramentado proceder a toda información
útil en esa materia».
Al igual que los legados, una tarifa de gastos de encarcelamiento
(espero que sean todos suprimidos),
debería estar a la vista, tal como lo establece la ley anteriormente
mencionada. Dicha ley es completamente ignorada en muchas prisiones, tanto y tan bien que los prisioneros están
expuestos a la voracidad de los guardias.
La ley de Georges II (24º año del reinado), que prohíbe el consumo de
alcohol en las prisiones y casas de trabajo, establece que los tres artículos
donde se enumeran los productos prohibidos serán impresos o recopiados
legiblemente, para exponerlos, permanentemente, en los lugares más concurridos
de la prisión o de la casa de trabajo, tarea reservada a los guardias,
conserjes, etc. bajo pena de cuarenta chelines de multa24.
No vi ese anuncio en ninguna casa de trabajo. Nombraré, más adelante,
las prisiones que hacen caso omiso de esta obligación: hubiera podido mencionar
aquellas que venden alcohol, ignorando la ley; hubiera podido indicar a los
guardias que cierran los ojos ante la venta de alcohol, o peor todavía los que
lo venden a los prisioneros. Existen
prisiones en las que el anuncio estuvo colocado durante un tiempo, tanto tiempo
como el que emplea el guardia para obtener la licencia que le permita vender
alcohol. Pasado ese tiempo, el anuncio fue sacado. Constaté los estragos que
produce el alcohol, también me parece que su prohibición total se impone, la
salud y la moral de la comunidad se verían ampliamente mejoradas. El Dr.
Farlan, en la página 30 de sus «Inquires concerning the Poor», establece: «Ningún vicio contribuyó tanto a
arruinar a tantos trabajadores y llevar a tantas familias a la miseria como el
hábito de beber alcohol».
Se debería también anunciar la lista de alimentos y suministros (ropa
de cama, paja) a los que tienen derecho
los prisioneros, esto evitaría prevaricaciones considerables, ya que el
alimento de los prisioneros es casi insuficiente en todos lados.
La ley sobre la preservación de la salud de los prisioneros debe
pintarse sobre un panel (dado que el papel se degrada rápidamente y puede ser
roto)25. Observé que las prisiones más limpias eran
aquellas en las que la ley se encontraba anunciada en sitios apropiados.
Igualmente deberían anunciarse las reglas de limpieza y el reglamento
disciplinario prohibiendo los tráficos, los juegos, la ebriedad, las disputas,
los insultos y las obscenidades, precisando las sanciones previstas, para cada
una, por los magistrados o por la ley. Ese reglamento indicaría las horas de
apertura y cierre de los distintos
locales y oficios religiosos. El empleo del tiempo sería medido por una
campana, como se lleva a la práctica en los arsenales, dado que prisioneros me
indicaron que no habían asistido al oficio divino, por no conocer la hora en
que se llevaba a cabo.
La ley de Georges II (32º año del reinado) ordena, en todas las
prisiones, colocar Reglamentos y Ordenanzas oficiales, especialmente la tarifa
de los gastos de encierro, en un lugar que no permita que los prisioneros los
ignoren26. Sin embargo,
cuando la tarifa de gastos de encierro está a la vista, los Reglamentos no se
encuentran en casi ninguna de ellas. Los
reglamentos sobre la limpieza y la disciplina son necesarios tanto para los
deudores como para los prisioneros de derecho común, y muchos guardias se
lamentan de las carencias en esta materia.
Con el fin de alertar a la
población en caso de insurrección o de evasión general, cada prisión debería disponer de una
alarma. Una precaución de este tipo
tendría carácter disuasivo.
Diría, para concluir sobre este
punto, que la dirección de una prisión es algo demasiado importante para que
quede, enteramente supeditada, en las manos de un guardia. Este sería un
asalariado, expuesto a muchas tentaciones para cumplir con su deber, víctima de
sus propias pasiones o tentado por el lucro. Un inspector, designado entre sus
colegas, magistrados o parlamentarios, debería permanecer en cada prisión27.
Los sheriffs y los magistrados tienen ya poder de inspección y las prisiones
están bajo su responsabilidad inmediata. Pero algunos sheriffs se excusan de
ejercer esta parte de su trabajo, con los pretextos más diversos: su trabajo es
de corta duración, el gasto es demasiado importante, tienen misiones más
importantes para cumplir, etc. Además nadie dudaba, hasta una fecha reciente,
que los sheriffs y jueces estaban espantados con la idea de poner los pies en
las prisiones pestilentas. Si se descarta este último peligro, se puede esperar
que los sheriffs se interesarán por las prisiones y que se encontrará entre los
jueces y los magistrados municipales hombres lo bastante generosos para cumplir
con esta importante tarea. Si el trabajo es demasiado pesado para un sólo
hombre, el inspector podría reemplazarlo una vez por mes, trimestre o año. La
inspección debe realizarse una vez por semana, o al menos una vez cada quince
días, en días determinados. El inspector tendrá un libro con todos los
reglamentos aplicables en la prisión, vigilará los que deban aplicarse,
inspeccionará cada rincón (como se hace en ciertos hospitales) asegurándose la
limpieza, etc. Entrevistará a todos los prisioneros, escuchará atentamente sus
quejas, corregirá inmediatamente los abusos más temidos. En caso de duda sobre
algún punto de la inspección, (para él la opinión de sus colegas podría
ser útil), remitirá la decisión a sus
superiores. Un buen guardia, sólo tendría que alegrarse al cabo de una
inspección: ya que encontrará allí mismo estímulos. Si el guardia no cumple
convenientemente con sus deberes, la inspección es absolutamente necesaria, y
si el guardia es malo, el inspector exigirá su despido. El trabajo de inspector
debe ser gratuito, porque es ampliamente recompensado, ya que realiza un
trabajo con los más nobles motivos: ser justo con los prisioneros y prestar un
servicio a su país. El ilustre Dr. Young
escribe: «Si solamente la mitad de la
miseria, que es el destino de algunos, fuese conocido por los otros, éstos
últimos estarían completamente horrorizados». Y el autor de «Telemachus» acota
delicadamente: «La gente que prospera
cierra los ojos a los miserables, no por falta de sensibilidad, sino porque es
un espectáculo que interrumpe su felicidad». Si tales motivaciones animan a
los que estiman que no tienen ninguna obligación con los pobres prisioneros,
nadie duda que los magistrados procurarán obligar legalmente a esa gente a
hacer acto de legítima solidaridad.
Pregunté muchas veces a los guardias si los sheriffs, jueces y
magistrados municipales inspeccionaban las prisiones. Los más veteranos casi
siempre me respondieron: «Se cuidan mucho
de pisar allí». Otros me dijeron: «Ellos
piensan que entrar en una prisión es poner los pies en la tumba».
Finalmente, algunos me explicaron: «Los
jueces piensan que la prisión es demasiado pequeña para ellos; prefieren verla
de lejos». De la conducta de los magistrados depende hoy el triunfo de la
mayor reforma que se va a realizar dentro de las prisiones: su negligencia
puede poner en peligro los progresos ya establecidos, su abandono tendría como
consecuencia el retorno de las cosas al estado anterior, en el preciso momento
en que las prisiones ofrecían el espectáculo de la más absoluta desolación.
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CASAS DE CORRECCIÓN
Si nuestras casas de corrección
siguen estando tan descuidadas, se continuará enviando a las prisiones del
condado a los condenados a trabajo forzado, lo que terminará con los esfuerzos
de los guardias dispuestos a aplicar la ley sobre la preservación de la salud
de los prisioneros, y para liberarlos, más que para multarlos, desparramando la
enfermedad a toda la sociedad.
Es chocante constatar que una
prisión representa una amenaza para la moral, la salud y a menudo para la vida
misma de los condenados, que sólo han sido condenados a trabajo forzado y a
corrección. Un bastardo, un ebrio o una ladrona menor que no tuvieron nunca la oportunidad de recibir lecciones de moral, enviados a una
casa de corrección por uno o dos años, tendrán que enfrentarse a la
holgazanería, al hambre, a la mugre, y vivir en compañía de personas
despreciables. Si la casa de corrección no es segura, se los enviará a una
prisión del condado, con una compañía peor, los criminales irrecuperables.
¿Buscaríamos destruirlas? Muchos pueden
dar la fecha precisa en la que esos condenados abandonaron totalmente todo
principio de virtud o de honor: es la fecha de su encierro en las escuelas de
la maldad.
Cada condado, cada ciudad debería,
primeramente, asegurarse que su casa de corrección está adaptada para ese
destino. En muchos lugares, la prisión del condado será al mismo tiempo una
casa de corrección. Las casas de corrección deberían estar completamente
separadas de las prisiones, rodeadas de muros propios y con un patio de paseo
distinto al de la prisión. Los locales deberán estar adaptados para la cantidad
de prisioneros que reciben. Las salas de alojamiento deben situarse a nivel del
suelo, o mejor aún en un primer piso. Cada taller debe permitir la circulación
del aire: dos ventanas, una grande y otra pequeña deben construirse a seis pies
de alto28. No es indispensable que las ventanas tengan
vidrios, es preferible que tengan
persianas como tienen en las destilerías29 o postigos que permanecerán abiertos algunas horas
por día. Las habitaciones cuyas ventanas
no tengan vidrios deberán tener chimeneas. Las ventanas no deben dar, en ningún
caso, a la calle, porque por allí se posibilitaría la entrada de alcohol,
limas, etc. Una bomba u otro elemento de alimentación de agua, se instalará
en el patio de paseo (espacio indispensable en todas las prisiones)30. Se autorizará a los prisioneros a realizar el
paseo una vez terminado el trabajo.
Es absolutamente indispensable que
los prisioneros sean inducidos a trabajar. Ningún prisionero, salvo que se
encuentre enfermo, deberá permanecer inactivo31. En los grandes establecimientos, se organizarán
talleres en cantidad suficiente para que los prisioneros nunca encuentren
demasiadas personas en la misma sala, porque los que trabajan a disgusto
encuentran fácilmente el medio para no hacer nada. El conserje debe ser hábil
en su profesión32, debe mostrarse activo, prudente y sobrio33. Los prisioneros deben trabajar bajo sus órdenes
diez horas por día, incluidas las horas de la comida.
Las mujeres con hijos o las
embarazadas, deben tener habitaciones con chimenea para poder encender fuego
durante los meses de invierno. Vi en la prisión niños muertos de frío34. Algunas prisiones (donde la calefacción está autorizada) no tienen chimenea, el humo
sale por las puertas y ventanas. En algunas casas de corrección, se debe prever
una pequeña habitación para encerrar a los novatos culpables, como es el caso
en Tothillfields o en Clerkenwell y en
San George's Fields, etc.35. Todas las
casas de corrección deben contar con dos enfermerías aireadas y con personal
médico competente. Para poder impedir el
desenfreno y el vicio, enfermedades particularmente instaladas en todos los
lugares de encierro, los sexos, al
igual que en las prisiones, deben estar separados. A semejanza de las salas
de albergue, los talleres para hombres y mujeres deben estar separados36. Igual que en las prisiones, las casas de
corrección deben poseer baños y hornos. Algunas casas de corrección tienen una
población de [veinte a treinta] diez a veinte prisioneros, Tothillfields
y Clerkenwell, contienen un número mucho mayor. En esos establecimientos se
deben tomar precauciones especiales para impedir epidemias, tanto desde el
punto de vista de la limpieza como de la aireación, y de la disciplina, ya que
el objetivo es corregir a los prisioneros y devolverlos útiles para la
sociedad. La disciplina debe ser suave, salvo cuando se la aplica a los
incorregibles. La principal punición consistirá en encerrarlos en una celda a
pan y agua, por un tiempo que se determinará de acuerdo con la gravedad de la
falta37. Nos esforzaremos para convencer al culpable de que la pena a cumplir es sólo por su bien.
El conserje debe vivir en el establecimiento. No debe ni negociar ni alquilar
alguna parte de los suministros, no debe vender por su cuenta, especialmente
alcohol. Constaté muchas veces que las
casas de corrección eran más limpias y tranquilas, la razón es que los guardias
no tienen licencia para vender
alcohol. El guardia no debe percibir gastos por encierro38, pero debe tener un buen salario que le permita vivir sin tener que
buscar otro trabajo. Un inspector cumplirá con las mismas funciones dentro
de la prisión. Una sala de la casa de
corrección estará reservada a los magistrados, como ocurre en las casas de
corrección del exterior o en los hospitales (la sala de reunión de los
administradores) o incluso en las casas de trabajo de Suffolk y de Norfolk. En
el pasado, los tribunales escoceses mantenían las audiencias dentro de la
prisión, este uso conservado en algunas ciudades, sólo presenta ventajas. El
Sr. Henry Fielding nos hizo ver que: «Consideramos menores los sufrimientos de los
pobres que las fechorías que cometen, no por falta de compasión sino por
ignorancia; lo que explica, a la vista de esos desdichados, nuestra repulsión
más que nuestra piedad».
Ya dije, que no quiero transformar las prisiones en hoteles de lujo;
no deseo, por ejemplo, generalizar los regímenes especiales, con excepción de
los domingos. Sin embargo, soy un ferviente partidario de asignar en las
prisiones una libra y media de buen pan casero y un cuarto de cerveza diaria,
así como un cuarto de sopa caliente compuesta de arvejas, arroz, leche o
cebada, dos veces por día. Se podría variar a veces el menú, introduciendo
nabos, zanahorias o papas. Algunos me harán observar que con un régimen de esta
clase, los prisioneros que trabajan peligran de morir de hambre: lo constatado
en el exterior, en las galeras, en las casas de corrección y entre los más
robustos trabajadores, me hizo pensar todo lo contrario. Sin embargo, no soy
insensible al argumento según el cual los prisioneros deben estar más
alimentados que los hombres libres.
No entiendo por qué una casa de
corrección no pueda estar dirigida eficazmente por un individuo, jefe de una
familia numerosa. Algunas casas de corrección extranjeras están dirigidas por
padres de familia. Los prisioneros sobrios y trabajadores obtienen mejor comida
y un mejor alojamiento, liberados anticipadamente, con buenos certificados, son
todas medidas que los incitan a mantener una buena conducta. La alimentación
común debe ser al menos tan buena como la que se distribuye a los criminales en
las prisiones del condado. La campana sonará en los horarios determinados por
los magistrados. La presencia de un
capellán es imprescindible. El principio fundamental, en una casa de
corrección, debe ser enmendar a los prisioneros, mejorarlos desde el punto de
vista moral, los frutos del trabajo serán sólo un elemento secundario. Los
prisioneros son seres racionales y criaturas de Dios, querer multarlos es un
deber, la gravedad de las faltas no constituye una excusa a nuestra eventual
negligencia en ese aspecto. El último autor citado dice: «La
influencia de la religión es, estoy convencido, importante para mejorar la
moral del hombre; estoy persuadido que la religión es el único poder real para
llevar a cabo esta obra tan considerable y tan deseada».
Algunos creyeron que las ganancias del trabajo de los prisioneros
permitirían cubrir los gastos de la casa. Desgraciadamente, la realidad
desmiente esta seductora teoría. La diferencia entre el trabajo elegido
voluntariamente y el impuesto es grande. Las mejores administraciones de casas
de corrección holandesas, reciben subsidios provenientes de los impuestos39. Pero, además, una casa de
corrección no podría autofinanciarse, aunque estuviese bien administrada, el
trabajo de los prisioneros sólo contribuiría a su propio funcionamiento. Una casa de corrección bien dirigida satisface en
gran medida sus gastos de funcionamiento. Una cuenta exacta debe llevarse de
los beneficios del trabajo que entrarán en la caja común, sin que el conserje
pueda disponer de ella. Está muy lejos de ser la situación actual de las casas de corrección donde
trabajan los prisioneros: el conserje retiene, para su provecho, la sexta
parte, la mitad y hasta la totalidad del producido con el trabajo de los
prisioneros, que sólo reciben la porción de alimentos previstas en las
prisiones del condado, a veces hasta algo menos. Las ganancias que entran en la
caja común provienen de las tareas realizadas durante las horas de trabajo
establecidas, sin embargo el prisionero que trabaja fuera de ese horario
guardará para sí todo lo que obtenga de dicho trabajo. Para incentivar a los
prisioneros sería, tal vez, importante acordarles la paga de una parte de las
ganancias del trabajo realizado durante las horas reglamentarias. Los prisioneros podrían además pegar el
cáñamo, hilar y tejer la tela necesaria para su propio uso, que podría
renovárseles semanalmente. Gracias a todas estas reglas, los prisioneros
estarían mejor alimentados y más aptos para el trabajo, y las casas de
corrección costarían menos a los condados. Aún faltaría que las reglas
mencionadas se puedan aplicar en el ámbito de construcciones decentes.
Algunos se quejarán de que esas
construcciones cuestan mucho. Pero un gasto tal es mínimo, si se tienen en
cuenta los beneficios que el público puede obtener. Además, esos gastos no
hubiesen tenido lugar, si las viejas prisiones hubiesen sido cuidadas
permanentemente. ¿Por qué se aceptó sin reacción alguna dejarlas caer en
ruinas? La mayoría de los locales se convirtieron en lugares inutilizables, lo
que obliga a amontonar a los prisioneros en piezas donde sus paredes permanecen
intactas. ¿Por qué no se repararon los patios para permitir a los prisioneros
realizar los paseos? No decimos nada acerca de la construcción de los
ayuntamientos o de los hoteles del condado a menudo suntuosos. ¿Por qué
convertirnos en mezquinos cuando se trata de la vida y la moral de la pobre
gente?, ¿por qué se hacen economías de chicha y nabo que impiden que la
voluntad de los legisladores pueda aplicarse?, voluntad que consiste en multar
a los delincuentes menores y prevenir el aumento de crímenes y la propagación de
enfermedades. Con las casas de corrección que mantenemos ahora, los resultados
son exactamente inversos40. La
negligencia culpable es imperdonable, cuando perjudica una obra que reposa
sobre los principios de equidad, humanidad y utilidad.
La pena capital sólo debería aplicarse a los asesinos, a los
incendiarios y a los ladrones entregados a las vías de hecho. El ladrón de
caminos, el bandido, el ladrón habitual y todos los delincuentes deberían
terminar sus días en una casa penitenciaria y no en la horca. «Es terrible asistir, una vez cada seis
semanas, al espantoso espectáculo de ver esos despojos humanos, conducidos a
una carnicería; es más terrible aún pensar que, con precauciones apropiadas y
buenas leyes, la mayoría de esos miserables hubieran podido llevar no solamente
una vida agradable, sino también podrían haber sido útiles a una sociedad que
hoy deshonran a los ojos de la Cristiandad»41.
La organización de las casas de
corrección requiere tanto cuidado que, desde que la ley de deportación no se
aplica masivamente, los malhechores
condenados deben alojarse allí por un tiempo que puede ser de [tres a diez] dos a tres años.
Tuve muchos problemas para poder
acercarme a los convictos, objetos de tantas crueldades y exacciones, y donde
el estado mantiene a menudo aspectos contrarios a las reglas de una buena
policía y de simple humanidad. Me causa satisfacción haber descubierto los
medios para remediar, en gran parte, esos excesos, también encontré la solución
para que los condados no deban realizar semejante gasto y me aprestaba a hacer
conocer públicamente mi proyecto, cuando una ley sobre ese tema se votó en el
Parlamento42. La ley autoriza, en forma provisoria, a los
condenados a la pena de deportación en las colonias y plantaciones de S. M. a
cumplir sus sentencias con trabajos forzados. Visité, en octubre último, el
«Justitia», cerca de Woolwich, para encontrarme con los convictos allí
alojados. Hubiera preferido verlos en mejor estado de salud, mejor alimentados
y me hubiera gustado encontrarme con ellos en el oficio divino. Pero es una
experiencia reciente, sólo provisoria, no hay lugar para quejas. Mr. Eden nos dice que «podría estimarse en un millar, las personas a las que debería
beneficiarse con otra pena distinta a la pena de deportación». Cf. «Prefacio» a su libro «Draught of a
Bill», 1778. Si se tuviera la posibilidad de volver a la vieja moda bárbara
de deportación, no sería aumentar los sufrimientos de los prisioneros, sólo
sería mantenerlos mucho más tiempo en prisión, antes de que partan.
Luego de votada la ley, suprimí el
pasaje de mi libro en el que hacía recomendaciones a este propósito43. Doy en el anexo las cifras de deportados
transferidos después de tres años a Newgate. Esas cifras son alarmantes, esos
condenados corren peligro de amontonarse, en los años siguientes, dentro de las
prisiones ya sobrecargadas de gente.
No puedo concluir este capítulo
sin intentar replicar algunas objeciones, que seguramente se presentarán, en lo
concerniente a las mejoras propuestas. Las prisiones como usted las desea, me
dirán, desprovistas de vicios y de miserias que las muestran terribles, no
serán más temidas por las clases bajas que, contrariamente, las encontrarán más
confortables que sus propias casas. Responderé que deseo prisiones que no provoquen sufrimientos y muertes, no las deseo
más lindas y confortables. Contrariamente critiqué ciertos proyectos de
prisiones suntuosas, y sólo me llamó la atención, en algunas prisiones
extranjeras, la simpleza y la modestia de su arquitectura. Pido para los prisioneros un tratamiento humano, exijo que estén bien
alimentados, bien alojados, etc., pero, al mismo tiempo, deberán aplicarse
reglas de disciplina estrictas. Entonces el encierro cumplirá su fin:
sin perjudicar la salud y la moral de los prisioneros, será suficientemente
penoso y desagradable para desterrar al ocioso y al pródigo.
Las «casas penitenciarias», tal como las ha previsto la reciente ley,
pueden convertirse, siempre y cuando sean bien administradas, en instituciones
muy útiles. Pero lo esencial está en la elaboración de reglas de disciplina
adaptadas para ese fin. No pretendo ser un especialista en esta materia; sin
embargo, de acuerdo con las dificultades de semejante empresa, creí
conveniente, para ser útil a las personas con una capacidad superior y que
tendrán que llevar a cabo las investigaciones en este campo, agregar, al
finalizar este libro, un cuadro con principios generales y particulares sobre
los cuales el reglamento deberá fundarse.
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EL ESTADO DE LAS PRISIONES
JOHN HOWARD
Trad. Silvia S. naciff
CAPÍTULO 4
DESCRIPCIÓN DE LAS PRISIONES EXTRANJERAS
Cuando regresaba, en la primavera de 1775,
de un viaje por Escocia e Irlanda, decidí publicar mi descripción sobre las
prisiones británicas. Suponiendo que no sería inútil encontrar puntos de
coincidencia con el extranjero, puse provisoriamente mi manuscrito bajo el
celemín y partí para explorar Francia, Holanda y Alemania. Al regresar, me di
cuenta de que esta primera expedición había sido fructífera: durante todo el
verano de 1776 retomé mi alma de viajero y visité nuevamente las prisiones de
esos países y las de Suiza.
[No detallaré aquí la descripción de cada
una de las prisiones extranjeras inspeccionadas, aunque presenten algunas
particularidades: la exposición sería tan fastidiosa como inútil. No
denunciaría todos los abusos que pude constatar, o sospechar a pesar de las
respuestas evasivas de los conserjes, mi objetivo no es criticar los abusos
cometidos en las prisiones extrajeras, menos aún corregirlos.]
Prometí, al terminar la primera edición de esta obra, que si las
reformas legislativas estaban seriamente comprometidas en favor de las
prisiones, retomaría mi alma de peregrino para realizar un tercer periplo
penitenciario por las posesiones prusianas, austriacas y por las ciudades
libres de Alemania. Fue lo que hice en el año 1778, llegando hasta Italia y
aprovechando para visitar una vez más las prisiones de los países ya recorridos.
Tuve en cuenta, en la segunda edición de 1780, observaciones que había
recogido, pero decidí continuar todavía mis exploraciones en vista a la
presente edición. En 1781, visité nuevamente Holanda y algunas ciudades
alemanas, realizando ese mismo año algunas incursiones en las capitales de
Dinamarca, Suecia, Rusia y Polonia. En 1783, fui hacia Portugal y España,
recorriendo otra vez Francia, Flandes y Holanda. En la presente edición, reuní
los elementos informativos suplementarios recogidos con mis anteriores
observaciones. Quedaré satisfecho al precisar, plenamente consciente, lo que
puede tener de superficial un simple diario de viaje, traté de paliar este
inconveniente cristalizando permanentemente mi atención sobre el único objetivo
de mis peregrinajes, el mundo de las prisiones.
[En las páginas que siguen, seguiré el
orden cronológico llevado a cabo en mis visitas. Mi primera etapa fue]
FRANCIA
Las principales prisiones de París (o de
sus alrededores) son la
Conserjería , el Grand y el Petit Châtelet, [el Fort l’Évêque]
Fort-l'Évêque y Bicêtre. Durante mi
visita realizada en el año 1783, las dos prisiones más vetustas y horribles a
causa de las celdas, el Petit Châtelet y For-l’Évêque, fueron demolidas. Los deudores son enviados actualmente a una prisión
nueva, el Hôtel de la Force ,
los criminales fueron encarcelados en la Conserjería y en el Grand Châtelet. La
declaración real del 30 de agosto de 1780, que previó esos cierres, contiene
las disposiciones más humanas y más claras que puedan existir en materia de
organización de las prisiones. Prevé la
construcción de enfermerías grandes y aireadas, celdas individuales, así como
la separación de prisioneros según el sexo y en diferentes clases, un patio
reservado a cada una de las clases; además ordena la desaparición total de
celdas subterráneas, basándose en el principio de que los hombres presumidos
inocentes no deben sufrir un castigo riguroso.
[A la pregunta que hice, casi
permanentemente: ¿el guardia o el conserje viven en el lugar?, siempre me
respondieron afirmativamente.]
Para poder acceder a la mayoría de las
prisiones de la capital francesa, es necesario pasar tres o cuatro puertas o
rejas que miden de cuatro a cuatro y medios pies de alto, separadas entre sí
por un pequeño patio. La última reja está, algunas veces, equipada con un
molinete. El número de rejas, los pasajes angostos y los molinetes que tuve que
atravesar, después de haber demostrado que tenía carta blanca, son los mejores
medios para evitar evasiones.
[Cada prisión] La mayoría de las prisiones disponen de un plantel de cinco o seis
carceleros: dos o tres controlan el pasaje por las puertas y rejas, uno
permanece de servicio en el patio de hombres, teniendo por misión evitar las
conversaciones, con el fin de impedir complots o preparativos de evasiones (a
lo que los carceleros franceses se muestran muy atentos), otro carcelero tiene
a su cargo la vigilancia del patio de las mujeres; el último está ausente o con
permiso. Todos los carceleros tienen permiso de salir, uno a la vez y bajo esta
condición organizan su trabajo como mejor les place. Está estrictamente
prohibido, bajo pena de puniciones severas, recibir, bajo ningún pretexto,
alguna gracia de parte de los prisioneros. El guardia asegura su mantenimiento
y les entrega, [bajo el control directo del adjunto del fiscal general, un
salario que ronda en las veinticinco libras por trimestre] por los menos cien libras por año.
[Fue para mí una gran sorpresa, no
encontrar prisioneros con grilletes] Ninguno
de los prisioneros se encontraba en el patio con grilletes. El guardia
debe, para poder hacerlo, y de acuerdo
con lo que me dijeron, obtener la autorización de un juez. Sin embargo,
algunas prisiones ocultan más criminales que cualquier prisión londinense.
Durante mi primer viaje, la cantidad de prisioneros había crecido después de
los motines por hambre. El lector coincidirá conmigo en que el encierro se
acepta mejor (y las cadenas no son tan necesarias) cuando las prisiones están
dirigidas de manera más simple. La simple apariencia de los prisioneros
testimonia las atenciones de las que son objeto en la mayoría de las prisiones
francesas.
Los patios de recreo están casi en su
mayoría adoquinados y se los lava tres o cuatro veces por día. Es difícil
concebir hasta qué punto esta simple operación contribuye a refrescar la
atmósfera de las piezas superiores, hecho que noté más de una vez al visitar
las habitaciones, y un inglés, que tenía la desgracia de estar encerrado, me
dijo que compartía esta misma sensación. Sólo muy pocas veces respiré en una
prisión francesa ese olor insoportable que se extiende en la atmósfera de casi
todas las prisiones inglesas. A veces me sorprendí al ver que los patios eran
los lugares más limpios de la capital francesa. Esto se explica por la gran
cantidad de carceleros empleados y la proximidad con el río en que se
encontraban la mayoría de los establecimientos.
La separación entre las distintas categorías de prisioneros no está
siempre asegurada, a veces, se alojan unos con otros. El guardia del Petit
Châtelet debió abrir una celda separada para recibirlos.
Los prisioneros, especialmente los de
derecho común, asisten diariamente a misa, en compañía del guardia y de
[carceleros] un carcelero; a algunos
se los dispensa de asistir, especialmente a los protestantes. Durante todo el
oficio está prohibido el acceso a la prisión.
Para evitar que los criminales condenados,
de los cuales la mayoría perdió todo pudor, se conviertan en preceptores del
crimen jactándose de sus fechorías ante los prisioneros más jóvenes o menos
sumergidos en el vicio, a los condenados a las galeras se los envía a una
prisión reservada para ellos, a la prisión de
la Tournelle , cerca del Puerto de San Bernardo,
allí se los encierra hasta el momento en que sean bastante numerosos como para
formar una cadena. Durante ese tiempo,
se los marca con un hierro candente. Algunos de ellos permanecen allí
muchos meses, pero la pena comienza a contarse a partir de los dos días
posteriores a su condena. Tomé conocimiento de que unos doscientos presidiarios
habían sido enviados a Marsella y a Toulon ,una o dos semanas antes de mi
llegada en 1776. Durante mi visita en el
año 1778, sólo había quince presidiarios, atados de a dos. En 1783, conté
noventa y tres. Reciben todos los días una libra y media de pan blanco, una
media libra de carne y sopa. Los días viernes, a la sopa, se le agregan
legumbres. Durante su viaje y, hasta llegar a la prisión, la ración cotidiana
es de dos libras de pan, media libra de carne, una pinta de vino, más un cuarto
de libra de queso, o dos huevos. Todos los 25 de mayo y los 10 de septiembre,
parten junto con los presidiarios provenientes de distintas provincias desde
París hacia los presidios de Marsella, Toulon, Brest, etc. De acuerdo con los
datos recogidos, en mayo de 1778, ciento sesenta y tres presidiarios dejaron la
prisión parisina.
Con el propósito de evitar un acto
desesperado, el criminal condenado a muerte por una jurisdicción inferior no
pierde todas las esperanzas: su apelación es sistemáticamente recibida por el
Parlamento, que puede confirmar o impugnar la primera sentencia; en el primer caso
al prisionero no se le informa sino hasta la mañana misma de la ejecución, casi
al mismo tiempo en que se imprime y se vende en las calles la decisión
judicial. Las ejecuciones se llevan a
cabo durante la tarde, la última a la que asistí tuvo lugar bajo la luz de
antorchas, pero el criminal fue llevado hasta el cadalso cuando estaba
moribundo a causa de las torturas recibidas.
Las celdas y los dormitorios permanecen
abiertos del primero de noviembre hasta Pascuas, desde las siete de la mañana
hasta las seis de la tarde, a partir de la noche de Pascuas y hasta el primero
de noviembre desde las seis de la mañana hasta las siete de la tarde. Las
puertas de los deudores permanecen abiertas una hora más, con el fin de que
esos prisioneros puedan permanecer en los patios sin mezclarse con los
prisioneros de derecho común. Estos últimos son retirados de sus dormitorios a
hora muy temprana, porque la experiencia ha probado que una permanencia
prolongada en la cama favorece el escorbuto y otras enfermedades. Las mujeres
están completamente separadas de los hombres.
[Fui testigo de que, cuando en la prisión
sólo hay un patio, tal el caso de la Conserjería , las mujeres salen desde el medio día
hasta las dos de la tarde, los hombres permanecen encerrados en sus celdas durante
todo ese tiempo. El patio de la
Conserjería mide cincuenta y cinco por treinta y ocho yardas,
compuesto por tres pequeños espacios y por una superficie mayor. Antes del
incendio ocurrido en 1776, esta prisión era la más grande de París; el Grand Châtelet,
con unos trescientos setenta y un prisioneros, es hoy la mayor prisión de la
ciudad. Las enfermerías de la
Conserjería y del Petit Châtelet están en un piso superior,
lo que es muy ventajoso, un carcelero me explicaba, «el aire aquí es más puro y los riesgos de epidemias menores». Las
enfermerías tienen un patio para los hombres y otro para las mujeres.]
La bienvenida está totalmente prohibida. El
prisionero que exija un regalo de un recién llegado, bajo cualquier pretexto,
que esconda la ropa del mismo o le haga pasar un mal momento, será penado con
quince días de encierro en una celda solitaria y oscura. Los insultos, los
golpes, etc., se reprimen de igual forma.
Los prisioneros de derecho común reciben
por día una libra y media de buen pan y
sopa. La cocción de la sopa o de cualquier otro plato se hace fuera de
la prisión. Una sociedad que se creó hacia el año 1753, debido a una epidemia
de escorbuto, entrega, todas las semanas, ropa limpia para los prisioneros. La
enfermedad se propagó de las prisiones al Hôtel-Dieu[6]
donde fueron llevados los enfermos. La causa de la enfermedad se atribuye,
generalmente, a la falta de limpieza, los prisioneros usaban la misma ropa
durante meses, los que llegaban con buena salud eran alojados con los otros
prisioneros. El hospital de St. Louis, recibió hasta ochocientos enfermos de
escorbuto, que habían sido transportados del Hôtel-Dieu. El abad Bretón se
consagró, en ese momento y llegó a reunir fondos destinados al cambio semanal
de los prisioneros del Grand Châtelet. En la prisión, la epidemia fue
instantáneamente controlada. Un grupo importante de personas reorganizó la
sociedad creada por el abad Bretón: el Rey y la Reina contribuyeron, para
que la ropa fuese entregada a unos setecientos prisioneros reagrupados en
cuatro prisiones, a partir de un stock de cinco mil camisas. Los prisioneros
más viejos se encargan de cuidar la ropería y reciben una paga de parte de la
sociedad[7].
Existen muy pocas prisiones que cuentan con el beneficio de una «Tesorera» o
«Dama de caridad», persona de un cierto rango que asiste a los enfermos
procurándoles calor y ropa; esta mujer visita también las celdas y presta
múltiples servicios al conjunto de los prisioneros, solicitando que reciban,
dos veces por semana, un plato más de sopa y carne una vez cada quince
días.
Una vez por año, en cada prisión se
organiza, algo así como nuestros «Sermones de Caridad»: la celebración del
culto está abierta al público, seguido de una colecta. Las damas de caridad asisten a la ceremonia; yo estuve presente en la Navidad de 1778, todos los
prisioneros, en esta ocasión, estrenaron ropa.
Los que duermen sobre paja no pagan ningún
gasto de encierro, ni cuando entran ni cuando salen, pero pagan cinco céntimos
diarios para cambiar la paja todos los meses - o cada quince días en las
celdas, dado que los prisioneros salen pocas veces de ellas y nunca se
benefician con un paseo.
[La tarifa de las celdas de pago está
reglamentada. Un prisionero, si quiere obtener una cama, paga diez céntimos al
entrar y salir de la prisión. Es necesario pagar cinco céntimos por día para
dormir solo, tres céntimos para dormir con otro prisionero. En verano el
carcelero cambia la ropa cada tres semanas, en invierno todos los meses. Los
prisioneros que pagan al carcelero, pensión completa sin disponer de un cuarto
particular, desembolsan hasta tres libras por día, pero no pagan nada ni cuando
entran ni cuando salen de la prisión. Los que tienen una habitación particular,
calefaccionada, pagan veinte céntimos más por semana (quince céntimos si la
habitación no tiene calefacción), pero, en verano, tienen derecho a ropa limpia
cada quince días y en invierno cada tres semanas. Los sirvientes del carcelero
están a su servicio. Existe una tarifa para los que tienen media pensión, y finalmente,
algunos prisioneros tienen un cuarto particular pero no pagan pensión[8].]
El primer domingo de cada mes, en la
capilla, el capellán lee todos los reglamentos concernientes a los prisioneros.
Se exponen en lugar visible. El prisionero que es sorprendido rompiendo o
deteriorando esos documentos es pasible de un castigo corporal. Un
administrador o un guardia que cometiere un hecho de esa magnitud será
castigado con una multa de veinte libras,
un carcelero sería despedido.
La disciplina está muy bien controlada,
luego del incendio de la
Conserjería , los prisioneros fueron evacuados ordenadamente y
ninguno escapó. El buen orden se mantiene gracias a los buenos reglamentos:
están prohibidos los propósitos impíos; los guardias y los carceleros no pueden
castigar a los prisioneros[9];
guardias y carceleros no pueden vender vino o alcohol a los prisioneros, todo
exceso, particularmente la embriaguez, están prohibidos. Los guardias que
infrinjan esas disposiciones reciben un castigo de los magistrados, la primera
vez se los multa, en caso de reincidencia, el castigo es más severo.
Los conserjes están autorizados a vender a
los prisioneros, alimentos y otros objetos útiles, pero de acuerdo a una tarifa
establecida por las ordenanzas de la policía (calidad, cantidad, precio).
Los guardias y los carceleros deben
visitar, al menos una vez por día, las celdas. La humanidad, que preside todas
las reglas y prácticas que acabo de detallar, parece haber desertado de las
celdas, sólo me cabe deplorar este hecho. Las celdas permanecen subterráneas y
totalmente oscuras, esos lugares de espanto y horror desafían a la imaginación.
Son pobres seres confinados a permanecer allí noche y día durante semanas,
hasta meses. Los conserjes deben visitar esos lugares, ya lo he dicho, todos
los días, para que el médico y el cirujano puedan ver a un prisionero enfermo y
exigir, en caso de extrema necesidad, que se lo retire de allí.
Un prisionero de cierto rango, hombre por otra parte muy sensible, junto
a quien entrevisté a los guardias, me llevó a reflexionar, en 1778: «Ellos no pagan impuestos y las ganancias no
son para nada despreciables; la ganancia del guardia de la Conserjería es de unas
15.000 libras ;
en el Grand Hôtel y en For-l'Évequê, los guardias ganan 20.000 libras por
año, el de la Abadía
recibe 10.000 libras .
Realmente, agrega mi interlocutor, los
prisioneros no tienen mucho de que quejarse con respecto a estos hombres»
Los magistrados nombran a los guardias. Las candidaturas las propone el
procurador general, que realiza una encuesta de moralidad profunda. Si el
candidato es un hombre honesto, se lo nombra oficialmente, y presta juramento. Los conserjes no intentan oprimir a los prisioneros para cobrar los
gastos producidos por ellos para obtener el empleo; al contrario, no solo el
acceso al empleo es gratuito, sino que a los guardias se los exime de pagar
impuestos.
Los prisioneros por deudas son pocos. Entre
los doscientos dos prisioneros que estaban en la Conserjería en 1778, solamente había seis deudores.
Otras prisiones reciben algunos más, pero nunca son numerosos. Esto se explica
por las leyes inteligentes que tienen. El sargento u oficial de justicia que
arresta a estos prisioneros debe entregar al guardia un mes de pensión, por
adelantado, diez libras, diez céntimos (el precio de la pensión, generalmente,
es algo más elevado en Londres). Además, si la pensión no se paga dentro de los
quince días subsiguientes, el prisionero es dejado inmediatamente en libertad.
El deudor no está obligado a pagar. Todos los gastos judiciales, por ejemplo,
caen sobre el acreedor, inclusive los que se producen por enfermedad o muerte
del prisionero por deudas.
No sólo se aplican buenas leyes, sino que
se preocupan para que se apliquen correctamente. Los adjuntos del abogado
general [visitan] deben visitar las
prisiones una vez por semana, el propósito es asegurarse la exacta aplicación
de las leyes, escuchar las quejas, vigilar que los enfermos sean
convenientemente cuidados, etc. Cinco veces por año, el Parlamento de París
envía a todas las prisiones a dos o tres de sus consejeros, acompañados de un
adjunto general y dos secretarios. Esas visitas se efectúan en Navidad,
Pascuas, Pentecostés, el 14 de agosto, para San Simón y San Judas. En cada
prisión (es exactamente igual en las prisiones extranjeras), una cámara del
consejo está prevista para recibir a los altos funcionarios, este cuarto es
ocupado el resto del tiempo por el guardia en jefe.
Los prisioneros jóvenes, autorizados a
desplazarse en la prisión, son los que anuncian, en todos los cuartos, celdas y
patios, la llegada de la delegación. Los altos funcionarios visitan todos los
rincones del establecimiento, sin la presencia del guardia o de los carceleros.
1. Preguntan a todos los prisioneros las
quejas que tienen para formular contra el guardia o sus ayudantes. Los
prisioneros por orden del Rey están excluidos de esta consulta.
2. Reciben quejas de los prisioneros que
permanecen mucho tiempo detenidos preventivamente.
3. Se informan sobre los prisioneros encarcelados por
deudas inferiores a dos mil libras, y la capacidad de pago para devolver un
tercio de la deuda, y, si es el caso, reciben la suma correspondiente, por
cuenta del acreedor (volveré sobre lo que sucede con los tercios restantes de
la deuda). Los altos funcionarios realizan un pormenorizado detalle de la
inspección, y hacen su exposición ante la asamblea general del Parlamento que
se reúne dentro de los dos días subsiguientes.
En lo que respecta a los imputados
encarcelados durante mucho tiempo, el Parlamento solicita al Ministerio Público
el informe, sobre este tipo de retrasos, a los jueces de jurisdicciones
inferiores, y, eventualmente, les ordena acelerar el procedimiento. Un prisionero absuelto debe ser dejado en libertad dentro de las
veinticuatro horas.
La ley francesa no autoriza al deudor a dar caución
sin mediar acuerdo de su acreedor, salvo, en el caso que indiqué anteriormente,
cuando se trata de deudas inferiores a las dos mil libras, por las cuales el
Parlamento puede intimar al acreedor a aceptar la caución. Se trata de un
procedimiento puramente formal, personas insolventes pueden dar caución a
personas tan insolventes como ellos. Se dice que esta práctica reposa sobre una
costumbre inmemorial que ninguna ley corroboró, el Parlamento toma un fallo
para cada caso en particular. En Francia, la insolvencia no está reglamentada
por ninguna ley.
Los altos funcionarios no escuchan las
quejas de los guardias contra los prisioneros. Cuando un guardia tiene que
quejarse de un prisionero deben dirigirse al jefe de la jurisdicción de la que
depende el prisionero, o al Lugarteniente General de policía (si se trata de un
prisionero por orden del Rey), o al Lugarteniente Criminal, etc.
Un consejero del Parlamento que está
acreditado en cada prisión, recibe el nombre de Comisario de la Prisión ; el Parlamento
designa a un funcionario rico y amable. Las funciones de ese Comisario, que son
perpetuas, pueden compararse a las que realiza la delegación de altos
funcionarios de la que hablé anteriormente. Los prisioneros que interrogué me
dijeron que esos comisarios son muy sensibles ante sus desdichas. Disponen de
igual poder que el que tienen los delegados del Parlamento con respecto a los
prisioneros encerrados por deudas inferiores a las dos mil libras, pero que
sólo hacen uso con extrema prudencia.
La prisión dispone de un patio aireado de cincuenta y cinco por treinta
y ocho yardas, provisto de un agradable cobertizo. Las celdas son oscuras e
insalubres. Recientemente se construyó una nueva enfermería, que ofrece a los
enfermos camas individuales. En mis primeras visitas había, en honor a las
autoridades, una cantina, que posteriormente fue suprimida. Cada vez que visité
esta prisión en 1783, encontré prisioneros tranquilos, diría bonachones[10]
EL GRAND CHÂTELET
Existen, como en la
Conserjería , diferentes tarifas para las celdas de pago. Los
que duermen en cama de paja pagan un céntimo por noche. La prisión cuenta con
ocho celdas que se abren sobre un corredor muy oscuro. En cuatro de ellos, que
miden diez pies ocho pulgadas por seis pies ocho pulgadas, encontré dieciséis
prisioneros, de los cuales dos estaban con grilletes, todos acostados sobre
paja[11].
Esta prisión está reservada a los militares, guardias y deudores de un
rango social alto. Observé, en el primer cuartel de los deudores, que había
sido recubierta una pared de ladrillos con tablas delgadas revestidas con yeso:
así se trata de prevenir las evasiones, porque la menor perforación realizada
en el revestimiento provoca la caída de trozos de yeso en el patio del guardia.
La prisión cuenta con seis celdas donde se apilan, según los dichos del
guardia, hasta cuarenta prisioneros.
L' HÔTEL DE LA FORCE
La prisión recibe deudores, vagabundos, desertores y delincuentes
menores, comenzó a funcionar a partir del mes de enero de 1782. Es una
construcción amplia y aireada, dispone de varios patios separados para los
hombres, las mujeres y las distintas categorías de prisioneros. Los patios
están limpios y con provisión de agua. Los deudores eran setenta y ocho hombres
y once mujeres. El precio del alquiler (entre cinco y treinta céntimos la
noche) se encontraba publicado en la puerta de las habitaciones, pero hay
celdas para los insolventes: los que reciben una libra y media de pan y sopa
todos los días[12].
La prisión tiene dos capillas y dos
enfermerías muy aireadas, como también una tienda de boticario bien surtida que
provee de medicamentos a todas las prisiones parisinas. El personal está
compuesto por catorce llaveros: doce están de servicio en distintos lugares,
pero pueden prestar auxilio en caso de amotinamiento o de dificultad; en el
patio de los hombres, se desplazan en parejas. El 17 de mayo de 1783, había
doscientos setenta y un prisioneros, todas las categorías mezcladas, entre los
que se encontraba un número importante de desertores.
La ordenanza del parlamento del 19 de febrero de 1782, que enumera los
veintinueve artículos del reglamento en vigencia en ese establecimiento, se
lee, en las capillas, a todos los prisioneros el primer domingo del mes; se
coloca sobre las puertas de las capillas
así como en un lugar bien visible dentro de la prisión[13].
SAINT-MARTIN
La prisión de Saint-Martin es exclusiva para mujeres de mala vida, las
que no permanecen allí más de quince días. Tiene seis celdas de pago que se
alquilan a seis libras por mes y cuatro salas con camas de paja. Tres celdas
llamadas «secretas» se reservan para los indisciplinados. El patio es
pequeñísimo. Sin embargo, conté, en mi primera visita, más de ciento quince
prisioneros apilados en las celdas. Las celdas subterráneas y húmedas ya no se
utilizan.
SAINT-ÉLOI
Esta prisión de mujeres se encuentra en un lugar densamente poblado.
Encontré treinta y ocho prisioneras, algunas de las cuales hacía más de tres o
cuatro años que estaban encerradas. Todas tenían enfermedades cutáneas, algunas
cruelmente infectadas. La prisión no tiene patio. Cada prisionera recibe una
libra y media de pan y, gracias a la caridad de ciertas personas, sopa cuatro
veces por semana.
HÔTEL DE
VILLE
En dos celdas se encontraban dos hombres y una mujer.
BICÊTRE
Bicêtre está situada en un terreno alto a
unas dos millas de París. Sería una prisión inmensa si el establecimiento sólo
se utilizase como prisión. Pero Bicêtre es para los hombres lo que [el Hospital
General] la Salpêtrière es
para las mujeres. Entre los cuatro mil prisioneros que se encuentran en
Bicêtre, menos de la mitad son prisioneros de derecho común. La mayoría de la
población está compuesta por pobres, que llevan un traje rústico, color marrón,
y están en un estado tan lastimoso como el que muestran nuestros pobres dentro
de las casas de trabajo; Bicêtre recibe también locos y enfermos venéreos.
Están separados unos de otros, y el establecimiento cuenta con locales y patios
distintos para cada uno. [Los] Algunos
prisioneros de derecho común están encerrados en pequeñas habitaciones de unos
ocho pies y medio, con ventanas de tres y medio por dos pies provistas con
rejas, la mayoría sin vidrios. [Pude contar, teniendo en cuenta el número de
ventanas existentes sobre una fachada, que debía haber unas quinientas
habitaciones]. Hay doscientas noventa y
seis habitaciones, cada una con un solo prisionero [que paga una pensión de
doscientas libras anuales]. Los restantes prisioneros se encuentran amontonados
en dos grandes habitaciones llamadas la Fuerza , que se encuentran del otro lado del patio
de paseo llamado Patio Real. En 1778,
eran más de doscientos. El amontonamiento y la ociosidad llevan a una gran
corrupción de costumbres. Muchos de
esos hombres explicaron, en sus lechos de muerte, su decrepitud debida a los
ejemplos perniciosos que habían visto y a las instrucciones detestables
recibidas.
Arriba de esas dos habitaciones, se
encuentra una enfermería general, y, en el piso superior, existe una enfermería
reservada a los enfermos de escorbuto, enfermedad tan frecuente como mortal
entre los prisioneros. Los prisioneros
contraen el escorbuto durante el primer o segundo año posterior a su llegada,
el origen se debe al confinamiento donde se los tiene: a ningún prisionero le
está permitido salir de la sala donde se encuentra detenido. La mayoría pierde
el uso de sus miembros. Los admite al
salir de allí, el hospital St. Louis,
donde encontré a muchas de las miserables criaturas.
Ocho espantosas celdas de dieciséis pies de
profundidad fueron cavadas en el medio del Patio Real. Cada una, de trece pies
de largo por nueve de ancho, cerrada por dos pesadas puertas: tres cadenas
sujetas a la pared y un conducto de piedra taladrado en un rincón, permite la
aireación. Tuve realmente tantas dificultades para que me abran esa puerta que
imagino, sin temor a equivocarme, que debo ser el primer extranjero al que se
le permitió la entrada: el lector deberá perdonarme por haber proporcionado
tantos detalles sobre ese punto.
Los prisioneros fabrican cajas de paja,
mondadientes, etc. que venden a los visitantes. Observé a esos hombres con
mucha atención y encontré en sus miradas una inmensa melancolía; algunos
parecían muy enfermos. Esta prisión parece peor administrada que las de la
ciudad: muy sucia, ninguna habitación tiene chimenea; muchos prisioneros
murieron en el transcurso del riguroso invierno de 1775.
Disponer de agua en cantidades suficientes
es una necesidad primordial, después de cavar un pozo de piedra se convirtió en
una curiosidad. Fue realizado en 1735, mide quince pies de diámetro y unos
setenta de profundidad. Dos cubetas con una capacidad de un moyo cada una [son]
eran, durante mis primeras visitas, levantadas
por dos caballos y vaciadas en un recipiente de sesenta y cuatro pies cuadrados
de superficie por nueve pies de profundidad. Cada cinco minutos se levantaba un
balde, durante dieciséis horas diarias, domingos incluidos, doce caballos se
sucedían, de a tres, que levantaban alrededor de quinientos moyos.
Los franceses están hoy convencidos de que es una mala política encerrar
a la gente y mantenerla ociosa. Han decidido, últimamente, poner a trabajar a
los prisioneros de Bicêtre. En 1783, se reunieron ciento ochenta prisioneros,
en tres talleres en los que pulían vidrios, mientras que setenta y dos,
repartidos en tres equipos, sacaban agua del pozo, cada hora se cambiaban los
equipos que trabajaban cinco horas diarias. Sacan dieciséis baldes en una hora,
cerca de doscientos cuarenta baldes por día, y se pagan diez céntimos y medio
cada balde[14].
Los prisioneros me parecieron más saludables que los encontrados en mis visitas
anteriores.
[EL HOSPITAL GENERAL] LA
SALPETRIÈRE
[El Hospital General] El
gran hospital de la
Salpetrière , cercano a la capital, recibe más de
cinco mil mujeres y jóvenes, éstas últimas se dedican al bordado fino. Allí
hay muchos pobres, que están bajo las órdenes de una comunidad religiosa. El
visitante sólo puede encontrar prisioneras de derecho común, que se encuentran
separadas de las otras pensionistas y
que, la mayoría está desocupada. Durante mi última visita, había ochocientas
veinte prisioneras, la mayoría retenidas, esperando la llegada de sus padres o
de parientes cercanos. Muchas estaban
alojadas en piezas de seis pies diez pulgadas por cinco pies siete pulgadas.
La casa tiene tres enfermerías, de las
cuales, dos cuentan con camas individuales; pero, la tercera, reservada a
delincuentes, estaba superpoblada y había tres jóvenes por cama. [Aunque la
organización es igual, esta casa es más limpia y me pareció mejor administrada
que la de Bicêtre.] Gracias a la
estrecha vigilancia de las monjas, la casa se mantiene en un excelente estado
de limpieza y tranquilidad.
Algunos de mis lectores, desearían, supongo, disponer de informaciones
confiables sobre la célebre fortaleza. Estoy contento de poder satisfacer hoy
sus deseos, gracias a un panfleto escrito, en 1774, por una persona que sufrió,
una larga detención en la
Bastilla y que representa, según la opinión de todos, el
mejor testimonio jamás escrito sobre esta prisión: testimonio difícil de
conseguir, porque la venta de la obra está prohibida en Francia, bajo pena de
quedar expuesto a los castigos más severos. Extraje los detalles materiales que
permiten describir precisamente la
Bastilla , el plano que suministré fue sacado de la obra en
cuestión.
«Ese
castillo es una Prisión del Estado; compuesta por ocho torres muy resistentes,
rodeada de un foso de ciento veinte pies de ancho. Tiene su entrada sobre el
extremo de la calle S. Antoine; contiene un puente levadizo y enormes rejas que
llegan hasta el patio de la casa de gobierno. Detrás se encuentra un puente
levadizo, terminado por un gran cuerpo de guardia separado del patio por una
gran barrera construida con gruesas vigas recubiertas de hierro. Este patio
tiene ciento veinte pies de largo por cuatrocientos veinte de ancho. Encierra
una fuente, seis torres de la prisión la rodean, unidas entre ellas por una
pared de piedras de diez pies de espesor. En el fondo de ese patio hay otro
cuerpo del edificio pero moderno, que lo separa del patio de pozos, el que
tiene una longitud de cincuenta pies por un ancho de menos de la mitad; los
otros dos patios son contiguos.
En la cima de esas torres hay una
plataforma rodeada de terrazas, sobre las que algunas veces se permite que los
prisioneros paseen, acompañados por los guardias. Sobre esta plataforma hay
trece cañones que se escuchan los días festivos. En el cuerpo del edificio está
la cámara del consejo, las cocinas, las oficinas, etc. Encima se encuentran las
habitaciones para los prisioneros distinguidos; el lugarteniente del rey tiene
su habitación encima de la cámara del consejo. En la torre de los pozos, hay un
gran pozo que le dio el nombre, y se usa para la cocina.
Las celdas de la torre de la
libertad se extienden debajo de la cocina y de las oficinas. Cerca de esta
torre, en la planta baja, se encuentra una pequeña capilla. Sobre la misma
pared que la sostiene, hay cinco nichos o pequeñas cabinas, en las que los prisioneros
entran uno después del otro para escuchar misa, y donde no pueden ver ni ser
vistos.
Las celdas que se encuentran bajo
las torres exhalan un olor insoportable y dañino; son asilo de ratas, de sapos
y de otros animales repugnantes. En el ángulo de esas celdas, hay un catre de
campaña, hecho con planchas colocadas sobre barras de hierro adosadas a la
pared. Estas últimas son oscuras; no hay ni ventanas ni aberturas para que
entre aire y luz; tienen doble puerta, cuyo interior está rodeado de hierro y cargadas
con picaportes y pesados pistillos.
De las cinco clases de habitaciones
que tiene esta prisión, las más horribles, después de las celdas, son las que
tienen las jaulas de hierro. Hay tres. Esas jaulas están hechas con vigas
recubiertas de gruesas placas de hierro, y tienen ocho pies de largo por seis
de ancho.
Los casquetes o habitaciones, que se
encuentran en lo más alto de las torres, son un poco más tolerables. Tienen
ocho arcadas realizadas en piedras labradas; allí, un ser humano sólo se puede mover
agachándose y sólo puede caminar en el medio de la celda. Entre una arcada y
otra, hay un pequeño espacio donde sólo cabe una cama. Las ventanas están
hechas en una pared gruesa de diez pies y cerradas exterior e interiormente con
rejas de hierro, que sólo dejan entrar una débil luz. Durante el verano, el
calor es excesivo; y el frío, durante el invierno, no es menos excesivo. Pero
tienen estufas.
Casi todas las otras habitaciones de
las torres son octógonos de alrededor de veinte pies de diámetro, y con una
altura de catorce o quince pies. Son frías y húmedas; cada una tiene una cama
de sarga verde, y todas están numeradas. A los prisioneros se los llama por el
nombre de la torre en la cual se encuentran, y por el número de su habitación.
Un cirujano y tres capellanes
residen en ese castillo. Si entre los prisioneros especiales, hay algunos muy
enfermos, se los deja salir de allí, para que mueran fuera de la prisión. Los
que mueren en su encierro, son enterrados en el cementerio de la parroquia de S.
Paul, con el nombre de sirvientes.
Un extranjero encerrado allí, fundó
una biblioteca; murió a comienzos de siglo. Algunos prisioneros pueden usar los
libros que él había reunido.
Uno de los centinelas que cuida la
parte interna del castillo, durante todo el día y durante toda la noche, a cada
hora, hace sonar una campana, para recordar que están vigilando; y las rondas,
que se realizan en el exterior, hacen sonar otra cada cuarto de hora.»
Creí oportuno citar extensamente este testimonio con el fin de que el
lector pueda sentir cuán importantes son y de qué manera deben respetarse los
principios de una constitución libre como la nuestra, gracias a los cuales un
despotismo igual es absolutamente imposible, despotismo que dio un nombre tan
importante a la Bastilla[15].
[Algunos de mis lectores estarán ávidos de
tener informes serios sobre este establecimiento.] Quise entrar personalmente en la fortaleza. Todo lo que puedo
decir, luego de haber llamado fuertemente a la primer puerta, es que me dirigí
rápidamente sobre el puente levadizo, en
medio de la guardia, antes de llegar a la entrada del Castillo.
[Contemplé durante algunos instantes ese edificio circular, rodeado de un foso
profundo: las ventanas no dan al exterior, pero sí sobre pequeños patios. No sé
si los prisioneros del Estado están autorizados a tomar aire; si esto es así
deben hacerlo en las terrazas, rodeadas de parapetos altos.] Mientras
contemplaba este oscuro edificio, un oficial que salía se sorprendió al verme y
me obligó a desandar el camino. Pasé nuevamente delante del cuerpo de guardia y
reencontré la libertad, estado al que aspiran, sin mucha esperanza, muchos de
los prisioneros encerrados en esos muros.
Muchos de mis lectores podrán suponer,
conociendo la severidad de las prisiones francesas, que las demás prisiones son
tan inaccesibles como lo es para el visitante extranjero la Bastilla. Efectivamente ,
mi primer tentativa para entrar al Grand-Châtelet, no tuvo éxito. La suerte me
hizo descubrir el artículo 10 de la ordenanza de 1717[16],
que invoqué ante el Comisario de la
Prisión al que me enviaron; de esta manera pude entrar no
solamente en esta prisión sino además en el Petit-Châtelet y en [Fort l'Évêque]
For-l'Évêque, donde tuve la suerte
de reencontrar a casi todos los individuos, allí encerrados.
HOSPITALES
Nunca visité hospitales peores que los hospitales de St. Louis y el
hôtel-Dieu. Estaban tan superpoblados, que los enfermos se apiñaban cinco o
seis por cama, algunos agonizaban.
L'hôtel-Dieu está ubicado en la parte más densamente poblada de la
ciudad[17].
Los edificios recientemente construidos están ubicados más abajo. En 1783, los
locales estaban más limpios que durante mis visitas anteriores, pero los
enfermos del barrio St. Charles, al igual que las mujeres, dormían dos o tres
por cama[18].
El hospital
St. Louis se encuentra fuera de la ciudad. Se accede a construcciones sobre un
solo nivel luego de haber subido una gran pendiente. Los locales son sucios y
ruidosos, hay tres enfermos por cada cama. Pude conocer el estado de los
enfermos durante mis visitas en el año 1783:
HOSPITALES
|
||||
Hôtel-Dieu
|
St. Louis
|
|||
6 de mayo
|
1709
|
662
|
||
16 de mayo
|
1707
|
694
|
||
20 de mayo
|
1657
|
660
|
||
21 de mayo
|
1708
|
661
|
||
Cantidad en 1782
|
21484
|
3898
|
||
Fallecidos
|
3899[19]
|
899
|
||
Felizmente, al lado de esos dos lugares horribles que la desfiguran,
París posee muchas otras instituciones caritativas honoríficas,a cuyo ejemplo
debería servir para todos.
Para los hombres, el Hôpital de la Charité , es uno de los mejores de la capital.
Tiene doscientas tres camas, una construcción nueva, de veintiséis pies y medio
de ancho, se encuentra casi terminada. Los enfermos duermen solos, se les da
camas de color verde, y visten uniforme verde. Acaba de acondicionarse un lugar
de paseo sumamente agradable. Cada cama que debe comprarse, se transmite por
herencia. Una cama cuesta, me dijo un cura, 12 000 libras . Todas
las camas están permanentemente ocupadas. Salvo tres o cuatro que están siempre
reservadas, es posible comprar a su propietario una cama. El hospital honra a
la orden de St. Jean de Dieu: los hermanos duermen en el primer piso, lo que es
considerado por mí un error, dado que se mantienen las ventanas casi siempre
cerradas.
Los hermanos de St. Jean de Dieu tienen además a su cargo el Hôpital des
Convalescents. Comprende un vestíbulo con piso de ladrillos con veintiuna camas
y un comedor adyacente donde los enfermos, que permanecen allí ocho días,
reciben cuatro comidas diarias, a las seis, a las nueve, a las doce y media y a
las diecinueve horas. Se sirve carne y vino todos los días, salvo el viernes
santo. Espero que los médicos franceses acepten rápidamente la idea de que las
salas deben ser lavadas y no sólo rociadas con agua.
El Hôpital des Petites-Maisons se encuentra en el centro de un parque,
consta de pequeños pabellones que reciben a los viejos y enfermos de ambos
sexos; habitaciones especiales se reservan para los locos. Los enfermos duermen
en seis grandes salas con trece camas; una séptima sala con cuarenta camas no
ha sido todavía inaugurada. Los cuidados los prodigan las religiosas con la
amabilidad que las caracteriza. Todo está prolijo y limpio y esto me incitó a
multiplicar mis visitas en ese admirable lugar.
Los ricos compran una habitación o una cama de enfermo que destinan a
sus sirvientes de edad o a sus amigos necesitados.
El hospital de la
Señora Necker es un claro ejemplo de lo que se puede hacer
con la caridad privada. Acoge setenta hombres y sesenta mujeres, que reciben
los cuidados de catorce religiosas. Hay un servicio médico y otro quirúrgico.
Sugerí que las salas del sector hombres merecería estar lavadas, pero no me
escucharon.
Se encontraban, en el Hôpital des Incurables, alrededor de cuatrocientas
personas la mayoría de edad avanzada y enfermas, todas vestidas con un uniforme
impecable, gris para los hombres y negro para las mujeres. Cada pensionista
dispone de una cama, de dos sillas, de una mesa y de un armario. Los tejidos de
los muebles se cambian dos veces al año, son de lana verde durante el invierno
y de lino blanco durante el verano; en esas ocasiones se lava la casa
íntegramente; las salas de la planta baja dan sobre un gran jardín. La comida
es buena, la sirven las catorce religiosas encargadas del establecimiento. El
lugar costaba hasta hace poco una 10.500 libras , precio que acaba de aumentar a 12.000 libras .
El
hôpital des Quinze-vingts fue fundado en 1260 para recibir a trescientos
ciegos. Hasta hace poco tiempo esas personas tenían autorización para mendigar
en las iglesias, pero últimamente, gracias al amparo del Cardenal de Rohan y al
aumento sustancial de las rentas, los ingresos alcanzan para cubrir los gastos
y una ordenanza del 14 de marzo de 1783 ratificó una situación presupuestaria
equilibrada. Los pensionistas están divididos en tres categorías: los solteros,
que reciben veinte céntimos por día, los casados, que cuentan con veintiséis
céntimos diarios, y los viudos con veintidós o veintitrés años de matrimonio
perciben treinta y seis céntimos; las pensiones se entregan mensualmente. A
cada pensionado se le entregan tres libras de sal por año, repartidas en tres
veces. Se da a los necesitados con qué calefaccionarse. Los padres reciben dos
céntimos diarios por cada hijo, además de un subsidio por enviarlos al colegio.
Los pensionados tienen entera libertad para salir, recibir amigos, etc. Los que tienen familia a su cargo llegan a
fin de mes manteniendo pequeños negocios. Durante mi visita del año 1783, la
tercer categoría contaba con unos cincuenta y dos individuos. El reglamento
está expuesto en distintos lugares de la casa. Dos celdas están previstas para
alojar a los indisciplinados.
En la casa existe una enfermería en la que oculistas atienden consultas
y enseñan su arte dos veces a la semana, a las personas capaces de poner en
práctica sus consejos. Cada año se premia a la mejor disertación consagrada a
las enfermedades oculares. Este hospital es un lugar de privilegio, dotado de
una capilla en la cual se celebran permanentemente oficios religiosos.
El
hospital des Enfants-Trouvés se encuentra cerca del Hôpital-Dieu. Los niños
disponen de cunas impecables y de ropa inmaculada. El 21 de mayo de 1783,
solamente cincuenta individuos se encontraban en el lugar ya que a los niños se
los envía al campo poco tiempo después de que han sido abandonados. Permanecen
allí cuatro o cinco años antes de regresar al hospital: a la mayoría de las
niñas se las envía a la
Salpêtrière , las que quedan reciben a los varones en el
suburbio St. Antoine. Durante mi última visita eran unos 450 los que
permanecían en esa situación. Cada mes se lleva un detalle del estado de
situación de la población de esos niños: el 1 de mayo de 1783 su número era de
3787.
PROVINCIAS
En relación con las
prisiones capitalinas, las prisiones de provincia no presentan nada especial,
ni para bien ni para mal. Se encuentran allí mujeres caritativas que se
preocupan por controlar si las prisioneras reciben alimentos y donaciones
suplementarias. Sin embargo, esas prisiones no parecen tan bien vigiladas como
lo están las de París, mientras que las disposiciones del Parlamento, establecidas
el mismo año, 1787[20],
se aplican, con algunos matices, en iguales términos. Ambos textos fueron
redactados con buen sentido y se basan en un conocimiento profundo de un objeto
tan complejo. Muchos de esos artículos se encuentran en legislaciones extranjeras,
pero sería incapaz de decir si las ordenanzas francesas sirvieron de
inspiración o fue a la inversa.
El artículo 32 de la
ordenanza para las provincias establece que las prisiones se ubicarán siempre «en la planta baja»[21],
a nivel del piso. Sin embargo, tanto en Challons como en otras prisiones, vi un
gran número de prisioneros pudrirse en celdas más grandes, es cierto, pero para
nada mejores.
LYON
En junio de 1776,
encontré en la prisión de Joseph de Lyon (un viejo convento) veintinueve
prisioneros pudriéndose en celdas horribles, con un calor tan agobiante que
algunos sólo portaban sus camisas; ninguno parecía en buen estado de salud,
algunos daban la sensación de estar muy enfermos. Ciento veintiocho
prisioneros, de entre los cuales encontramos veintidós mujeres, permanecían
detenidos en las restantes nueve habitaciones de la casa.
Para acceder a
Pierrecize, prisión del Estado de Lyon, es necesario subir no menos de
ochocientos escalones. Me senté en medio de los pocos prisioneros que se
encontraban y pude hablar con uno de ellos que me relató que estaba en su
decimoquinto año de encierro.
Tal vez me reprocharán
detenerme demasiado en Francia. No puedo, sin embargo, dejar ese país sin
detenerme un tiempo en Lyon, para poder hacer una breve descripción del
hospital de esta gran ciudad, el mejor
que me ha tocado ver en Francia.
HÔTEL-DIEU
El hôtel-Dieu se
encuentra a orillas del Ródano. La construcción principal tiene forma de cruz,
cada lateral tiene trescientos pies de largo. Las dependencias tienen treinta y
dos pies de ancho y veinticinco pies de alto, las aberturas con vidrios en sus
dos terceras partes, están realizadas en las vigas del techo superior; muchas
salas cuentan con dos ventanas. Tres hileras de camas de hierro se alinean en
cada sala. Un altar octogonal, dispuesto sobre la cúpula central, puede verse desde todas las salas. De igual
modo, todos los ocupantes pueden escuchar los rezos realizados dos veces al
día. El edificio principal recibe a los enfermos con fiebre. Otras salas reciben
a las mujeres que van a dar a luz, a los heridos, a los niños encontrados, a
los locos, cada categoría se encuentra separada una de otra y una sala está
reservada para las operaciones quirúrgicas. Los edificios dispuestos en cruz
están tan aireados que se encuentran preservados de contagio; en pocas
palabras, el hospital ofrece «Habitaciones de convalecencia», separadas de los
otros edificios, que son más grandes y más altos y que son todavía más aireados
y más agradables que las otras habitaciones. A las personas curadas se las saca
de allí para recuperar mejor sus fuerzas. Todos los individuos que encontré me
dijeron que ellos allí se sentían muy bien; disponen de un comedor, o
vestíbulo, donde bajan para tomar los alimentos. Este lugar es muy útil y
parece ser una excelente precaución contra las fiebres héticas o lentas, de las
que se quejan tan a menudo los médicos de nuestros hospitales. De allí mi
insistencia sobre este punto particular[22].
Todo en el hospital está limpio y tranquilo. Están dedicados a la casa: ocho
capellanes, nueve médicos y cirujanos y doce religiosas; éstas pertenecen a una
orden religiosa, llevan un uniforme inmaculado y están encargadas de preparar y
administrar los medicamentos prescriptos - disponen de una farmacia que ocupa cinco
o seis habitaciones, tan perfectas y
delicadas como es imposible imaginar. La fachada es tan linda que encontré oportuno adjuntar un grabado para
ilustrar mi descripción.
BORDEAUX
La prisión del hotel de la ciudad tiene tres celdas con veintisiete
escalones. Allí se encontraban, el 27 de abril de 1783, quince prisioneros
encadenados, que me comunicaron que nunca veían el exterior. Cuatro escalones
más abajo, diez hombres se encontraban en dos celdas mientras que una mujer
estaba sola en otra. La planta baja estaba reservada para los delincuentes
menores. En la prisión del Palacio, los hombres se encontraban en el patio que
visité. Constaté que las ventanas de las dos salas reservadas a las mujeres
daban (desgraciadamente) a la calle.
La
prisión está instalada en un antiguo convento. Las habitaciones se encuentran
muy limpias. Cuando entré en la sala, las veinticuatro mujeres que allí se
encontraban, ocupadas en trabajos de costura, cubrieron sus rostros con un
velo.
El
gran Hospital está ubicado en un populoso barrio de la ciudad. La edificación
forma un cuadrilátero, el cuarto de los hombres se encuentra en el primer piso.
Las mujeres están alojadas en la planta baja, en tres alas de la construcción:
una para las enfermas, una para las heridas (el ala de cirugía) y la última
para las que padecen enfermedades graves. Las camas generalmente las ocupan dos
enfermos. El hospital es muy limpio, los cuidados los realizan religiosas que
también se encargan del hospital de los Enfants-Trouvés, una construcción
amplia que se levanta a orillas del río.
ST. OMER
En
la nueva prisión real, los prisioneros reciben, por día, una libra y media de
pan y sopa. La ropa de cama se cambia todas las semanas.
DUNQUERQUE
La
prisión de esta cuidad ofrece dos o tres salas reservadas a los prisioneros
nativos.
Se
encontraban allí, en enero de 1779, muchos de mis compatriotas, detenidos como
prisioneros de guerra. Eran ciento treinta y tres, amontonados en cinco salas,
capitanes, oficiales, pasajeros y simples marinos todos juntos, acostados sobre
paja, un mismo cobertor servía para tres personas. En otras tres piezas, trece
personas recibían mejores atenciones, dado que se trataba de prisioneros, que
como contrapartida pagaban treinta céntimos diarios a cambio de una buena cama[23]. El
patio de la prisión no mide más de cuarenta y dos pies por veintiséis y el agua
sólo llega en forma escasa. El pan, la cerveza y la sopa son de calidad, la
carne roja es aceptable. Durante una guerra anterior, la suma destinada a cada
prisionero era de cien céntimos, ahora no es más que de quince céntimos. Dos
haces de leña se distribuyen para dar calor en cada sala. Los enfermos (eran
tres en ese caso) son enviados al hospital militar. El reglamento estaba
colgado en un buen lugar, los artículos estaban escritos en inglés y en francés[24].
Días
|
Cerveza
|
Pan
|
Carne
|
Manteca
|
Queso
|
Guisante·
|
Sal
|
Cuartos
|
Libras
|
Libras
|
Onzas
|
Onzas
|
Pintas
|
Onzas
|
|
Domingo
|
1
|
1 1/2
|
3/4
|
---
|
---
|
½
|
1/3
|
Lunes
|
1
|
1 1/2
|
3/4
|
---
|
---
|
---
|
1/3
|
Martes
|
1
|
1 1/2
|
3/4
|
---
|
---
|
½
|
1/3
|
Miércoles
|
1
|
1 1/2
|
3/4
|
---
|
---
|
---
|
1/3
|
Jueves
|
1
|
1 1/2
|
3/4
|
---
|
---
|
½
|
1/3
|
Viernes
|
1
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1 1/2
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3/4
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---
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---
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---
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1/3
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Sábado
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1
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1 1/2
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---
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4
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ó 6
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½
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1/3
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Total
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7
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10 1/2
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4 1/2
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4
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6
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2
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2 1/3
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· O una libra de buen repollo
BERGUES
Cincuenta y siete prisioneros ingleses se encontraban en la prisión de
Bergues. Al igual que en Dunquerque, los menús estaban colgados a la vista de
todos, pero la comida no era buena. Doce condenados bajo palabra se encontraban
en la ciudad, nueve estaban en Bourbourg; otros dos condenados bajo palabra y
detenidos en Ardres, me dijeron que habían tenido que comprometer a dos
guardias del cuerpo para asegurar su seguridad.
CALAIS
La
prisión común es más pequeña que la de Dunkerque, lo que explica que allí los
prisioneros estén más amontonados. Había en esa prisión no menos de ciento
veintisiete prisioneros ingleses. Setenta marinos estaban acostados sobre paja,
sin ningún tipo de mantas, en una sola habitación[25],
algunos ni siquiera tenían paja para acostarse. Me quejé ante el Comisario,
quien me dijo que iba a hacer lo necesario para obtener, de las autoridades de
St. Omer, mantas; asimismo le precisé que los capitanes, pasajeros y oficiales
que yo había encontrado en las prisiones francesas, en Inglaterra, hubiesen
sido liberados bajo su «palabra de honor»; él me contestó, insistiendo que tome
nota de sus propósitos, «que una palabra
no es suficiente, que debe exigirse una caución de cien guineas de un capitán,
de setenta y cinco por un oficial, de sesenta por un marinero y de veinticinco
guineas por los grumetes», la tarifa aplicada a los pasajeros es la misma
que la aplicada a los grumetes. Al segundo día de mi estadía en el lugar, el
reglamento (igual al de Dunkerque) fue expuesto tanto en el interior como en el
exterior de la prisión.
La
mayoría de los prisioneros, tanto en Calais como afuera, no disponían de ropa
limpia, algunos, que eran parte de la tripulación de embarcaciones que habían
naufragado en una gran tormenta el 31 de diciembre de 1778, estaban
prácticamente desnudos.
En
una sala del hospital militar, veintiséis de mis compatriotas recibían los mejores
cuidados: cada uno poseía una cama con su ropa y recibían comida abundante.
Pero, como sus facultades mentales estaban en perfectas condiciones, ellos eran
concientes de que eran privilegiados y sufrían por los tratos a sus camaradas
que no tenían chance alguna.
Las FLANDES
FRANCESAS
En estas provincias rige «la ordenanza del parlamento» que se aplica en
las otras provincias francesas.
LILLE
Debo
decir que no sé cómo pude salvarme de la fiebre maligna que contraje durante mi
última visita a esa prisión; sin duda debo agradecer desde lo más profundo de
mi corazón y con toda mi alma al hada que me cuidó en esta circunstancia.
La
prisión de la ciudad tenía catorce prisioneros, alimentados con pan, manteca y
cerveza. Las celdas estaban vacías.
Las
caras tristes de los prisioneros de la Ciudadela dan testimonio de los efectos perniciosos
causados por la obligación que tenían los soldados de dormir en las casernas,
que consistían en piezas húmedas ubicadas debajo de las fortalezas. El 26 de
mayo de 1783, la población de la prisión era de trescientos cuarenta hombres,
la mayoría desertores. Las enfermerías, en un estado de suciedad y de
confinamiento espantosos, abrigaban ochenta y tres prisioneros, entre los
cuales se encontraban algunos moribundos que tenían los grilletes puestos. El
escorbuto hizo últimamente estragos. Repetiré hasta el cansancio que la
aireación y la limpieza deben ser las palabras maestras en el interior de una
prisión, aún más cuando los prisioneros permanecen ociosos. La humanidad lo
requiere, tanto con respecto a los prisioneros como para con los guardias y los
visitantes. Viene a mi memoria la reflexión de un magistrado de Hanovre, un
hombre de una gran sensibilidad: «Observamos,
me confió, que los presidiarios o los
galeotes condenados a perpetuidad pervierten a los que tienen una pena de un
año o dos; también, una ley recientemente intervenida, aplicable a todo el
electorado, impone la separación de esas dos categorías de detenidos». Esta
ley debería ser imitada en este país.
Los
pobres de ambos sexos se encuentran en el hospital general. En mayo de 1783,
eran unos dos mil en esas circunstancias. Los ancianos conservan la tercera
parte del producto de su trabajo. Encontré en el piso, más de trescientas
jóvenes haciendo puntillas, a las que se les pagaba una pequeña suma por cada
pieza entregada. La mayoría de los hombres jóvenes, si se encuentran alojados y
comen en el hospital, aprenden un oficio en la ciudad. Al cumplir veinte años
hombres y mujeres deben dejar la casa. Las jóvenes, me pareció, se encontraban
en buen estado de salud, sus dormitorios, sus talleres y sus enfermerías
estaban muy limpias. El reglamento contiene más de veinte páginas in-quarto, no
creí oportuno agregarlo aquí.
Los
dos hospitales Condesa y San Salvador son construcciones majestuosas,
reservadas para los hombres, las mujeres son recibidas en el hospital general.
Los enfermos están distribuidos en: heridos, enfermos graves y convalecientes
en los tres pabellones del establecimiento. Los enfermos tienen cada uno una
cama. El enfermo que recién llega es conducido inmediatamente a su cama, luego
una hermana lleva un recipiente con agua caliente; ella lava y seca los pies
del enfermo, los besa antes de irse; otra hermana llega con ropa y una toalla
limpias. Una enfermera de sala hace la cama, la calienta, luego sólo el enfermo
puede acostarse. Las hermanas prodigan los mejores cuidados a los enfermos,
pero la vida que llevan, retiradas del mundo, no deja de ser un inconveniente:
no les importa la limpieza, no abren nunca las ventanas, las salas son
insalubres y mal olientes, particularmente durante la noche.
ARRAS
Entre
los ciento treinta y nueve prisioneros que estaban en el patio, encontré dos
que estaban con grilletes «Trataron de
escaparse», me dijo, uno de los hombres, ante el cual manifesté mi asombro.
El hecho no es común, los prisioneros franceses muy raramente llevan grilletes.
AMIENS
La ciudad
cuenta con dos prisiones, una para «Los Burgueses y El Libertinaje» y la otra
llamada «La Conserjería ».
La gente se precipitaba hacia el hotel de la ciudad, donde se juzgaba a una
mujer que había secuestrado a su hijo. Este, de treinta y dos años, había
permanecido encerrado durante dieciséis años y había sido sometido a un
tratamiento tan estricto que poseía serios trastornos mentales. Las investigaciones fueron llevadas
a cabo por amigos del padre, que intervinieron varias veces para que el joven
recuperara su libertad.
/ / /
El Estado de la Prisiones. John
Howard
Trad. Silvia Naciff
LAS PRISIONES SUIZAS
Antes de visitar las
prisiones de los cantones, me detendrá un momento en un lugar que no pertenece
verdaderamente a Suiza, la pequeña República de
GENÈVE
La prisión está ubicada en el antiguo palacio del Arzobispado. Durante mi primera visita, sólo
encontré cinco prisioneros de derecho común, ninguno llevaba grilletes. Se
asigna a cada uno, unos seis pinces diarios, a cambio de esto reciben una libra
de buen pan, sopa y una media pinta de vino. Todos parecen estar en buen estado de salud. Los hombres y las
mujeres están separados, como ocurre en todos los cantones suizos. En los
últimos dos años nadie fue condenado a la pena de muerte. Si un criminal se
aparta de la justicia, se da a conocer su nombre y se lo busca durante días,
luego es juzgado y ejecutado en efigie.
No encontré prisioneros
por deudas, y es raro que existan allí. El acreedor debe asignar a su deudor
alimentos comparables a los que reciben los prisioneros de derecho común. Al
mínimo incumplimiento de su parte, el carcelero toma parte y libera al
prisionero. Pero además de esto, existen en este Estado leyes suntuosas. A
pesar de ser un gobierno moderado, los que están en bancarrota, los quebrados y
los insolventes reciben penas severas: se los priva de su derecho ciudadano,
así como a sus hijos, salvo que estos últimos respondan por una parte de las
deudas de sus padres[26].
Durante mi primera visita había dos deudores y cinco otros prisioneros.
Se los cuidaba mucho: tenían pisos en salas bajas cuya humedad podría haber
puesto en peligro la salud de ellos[27].
CANTONES
SUIZOS
El viajero que llega a Suiza, procedente de Ginebra, se asombrará al
ver la cantidad de prisiones que hay en su camino: debe saber que cada señorío
o bailía posee su propia cárcel, así como los poderes de base y el Tribunal
Supremo. Yo visité una de esas pequeñas prisiones. Pertenecía al barón de
Prangins y poseía cuatro celdas arregladas en lo alto de la torre de su
castillo[28]. La prisión
estaba vacía.
En todos los cantones que
visité, los prisioneros de derecho común disponían de una celda individual, « me dijeron los guardias, con el propósito,
de impedir que uno fuese el preceptor del otro». Los prisioneros no tienen
grilletes, están encerrados en celdas más o menos seguras e iluminadas de
acuerdo al crimen que le es imputado. En general, las prisiones son muy
seguras, cada celda tiene su número y una llave numerada que sólo abre una
celda. Una estufa alemana se encuentra en la mayoría de las celdas. Se asignan,
generalmente, seis peniques por día a cada prisionero. En algunos cantones, no
encontré ningún prisionero, porque, y es la principal razón, se pone esmero en
enseñar moral y religión a todos los niños, incluidos los más pobres, y por
otra parte, allí se hace rápidamente justicia. El condenado a muerte es
ejecutado en un breve plazo, se le comunica la fecha de su ejecución, sin
embargo no conocerá el suplicio, puede comer y beber vino a su gusto. Las
mujeres no son colgadas pero si decapitadas. Al designar un verdugo se le hace
entrega de una espada nueva. Pude ver en el Arsenal de Berna viejas espadas de
verdugos que estaban allí almacenadas. Las casas de corrección reciben mujeres
que comienzan inmediatamente a trabajar.
Los prisioneros más
numerosos son los galeotes: término impropio ya que Suiza no posee galeras. Sólo algunos condenados son enviados a
Marsella.
LAUSANA
En Lausana visité una
prisión sin prisioneros. Encontré celdas, pero el conserje me hizo notar que no
estaban muy enterradas, debajo de esas celdas había sótanos. El Dr. Tissot, con
quien me entrevisté, me manifestó su sorpresa cuando hablé sobre la fiebre de
las prisiones. Me dijo: «Eso no existe en
Suiza, sólo oí hablar del tema con respecto de Inglaterra». Le comenté
acerca de la última ley sobre preservación de la salud de los prisioneros, el
Doctor Tissot se mostró contento con ese texto, especialmente con las cláusulas
que imponen «blanquear las habitaciones y
mantenerlas limpias». Tal como me dijo el doctor no encontré fiebre de
prisiones en Suiza, no más que en otros países visitados[29]
.
FRIBOURG
En ninguna de las torres encontré prisioneros, una de ellas llamada «La Torre maligna», a causa,
supongo, de las estrechas celdas (ocho pies por seis y seis pies de alto) y de
los atroces mecanismos de tortura que posee. En la casa de corrección conté
trece hombres y siete mujeres. Los hombres limpian las calles, etc., las
mujeres hacen hilados. Los prisioneros toman sopa dos veces por día, carne tres
veces por año (Navidad, Pascuas y Pentecostés).
BERNE
Volví a visitar todas las prisiones de la ciudad, en ninguna encontré
prisioneros. Solamente las dos casas de corrección estaban ocupadas, la primera
por habitantes de la ciudad que hacían trabajos de hilados por no haber
encontrado otra ocupación.
En Berna, capital del
principal cantón de la ciudad, en la prisión llamada Schallenhaus había
alijados en 1776, 186 galeotes (en 1778, 141). Los prisioneros no disponen de
celdas individuales, pero están reagrupados tanto en las salas como en el
trabajo, de acuerdo a la gravedad del delito cometido[30].
A la mayoría de ellos se los emplea para la limpieza de las calles y paseos
públicos, para el transporte de escombros, para la limpieza de la nieve y la
escarcha durante el invierno. La ciudad es una de las más limpias que visité.
Cuatro o cinco prisioneros están sujetos con cadenas a una especie de carro que
deben tirar mientras que otros con mayor libertad de movimientos, barren y
juntan los desperdicios, los cargan en los carros, etc. La forma de trabajar de los presidiarios es similar a la de Milán.
Publiqué en el anexo la reproducción de un gravado de un pintor de la ciudad.
Sobre otro dibujo hay mujeres: detesto la costumbre de exponer diariamente a
esos desdichados a la ignominia y a la severidad, salvo en los casos en que
están completamente abandonados y perdieron todo sentimiento maternal. Se
conoce a esos prisioneros por el collar de hierro que llevan colgado a un
ganchillo que les rodea el cuello. Vi como esos ganchillos que pesan cinco
libras, fueron remachados en más o menos dos minutos. Los prisioneros trabajan
de siete a once durante la mañana y de una a seis de la tarde en verano; de
ocho a once y de una a cuatro durante el invierno. Les hice esta pregunta: «¿Prefieren trabajar en esas condiciones o
permanecer encerrados todo el día?», todos respondieron: «Preferimos trabajar así». Los menos
peligrosos están en habitaciones separadas. Trabajan dentro de la prisión, dentro de una sala grande, en la hilandería,
etc., y no tienen collar de hierro[31].
Vi, con tristeza, la desolación de
quince prisioneros sin trabajo[32].La
prisión no es ni práctica ni limpia. El [hospital de la ciudad ] gran hospital asegura la provisión
a cada prisionero de pan (dos libras diarias) y de sopa (una pinta y
media de sopa de cebada y de habas dos veces por día). Durante las horas de
descanso, los prisioneros fabrican pequeños objetos que luego venden, reparan
calzado, etc. Está prohibido el juego cualquiera fuera su forma. Esta
prohibición se extiende a todo el pueblo, los personajes de un cierto rango,
pueden jugar sumas importantes.
El conserje y el
carcelero cuidan que los prisioneros cumplan, durante la mañana y la tarde, con
sus deberes religiosos. Los capellanes rezan junto a los prisioneros y los
instruyen los domingos y jueves. Otros ministros del culto intervienen una vez
al mes. Los domingos no se permiten visitas. Aquí, el principal objeto es que los hombres sean los mejores. Se cuida
mucho a los enfermos. No está permitido beber, el conserje tiene prohibido
vender vino, licores y cualquier otra provisión, para no beneficiar a nadie.
Existe una detallada lista de la ropa de cama y de la vestimenta existente,
consignando la calidad y el precio. Tengo en mi poder una copia del reglamento
de la prisión que comprende veintisiete artículos, con fecha 14 de marzo de
1741, pero me limité sólo a mencionar algunos artículos. [La prisión acoge
también a algunas mujeres las que se encuentran completamente separadas de los
hombres].
La prisión común tiene
salas enteramente revestidas en madera. Ocho de las cuales son muy pequeñas y
muy seguras. Las puertas son de roble, tienen dos pulgadas y medio de espesor y
están reforzadas con hierro, se mueven sobre tres goznes y se cierran por medio
de una cerradura y dos cadenas. Un gabinete sirve para conservar las ropas de
los muertos con el fin de mostrarlas a los detenidos; también se guardan
objetos robados los que serán restituidos a las víctimas. Un prisionero
solvente puede gastar hasta siete batz y dos kreutzers (un
chelín) por día para obtener dos porciones de sopa y buen pan. El gobierno
otorga la mitad de esa suma para los prisioneros necesitados. Durante los ocho
días anteriores a la ejecución, los condenados a muerte tienen derecho a un
chelín diario. Estas disposiciones se publican en la prisión al igual que las
recomendaciones sobre la solemnidad de los juramentos y los modelos de las
distintas formas que pueden tener. Traté
de obtener copia de varios juramentos: «Mi
declaración, que fue leída en este acto, la confirmo ante Dios Todopoderoso,
por contener la verdad, así como pido a Dios me ayude en el fin de mis días.
Sin dolo ni fraude» Me comentaron que los perjurios son escasos[33].
Pude entrevistarme en
esta ciudad con el célebre Doctor Haller. La fiebre de las prisiones se debe,
según su opinión, a la superpoblación de las prisiones inglesas.
SOLEURE
La prisión de Soleure, abierta en 1756, como lo indica la fecha grabada sobre su frontón, fue construida con
una especie de mármol extraído de una cantera cercana a la ciudad. Muchas
piedras tienen seis pies de largo por dos o tres de ancho y más de un pie de
espesor. El guardia me dijo: «Cuando un
delincuente llega a la cárcel, le quito las cadenas que lleva en los pies y en
las manos». Posee quince salas de unos nueve pies cuadrados y de ocho pies
de alto, dotadas de un falso techo y casi todas tienen una estufa alemana. Las
paredes divisorias están construidas en mármol, una ventana de dos pies por
seis pulgadas se encuentra en la parte superior de una de ellas. Los autores de
delitos menos graves están ubicados en habitaciones menos seguras y más
iluminadas. La ración diaria es de una libra de pan y dos platos de sopa.
Los magistrados
consideraron indispensable que los prisioneros tengan agua a voluntad: a pesar
de contar con una fuente a diez yardas en la prisión, en 1769 hicieron
construir otra en el patio de paseo.
BALE
A
los delincuentes se los encierra en una de las torres de la ciudad. No encontré
allí prisioneros. En las salas hay paja limpia y mantas para recibirlos. Me
dijeron que las celdas son individuales, de donde nunca salen, salvo cuando
deben declarar ante los jueces. Una de las celdas más seguras, de unos seis
pies de alto, está ubicada cerca del reloj grande: se entra por medio de una
puerta a nivel del suelo, el prisionero desciende por una escalera que se quita
rápidamente de la celda; los alimentos se entregan a través de un postigo
abierto sobre uno de los lados. Yo descendí a una de las celdas y me quejé ante
el guardia sobre la disposición, éste me contó que esa situación no impidió,
recientemente, a un prisionero escapar. Me explicaron que había aguzado una
cuchara de sopa con el fin de cortar la madera de la construcción, y que, para
no ser escuchado, trabajaba en la puerta mientras el reloj sonaba: en quince
días consiguió hacer saltar los cerrojos. Cuando intentó descender, la cuerda
que lo sostenía no se sabe gracias a qué milagro se rompió, y el prisionero se
quebró tantos huesos, los cirujanos pensaron que no se salvaba. Era fuerte, se
compuso gracias a los cuidados dispensados y luego los magistrados le
concedieron su gracia.
ZURICH
La ciudad tiene una prisión destinada a los criminales condenados a
pena de muerte, está ubicada en el medio del río[34], y posee una
sala de corrección instalada en un antiguo convento. En este establecimiento,
amplio y bien puesto, había alrededor de sesenta prisioneros. Diecinueve
trabajaban fuera de la casa, para ciudadanos del lugar que les pagaban un
salario inferior al de los trabajadores libres; los demás trabajaban dentro de
la casa, la mayoría en hilados. Vi a una mujer que estaba por colorear, con
buen gusto, una lámina de botánica. Los prisioneros tienen una capilla donde
asisten a los oficios y van al catecismo todos los viernes. Una vez al día, los
que no salen del establecimiento van, por consejo de un médico de la ciudad, a
caminar bajo las arcadas que rodean un gran patio cuadrado: durante ese tiempo
se abren las puertas y las ventanas de las salas para ventilarlas. La ropa es
confortable[35]; la comida es
abundante, consiste en pan blanco, sopa diaria pero sin carne.
Desde
su llegada, los prisioneros visten el uniforme de la casa, las vestimentas
personales se cuelgan y etiquetan con sus nombres, se las entregan nuevamente
cuando salen, a cambio de un comprobante. Un magistrado, a quien le pregunté si
era usual rechazar a los delincuentes, pareció sorprendido con mi pregunta: «¿No observó?, me preguntó, la cantidad de manufacturas instaladas en la montaña».
SCHAFFHAUSEN
Sólo encontré tres prisioneros encerrados
en esta casa de corrección.
Debo
insistir en la buena dirección de esas casas, al igual que lo observado en
Holanda, Brême, Hamburgo, etc. La razón se encuentra en que los regentes o
inspectores no están atraídos con salarios altos[36]. Esto confirma
aún más la opinión ya expresada de que no debería nunca confiar estas funciones
a personas con intereses mercenarios. Soy conciente de que será difícil, tanto
en Inglaterra como en otros países, encontrar hombres que, motivados sólo por
el deber y el amor a la humanidad, ejerzan esas funciones leal y
diligentemente, con la única preocupación, por el reconocimiento de sus
conciudadanos y la satisfacción de su propia conciencia. Pero creo que aún
existen personas respetables que podrían de corazón hacerse cargo de la
dirección del hospital y de casas de trabajo basándose en esos principios.
EL ESTADO DE LAS PRISONES
John
Howard
Traducción: Silvia Naciff
Capítulo 4
(Tercera Parte)
ALEMANIA
Los
alemanes, conocedores de la necesidad de mantener limpias sus prisiones,
decidieron, con mucha inteligencia, construirlas en lugares apropiados a tal
fin, es decir a orillas de ríos. Tal es el caso de las prisiones de Hanovre,
Zell, Hamburgo, Berlín, Brême, Colonia, Mayence y otras.
Durante mi primer viaje, en la mayoría
de las prisiones que visité, encontré pocos prisioneros, salvo los mal llamados
galeotes. Esto tiene su explicación en la rapidez con que se juzga a los
prisioneros.
Los
galeotes tienen, en cada ciudad, una prisión propia. Trabajan en los caminos,
fortalezas, canteras de creta y otros trabajos públicos, durante cuatro, siete,
diez, quince, veinte años, de acuerdo con el delito cometido. El gobierno se
encarga de la comida y de la ropa.
WESSEL
Noventa
y ocho galeotes estaban encerrados en la prisión de Wessel, propiedad del Rey
de Prusia: reciben dos libras de pan diarias y se les paga cuando trabajan en fortalezas u otros trabajos públicos,
un penique y medio por día.
En
las prisiones construidas recientemente, casi nunca encontré celdas
subterráneas, esto es válido para casi todas las prisiones extranjeras (salvo para la de Liège). En Lunebourg,
las celadas colectivas están abandonadas y las individuales suplementarias
fueron construidas en lo alto. En la mayoría de las prisiones, cada prisionero
cuenta con una celda individual, más o menos segura, luminosa y aireada, de
acuerdo con el crimen por el que han sido acusados.
A
menudo, se ven inscripciones sobre las puertas de algunas celdas: Etiopía,
India, Italia, Francia, Inglaterra, etc. Esas celdas encierran niños corruptos
cuyos padres hicieron encerrar con la autorización de los magistrados. Cuando
se pregunta a esos padres por sus hijos, responden que se encuentran en Italia,
Inglaterra, etc.
No
recuerdo haber visitado una prisión alemana (debería decir una prisión
extranjera) en la que los prisioneros sólo reciban pan y agua: gracias a las
autoridades o a la caridad privada todos perciben diariamente un suplemento
alimenticio. En algunas ciudades, las personas benefactoras van a los mercados
y llevan un canasto para los prisioneros; vi a algunos con los cestos repletos
de legumbres. Algunos delincuentes menores permanecen durante una semana, en
celdas individuales, a pan y agua como forma de castigo. Una dieta así, parece
inteligente con respecto a los condenados a muerte que tienen sólo uno o dos
días de vida; todo lo contrario se produce, con los alemanes que hacen gala de
mansedumbre al respecto durante las cuarenta y ocho horas que separan el
pronunciamiento de la sentencia y la ejecución: el prisionero elige los
alimentos, se hace llevar vino, recibe a sus amigos en una celda amplia y un
eclesiástico lo asiste durante las horas que le quedan de vida.
Llegué a Alemania en junio de 1778, pasé
antes por Osnabrug y Hanovre. Hablaría mucho de la prisión de Osnabrug sino
conservaría la esperanza de que el Príncipe, que es también el Obispo de la
ciudad, al leer mis observaciones, alivie los sufrimientos de los miserables
prisioneros. La prisión y la casa de corrección se encuentran en el mismo
inmueble: una construcción amplia situada en las afueras de la ciudad, bien
aireada, cercana a un río. De acuerdo con la inscripción latina que se
encuentra en la puerta de entrada, la casa fue construida «con
fondos públicos, en 1756, con el fin de encerrar y penar a los malvivientes por
la justicia y el bien de todos».
Conté diecisiete celdas para condenados a muerte que sólo reciben luz a través
de una pequeña abertura en la parte superior de la puerta. Sólo encontré un
prisionero. Estaba encerrado desde hacía tres años y había sobrevivido a la
atrocidad de las torturas[37]. Descubrí,
en otro lugar de la casa, situaciones miserables y dolorosas, hombres, mujeres
y niños, casi todos con los pies y piernas desnudas. Trabajan en hilados, en
habitaciones cuya suciedad desafía cualquier posibilidad de descripción. Esas
salas dan sobre corredores extremadamente malsanos: un juez municipal de la
ciudad, que me acompañaba, no se arriesgó a entrar. Un guardia me puso al tanto
del régimen de la prisión, alimentación, etc. Pero el aspecto de los
prisioneros fue suficiente para formar mi opinión y no tuve en cuenta el
discurso recitado.
ESTRASBURGO
En
una de las cinco torres de la ciudad, sólo encontré tres prisioneros por
deudas, quienes me dijeron que sus acreedores aseguraban su subsistencia: todos
los días recibían dos libras de buen pan y una excelente sopa. Quedé
sorprendido con el espíritu liberal que reina en la ciudad: el hospital, por
ejemplo, tiene dos salas reservadas para los luteranos donde pueden asistir
hasta los pastores.
MAYENCE
La
prisión de «La puerta de hierro», que recibe prisioneros de derecho común,
tiene cinco pisos. Cada piso tiene dos celdas separadas por un amplio corredor:
las ventanas están ubicadas a los lados para, de este modo, facilitar la
circulación de aire. Las celdas tienen un doble piso de roble de dos pulgadas
de espesor y una doble puerta de sólo tres pies y nueve pulgadas de altura.
Todas estas precauciones hacen que la prisión sea realmente segura. Un pequeño
postigo de hierro se abre sobre unos de los costados de la puerta para que pase
la comida: dos libras de pan, sopa y un poco de carne, salvo en el período de
cuaresma. Hay por cada celda un solo preso que dispone de dos cobertores y
duerme sobre paja que se renueva cada quince días. La prisión, construida a
orillas del Rhin es realmente sana.
La
casa de corrección es muy limpia, el regente vive allí. Cuando pregunté al
conserje el por qué de tanta limpieza me respondió: «No podría ser de otro modo si contamos con muchas mujeres entre los
prisioneros. Ellas son las encargadas de la limpieza.» Casi la totalidad de
la harina que se utiliza en la ciudad proviene de un molino que situado en la
prisión. Los prisioneros trabajan en el molino dos horas durante la mañana y
dos horas durante la tarde. Sobre el frontón de la puerta se encuentra grabado
un carro tirado por dos ciervos, dos leones y dos jabalís con la inscripción
siguiente: «Si se ha podido someter a los
animales feroces, no debemos desesperar y podremos llevar por la buena senda al
hombre perdido» El mismo bajo relieve lo vi sobre el portal de uno o dos
casas de corrección.
La
prisión de la «Puerta de Pescado», cercana a al quinto mercado se reserva a los deudores. En el momento de mi
visita no había ningún prisionero. Cuando hay alguno, reciben por cuenta del
acreedor, dos libras de pan y alimentos por un valor de alrededor de cuatro
peniques.
En
Mayence, todas las celdas tienen una estufa alemana que se enciende en invierno
dos o tres veces por día. Los prisioneros tienen ropa de cama limpia todas las
semanas. Le comenté al brigadier de policía que me acompañaba que eso
prisioneros me parecían en buen estado de salud, a lo que respondió: «No siempre fue así: la Regente fue quien los sacó
de las celdas subterráneas; por lo tanto recuperaron la salud, y, a partir de
ese momento todos están bien». Las celdas se convirtieron en elementos
inútiles.
La
vigilancia de las prisiones realizada por inspectores particulares aquí parece
superflua. Los conserjes deben presentar un informe diario al «Lugarteniente de
Policía»; el «Consejero del Regente», el «Secretario» y el «Consejero de
Finanzas» visitan todas las prisiones cada quince días, interrogan a los
prisioneros y supervisan que no les falte nada. Ningún conserje puede vender
alcohol pero los prisioneros pueden comprar en el exterior un cuarto de cerveza
por día. Los alcoholes fuertes están estrictamente prohibidos.
[Me
extendí sobre las prisiones de Mayence, la mayoría de las prisiones alemanas se
organizan siguiendo el mismo esquema a pesar de que no todas están controladas
con el misma dedicación].
HANAU
En
esta ciudad, cercana a Hesse Cassel, los que llamamos galeotes están divididos
en «honestos» y «deshonestos». Los primeros están condenados a tres, cuatro,
siete y catorce años de galera sin embargo la duración de su pena puede
reducirse debido a la buena conducta. Los galeotes «honestos» llevan un traje
de color marrón y una pequeña cadena que une su cintura con una de sus piernas.
Los «deshonestos», los que cometieron los más graves crímenes, llevan un traje
blanco con una de las mangas en color negro y una doble cadena que une la
cintura con cada una de sus piernas: éstos nunca trabajan fuera de la ciudad y
cumplen los trabajos más penosos. Todos los galeotes trabajan desde las cinco
hasta las once de la mañana y desde la una a las seis de la tarde en el verano,
los horarios de invierno dependen de las condiciones climáticas. Desde el
primero de abril hasta San Miguel, reciben dos libras y media de pan por día y
solamente dos libras el resto del año, en todas las estaciones tienen un
suplemento alimentario por valor de un penique. Gracias a las limosnas,
perciben, además, un medio florín (alrededor de veinte peniques y medio) por
mes. Un diputado de la
Regencia los visita permanentemente; cada mañana realiza su
informe al coronel quien se lo comunica al joven príncipe cuando este se
encuentra en la ciudad. Los prisioneros parecen muy sensibles a esas atenciones
y sólo hablan con emoción de la difunta princesa cuya memoria será venerada por
mucho tiempo en ese país.
Pregunté
a varios galeotes «honestos» que trabajan en la ruta «si preferían estar ocupados o preferían permanecer sin hacer nada en
sus celdas». Todos respondieron: «Es
mucho mejor trabajar fuera de la prisión». El día sábado, a la tarde,
limpian los puentes, las entradas a la ciudad, etc. Cualquiera sea el número de
galeotes, cuatro soldados con bayoneta a fusil, un suboficial y un guardia, los
custodian, cuando los vi eran unos diez o doce.
En
el verano, a las seis de la tarde, vuelven a la prisión, arreglan las
herramientas en una pieza y van hacia sus salas - los «deshonestos» duermen en
la planta baja, los «honestos» en los pisos superiores. Los galeotes no tienen
celdas individuales como cuando eran solo acusados. Cada uno posee, además de
la vestimenta mencionada, dos pares de zapatos, dos pares de medias y dos
camisas. El servicio religioso del domingo es obligatorio. En todas las visitas
que realicé todos me parecieron en buen estado de salud.
Los
«deshonestos» no están sumidos en la desesperación, si tienen una buena
conducta pueden ser considerados entre los «honestos». Uno de ellos me comentó
lo feliz que estaba al haberse visto beneficiado con este favor y por lo tanto,
poder trabajar en la ruta.
La
otra prisión de Hanau se llama «la
Torre de Margueretta», lleva el nombre de la primer
prisionera que estuvo encerrada en ese lugar. Tiene dos pisos con cuatro piezas
cada uno. Cuando la visité la prisión estaba vacía.
CASSEL
Existe
en esta ciudad una prisión para los galeotes. Está organizada de acuerdo con
las reglas que rigen la prisión de Mayence, pero su administración deja mucho
que desear. Sin embargo me llamó la atención un detalle: una capilla,
construida a nuevo tiene dos tramos separados, uno para los galeote «honestos»
y otro para los «deshonestos». Cuando la visité, sólo había en esa prisión
diecisiete personas.
En la ciudad hay también una casa de
corrección dotada de un taller de ciento diez pies por veinticinco y doce pies
de altura. Fue construida por Charles, el abuelo del Landgrave actual. No daré
más detalles sobre el funcionamiento de este establecimiento los reservo para
las casas mejor administradas.
FRANCFORT
Existen sobre el Main, cinco prisiones. En
la prisión para deudores sólo encontré tres prisioneros. Sus acreedores pagan
doce kreutzers diarios (alrededor de cuatro peniques) por su
alimentación.
La prisión llamada La Torre de Santa Catherine
estaba vacía. Allí hay una habitación agradable en la que los condenados a
muerte permanecen encerrados hasta el momento de su ejecución. Los hombres son
colgados y las mujeres decapitadas, pero no hay muchas ejecuciones.
La casa de corrección está cerca de
la casa de trabajo. Estaban encerrados dos mujeres y un hombre. El hombre se
encontraba en el patio: estaba en compañía de dos o tres individuos, molía una
piedra porosa que inmediatamente colocaba en el agua para hacer un cemento muy
duro o un enduido de yeso. Las dos mujeres trabajaban en la casa de trabajo.
MANHEIM
El
Señor Babo, Consejero de la
Regencia , con mucha amabilidad había ordenado que yo podía
visitar todos los rincones de la «prisión». A los prisioneros que llegan a este
establecimiento se los somete a la ceremonia llamada del «Bienvenido». La misma
consiste en colocarle un collar de hierro en su cuello, las manos y los pies
con la ayuda de una máquina que se utiliza para esa ocasión; luego se desviste
a los prisioneros y se les administra, siguiendo las indicaciones de los
magistrados, la «Gran Bienvenida» (es decir de veinte a treinta bastonazos), la
«Semi Bienvenida» (de dieciocho a veinte bastonazos) o la «Pequeña Bienvenida»
(de doce a quince bastonazos), luego de la ceremonia bajan el umbral de la
puerta antes de entrar a la casa. Algunos siguen un tratamiento parecido en el
momento de la liberación. Igual ceremonia se observa en otras prisiones
alemanas.
Durante
mi visita la prisión estaba limpia. Su población era de cincuenta y dos hombres
y cuarenta y nueve mujeres, repartidos en las distintas salas y, todos
trabajaban: algunos seguían ejerciendo su profesión (zapateros, talladores,
tejedores, joyeros, etc.), otros estaban empleados en los talleres de la casa,
en el cardado y fabricación de telas gruesas. No había desocupados, al contrario,
los prisioneros no tenían casi tiempo para trabajar para ellos, y teniendo en
cuenta lo que me dijeron, el trabajo forzado realizado por cuenta de la casa
apenas le permite su subsistencia.
Los
reglamentos y ordenanzas son claros. Realicé una copia exhaustiva. Así, los dos
últimos que se adoptaron estipulan, en el artículo 11: «La propiedad es de vital importancia en ese tipo de instituciones,
todos los prisioneros deben ser vigilados cuidadosamente, denunciar al
inspector, en el menor plazo posible por la mínima infracción, bajo pena, como
mínimo, de quedar sometidos a la celda a pan seco y agua» y el artículo 12:
«Nadie puede desconocer los reglamentos,
cada prisionero dispone de una copia que se le remite, otra se cuelga en la
celda. Los reglamentos se leen los días domingos a la mañana luego del oficio.
Los que desobedecen serán penados, los que cumplen sus deberes celosamente
recibirán recompensas».
Las
puertas de las celdas y las llaves que las abren están numeradas. La mayoría de
los hombres reciben dos libras de pan, sopa y un cuarto de cerveza por día,
además de una media libra de carne por semana salvo en la Cuaresma. Las
mujeres tienen el mismo menú pero ellas reciben sólo una libra y media de pan.
Los enfermos reciben una ración especial de pan blanco, carne de vaca, etc. La
ropa de todos los prisioneros se cambia todas las semanas, las mujeres lavan la
ropa sucia. El conserje informa, cada mañana, al Señor Balbo, sobre el estado
de la prisión.
Cada
mañana, un capuchino da la misa en la capilla dividida en tres galerías, una
para los hombres, otra protegida de las miradas, para las mujeres, la tercera
para los huérfanos que suman alrededor de cincuenta y cuatro, se los recibe en
un hospital que se encuentra en el extremo de la prisión. Los protestantes y
los judíos pueden cumplir con los deberes de su culto, los judíos están
dispensados de trabajar durante el tiempo del sabbat (fiesta religiosa
judía).
HANOVRE
La
prisión fue construida hace unos treinta años, a orillas del Leyna. Dispone de
[once habitaciones grandes de diez pies cuadrados y una altura de diez pies y
medio] veinte celdas. Las celdas bajas
tienen doble puerta, montadas en grandes aberturas con doble marco, enfrentadas
a las ventanas, lo que permite la circulación del poco aire con el que cuentan
los prisioneros. [Cada habitación tiene una cama de piedra de once pulgadas
de alto en los pies y veinte pulgadas en la cabecera]. Las camas de piedra están elevadas con respecto al piso, ya que la
cabecera está más alta que el pie; están provistas de paja y de dos cobertores.
Los deudores cuentan, en el piso superior, con las salas más amplias. En
invierno, las habitaciones están calefaccionadas con estufas, pero dado que las celdas están por debajo
del nivel del río y demasiado cercanas al mismo la prisión es insalubre, dan
testimonio de ello la cara triste que tienen los prisioneros. Los
prisioneros de derecho común llevan una pequeña cadena, duermen sobre paja,
cada uno dispone de dos cobertores. En el año 1776, cuando realicé mi visita,
había siete prisioneros de derecho común y un deudor, en el año 1778, dos deudores y tres criminales, y, en octubre de 1781
veintinueve prisioneros, la mayoría encerrados entre seis meses a un año
esperando ser juzgados, de los cuales siete u ocho mujeres eran mujeres,
algunas habían seguido a sus maridos en prisión, pero las mujeres estaban
alojadas en un sitio separado. Los prisioneros están alimentados en virtud de
dos denarios y medio por día. Las siete habitaciones básicas se reservan para
los autores de crímenes atroces, todas estaban ocupadas cuando realicé mi
última visita. Los prisioneros tenían los pies encadenados, la traba, fija a
una pared, a pesar de llevar hierros en los puños, atados entre ellos por una
barra de dos pies de largo. El conserje es un asalariado al que se le
prohíbe vender alcohol. Es un viejo enfermo y la prisión, a través del paso de
los años está más sucia. La prisión está vigilada noche y día por un pelotón
compuesto por seis soldados y un oficial; son los releva a las ocho de la
mañana, cada soldado cumple un servicio de dos horas seguido de un reposo de
cuatro horas es decir ocho horas de trabajo por día. [La prisión está compuesta
de una Sala de Consejo, en la que se encuentran expuestos todos los reglamentos
y una Sala de Torturas con dos imponentes máquinas que hacía cuatro años que no
se utilizaban]. Aquí se lleva a cabo la
práctica abominable de torturar a los prisioneros, la máquina infernal está
encerrada en una celda que como en otros países se utiliza a las dos de la
mañana. De esta manera, hace unos dos años, un prisionero sufrió dos veces
seguidas el «suplicio de Osnabrug»; luego, en el tercer interrogatorio, cuando
el verdugo ya le había afeitado la cabeza y el torso, confesó y fue ejecutado.
Asisten al suplicio un juez y un secretario, un médico y un cirujano, el
verdugo y algunas veces el guardia. Si el criminal se desvanece, se le hace
respirar sales y no vinagre como ocurre en la mayoría de los otros sitios.
La casa de corrección es un edificio
nievo, bien aireado que recibe vagabundos, niños y delincuentes menores. Conté
noventa y cuatro prisioneros de los cuales cincuenta y ocho eran niños,
vestidos con un uniforme azul y blanco de lino y lana fabricados en la misma
casa. Las jóvenes hilan el algodón y el lino. Los jóvenes disponen de varios
talleres en los que se ocupan de cardar, hilar lana y lino o a fabricar calzado
y alfombras. Los seis más pequeños -el mayor de doce años- se encuentran en una
habitación separada en la que realizan tareas de tejido que les sirven para
fabricar arneses y vestimentas. Las mujeres ocupan otras dos salas, los dos
últimos talleres están reservados para tareas más duras, la raspadura de palo
de campeche y de cuerno de ciervo. Todo el material de cama y la vestimenta se
fabrica en la casa. Los prisioneros confeccionan también arneses, pantuflas y
alfombras que se venden en el exterior; yo conseguí una muestra de todo lo que
se vende. El reglamento de la casa se encuentra expuesto en la sala de clase.
Todos los prisioneros, jóvenes y viejos, están muy limpios y en la casa se
respira orden.
El establecimiento, que sólo tiene
dos años, hace honor a su fundador y director, el burgomaestre Alemann. El
personal fue reclutado con sumo cuidado, imperativo esencial en ese tipo de instituciones[38]
EL ESTADO DE LAS PRISIONES, DE LOS HOSPITALES
Y DE LAS CÁRCELES EN EUROPA EN
EL SIGLO XVIII
JOHN HOWARD
(parte cuarta)
Trad. Silvia Susana Naciff
[LUNEBOURH] LUNENBURG
Los prisioneros de derecho común
realizaban tareas que no vi en ningún otro lugar: algunos extraían la piedra
calcárea de una colina llamada Kalck-Berg, que los otros prisioneros trituran,
pican, clasifican, etc., en los almacenes destinados a hacer cal. La cal, antes
de ser empleada tanto en Hambourg como fuera de esta ciudad, se acondiciona en
toneles que pesan trescientas libras y se elabora un cemento de muy buena
calidad. Los treinta y un criminales se distinguen de los obreros, que también
realizan el mismo trabajo, porque llevan una cadena de alrededor de cuatro libras.
Reciben una libra y media de pan por día y tres y media pintas en dinero, pero
los alimentos son mucho más caros que en Inglaterra.
HAMBOURG
En
el año 1776, visité, con mucho placer y gracias a la ayuda que me brindó mi
amigo el senador Vogth, las prisiones de esta gran y rica ciudad. Los
prisioneros de derecho común de «Bütteley» se encargan de los hierros. Se
decapita a los condenados a muerte. El guardia, que también es el verdugo, me
mostró la espada que utilizó, me dijo, unas ocho veces. La prisión no tiene patio; un calefactor, ubicado en la planta baja,
recibe a los prisioneros durante el día. En el primer piso se encuentran unas
seis u ochos habitaciones amplias de diez pies cuadrados. Cada prisionero
recibe cuatro marcos (un marco = a un chelín y tres peniques) de comida por
semana. El oficio tiene lugar los días
domingo y jueves. En 1781, la prisión sólo contaba con dos criminales y
un deudor que en el momento de mi visita se encontraban en la capilla y
parecían muy emocionados y atentos. La prisión estaba muy limpia, pero observé,
en la cara del guardia y por su mala predisposición que había leído mi libro.
Entre los diferentes elementos que sirven para torturar o para el
interrogatorio, que pude ver tanto en Francia como en otros sitios, no encontré
cosas tan abominables como las que se conservan y utilizan en una celda oscura
de esta prisión. Deberían desaparecer para siempre de la vista de los hombres[39]. Se comenta
que el inventor de esos elementos fue el primero en sufrirlos. La última fue
una mujer quien fue torturada hace [unos dos años] algunos años.
Existe en Hambourg, así como en
otras ciudades, una prisión reservada a los delincuentes menores. Se los
encierra allí a pan y agua por períodos cortos (entre una semana y un mes). Se
les quita el dinero (que se les restituye cuando quedan en libertad) para
impedir que compren víveres.
El lector estará impaciente por
escucharme decir algunas palabras de las casas de corrección que se encuentran
en esta gran y opulenta ciudad. Permanecí en Hambourg alrededor de una semana,
puede inspeccionar, gracias al pedido de mi amigo el Senador Vogth, todas las
prisiones en forma minuciosa. La gran casa de corrección es una especie de
«casa de trabajo» ubicada cerca de
Alster y no importa horror de sus pensionistas que son pobres, mendigos y delincuentes menores. Las salas tienen
quince pies de ancho y poseen ventanas enfrentadas. Allí están organizadas
varias tareas: se teje, se hila, se teje el lino, el crin y la lana, se raspa
la madera de palo campeche y la madera de ciervo: un hombre fuerte debe raspar cuarenta y cinco libras de madera por día.
Los hombres trabajan con caballos en un molino para hollar telas. Un herrero
tiene empleo de tiempo completo. Cuando realicé mi visita, conté trescientas
mujeres y niñas reunidas en la sala más grande. En el año 1781, el efectivo de
la casa era de seiscientos. Los productos del trabajo se consignan en un
registro, me dijeron que los prisioneros reciben un cuarto del producido [hayan
trabajado poco o mucho]. Cuando realicé
mi última visita me sorprendí gratamente al ver el mejor estado de salud de los
prisioneros, ligado al estado de limpieza de la casa. El establecimiento
estaba administrado por ocho directores o
regentes, todos hombres casados. [Dos de ellos lo visitan miércoles y sábados, pero el sábado en
compañía de las damas que son las encargadas de distribuir el trabajo a los
prisioneros y que tienen una habitación reservada]. Los regentes se reúnen todos los sábados en su sala, sus mujeres se
reencuentran en una habitación separada en la que proceden a distribuir el
trabajo de los prisioneros. Sólo se puede alabar el cuidado y dedicación de
esos administradores. [Centenares de individuos se encuentran encerrados en
la prisión. Vi, en cada una de mis visitas, hasta trescientas mujeres y niñas
reunidas en una gran sala todas ocupadas, trabajando. Aunque este
establecimiento esté ubicado a orillas del Alster y visitado por las mujeres
benefactoras, el buen orden y la limpieza no son dignos de elogios.]
La
capilla tiene dos pisos; asisten todas las mañanas al oficio que dura una hora,
los hombres en el piso de abajo y las mujeres en el piso superior.
Muchas
celdas oscuras de unos trece pies por cuatro pies y nueve pulgadas, tienen los
nombres de Etiopía, Indias, Londres, etc. Y están preparadas para recibir a los
jóvenes rebeldes. Hay también una cocina-panadería, amplia y práctica. Pero las
enfermerías tanto las de las mujeres como las de los hombres son muy pequeñas.
En la sala
del Consejo se encuentran expuestos los listados con los nombres de los
regentes y sus armas así como el reglamento que, uno de los regentes, el Señor
Van Hassell, muy amablemente, me entregó una copia, además me dio un libro con
la historia del establecimiento, aparecido en el año 1622 y reimpreso en el año
1766.
Este libro
encierra las instrucciones destinadas a los gobernadores, las que deben seguir
los funcionarios (ecónomo, maestro de escuela, contramaestres, secretario,
guardia y carceleros), así como las reglas de disciplina que deben observar los
pobres y los delincuentes menores.
El ecónomo hace sonar la campana a las
cinco de la mañana (menos los días domingo), los oficiales y los pobres se
levantan y se preparan para las plegarias. Inmediatamente confía las llaves al
guardia antes de distribuir la comida junto a su esposa. Ambos controlan si los
deberes religiosos y morales fueron cumplidos, asegurándose que la armonía y el
buen orden reinen entre los oficiales. El ecónomo debe velar para que los
pobres así como las mujeres, niños y los sirvientes no conversen o no comercien
con los delincuentes encerrados en la casa.
El maestro de la escuela da a los niños
instrucción religiosa y les hace leer y repetir, algunas horas a la semana,
pasajes de las Sagradas Escrituras. Les enseña también a leer, a escribir y a
contar, está atento para que se comporten decentemente con quienes visitan la
casa. Debe velar también para que los niños asistan en orden a los oficios. Su
esposa, así como las esposas de los demás oficiales, son las encargadas de
inspeccionar las salas, de impedir degradaciones y malas acciones y detectar
riesgos de incendio.
El día lunes, por la mañana, el
encargado distribuye la tarea que debe cumplimentar cada uno durante toda la
semana. El sábado verifica si la misma ha sido cumplida. Deberá tener en cuenta
el empleo anterior de cada uno de los prisioneros, de las disposiciones y de su
gusto. El encargado y su esposa no pueden subcontratar ninguna obra o hacer
trabajar a los prisioneros por su cuenta. La esposa controla el
aprovisionamiento y la distribución de las materias primas.
El secretario contador lleva las
cuentas exactas de ingresos y egresos, guarda el dinero y lleva el registro de
todo lo que se refiere al trabajo, mobiliario y alimentación.
El encargado del taller de raspado y el
guardia se encargan del cuarto de los criminales. Acompañan a los prisioneros
al trabajo, preparan la madera y las herramientas, distribuyen los alimentos.
El jefe controla, todos los sábados, la limpieza del cuarto, no puede dejar el establecimiento
sin la autorización del ecónomo a quien deberá entregarle las llaves. Su
conversación con los prisioneros no debe tener ningún signo de familiaridad.
Dos o tres veces a la semana, el encargado y el jefe del taller inspeccionan,
escrupulosamente, los dormitorios. Se aseguran de que la paja y la ropa de cama
se renueven y, cada sábado, controlan de que todas las salas estén barridas y
lavadas con abundante agua.
El carcelero impide que los pobres
salgan salvo autorización del ecónomo, que les entrega una marca de plomo. El
carcelero debe permanecer en la puerta de los dormitorios mientras los
criminales se encuentran en los talleres o cuando ellos regresan.
Los pobres no pueden ausentarse durante
la noche ni recibir a sus amigos dentro de la casa. A título de recompensa
excepcional, sobre un humilde requerimiento de su parte, son liberados luego de
haber aprendido un oficio y cuando parecen haber pagado su multa y estén
dispuestos a trabajar.
Los recién llegados son examinados,
lavados y si fuese necesario, vestidos. El sábado por la tarde se interrumpe el
trabajo para que los prisioneros se laven y limpien las salas y el patio; luego
reciben la ropa limpia. La ropa de cama se renueva cada cuatro o seis semanas.
Se pena con una multa o confiscación:
la falta de plegarias, las injurias y blasfemias, las mentiras y engaños, las
querellas y peleas, o hasta la negativa a denunciar a los autores ante el
ecónomo o el maestro. A los autores de violencias, de tentativas de evasión se
los castiga así como a sus cómplices con una prórroga de la pena, a los que se
niegan a trabajar se los deja a pan seco o bien deben llevar una insignia
infamante; en caso de rechazo reiterado, el rebelde es expuesto a la picota. El
que se evade y es apresado una primera vez se lo reintegra y se lo pena; si se
evade una segunda vez se lo echa de la ciudad y del país.
De acuerdo con las listas que pude consultar, los
prisioneros comen carne los días festivos. Para el desayuno tienen pan de
centeno que acompañan con manteca. En el momento de cenar, reciben un caldo de
cebada, avena o maíz y leche (la leche es de una excelente calidad en toda la
ciudad). Los raspadores de madera y los batidores de cáñamo reciben doble
ración de pan y manteca. La alimentación de los enfermos mejoró: pan blanco,
cerveza, sopa o carne de acuerdo con un régimen ordenado por el médico.
En
la «spinhuis», en el año 1776, había
setenta y tres «infames» y cincuenta y
dos en el año 1781, pero los hombres no están obligados a raspar la madera
de palo de campeche: se los ocupa para que tejan en salas más claras que las
que se encuentran en la casa de corrección.
La cuidad dispone también, a semejanza
de otras, de una prisión para los delincuentes menores (Roken-Kiste). Allí se los mantiene a pan y agua durante
períodos que van de tres a cuatro días o de dos a tres semanas. Cuando entran y
para impedir que mejoren su alimentación se les confisca el dinero; este dinero
es guardado en sobre cerrado y se entrega en el momento de la salida.
El hospital
(un viejo edificio para los apestados) se encuentra en los barrios aledaños:
salas repletas de camas, techos bajos, ventanas siempre cerradas aún en los
días más calurosos, merecería que se lo llame por su antiguo nombre, el de
hospital de los apestados.
En esta gran ciudad, en la cual,
creemos, viven noventa mil almas, permanecían en prisión en el año 1776, tres deudores mientras que en el año 1781 uno solo[40];
en la ciudad vecina de Altena, perteneciente al rey de Dinamarca, sólo
había dos en el año 1776, y uno solo en el año 1781.
BREME
La prisión
para deudores, ubicada en una torre,
ofrece cuatro salas que, de acuerdo con el magistrado que me acompañaba en 1776, el Dr. [Hornwinckel] Hanewinkel desde hacía unos treinta
años no había sido ocupada. Sólo durante mi visita un acreedor decidió
encarcelar a un deudor durante algunas semanas. En el año 1781, la prisión estaba nuevamente vacía. Sobre la puerta
se leen estas palabras: «Hic fraudum
terminus esto» (Los pecados no pasan por esta puerta).
El escaso número de prisioneros,
sino la ausencia de prisioneros por deudas en las ciudades como Mayence,
Coblence, Manheim, etc. tiene su explicación por la simpleza de su comercio.
Por el contrario, en las ciudades tan activas como Hambourg o Brême, las
explicaciones son otras: la prisión asusta tanto al acreedor, que debe
desembolsar dinero, como al deudor, que teme por la tristeza y el deshonor que le provoca el
lugar tanto para él como para su
familia, de la que se encuentra separado.
En todas las prisiones alemanas que
visité, se prohíbe al prisionero por deudas estar acompañado de su esposa y de
sus hijos.
En
el año 1781, debí solicitar autorización de los magistrados para poder visitar
las prisiones dado que un guardia había sido, recientemente, condenado a una
pena de quince días de prisión a pan y agua por haber permitido que un
ciudadano mantenga conversaciones con un prisionero.
La celda
está ubicada en una torre de una de las puertas de la ciudad. Ofrece, en su
parte inferior, cuatro habitaciones importantes (o celdas) de unos trece pies y
cuatro pulgadas por seis pies y de seis pies de alto. Las puertas tienen cuatro
pies y seis pulgadas de alto y cinco pulgadas de espesor, están construidas con
planchas de madera reforzadas con barrotes de hierro. Las ventanas son unas
minúsculas aberturas de catorce pulgadas por nueve. Allí encontré al único
prisionero que estaba cinco años antes, ocupando la misma celda: había huido
pero fue capturado nuevamente. Desde hacía veintiséis años no se llevaba a cabo
ninguna pena capital.
Existe otra
prisión a la que se accede por una escalera de diez peldaños. Tiene seis celdas
oscuras, reservadas a los condenados a muerte. Una de las celdas mide seis pies
nueve pulgadas por cuatro pies y medio y siete pies de alto, otra mide diez
pies por cinco y medio y seis pies de alto. El alquiler diario es de diez pesos
pero no encontré prisioneros. En ese sitio lúgubre, un prisionero se había
suicidado arrojándose de cabeza contra el muro - cuando visité la prisión, la
pared permanecía cubierta de sangre-.
Los
delincuentes menores están prisioneros a pan y agua en la Torre del Reloj; se los
alimenta con tres pesos diarios. Pero sólo permanecen encerrados durante
períodos cortos: seis, ocho o catorce días.
La casa de corrección está ubicada
en el sur de Weser. Se asemeja más a una casa industrial, en la que reina una
enorme tranquilidad. Cuando la visité en el año 1776, once hombres y veintiocho
mujeres trabajaban, sólo una, que se había quebrado una pierna, permanecía sin
hacer nada. Los hombres más corpulentos y los menos dóciles raspan la madera de
palo de campeche, los otros tejían, por ejemplo, alfombras de crines. El
conserje paga a un tejedor profesional para que enseñe la tarea a los recién
llegados, lo que se hace en un tiempo relativamente breve. El edificio
reservado a las mujeres está realmente limpio. Los prisioneros hilan pelo de vaca o de cabra o bien tejen. La calidad de los alimentos es igual tanto
para las mujeres como para los hombres, sólo difiere la cantidad; el mismo
plato se distribuye a dos hombres o a tres mujeres. Comen carne sólo los
domingos o días de fiesta. El conserje recibe un sueldo, nada pueden vender
a los prisioneros. Llegan a la iglesia
descendiendo por una puerta a ras del suelo para acceder a la tribuna de
balaustradas en madera. Los hombres y las mujeres están separados.
La
capilla pertenece a la casa de los pobres («Stat armes’haus»). Este
establecimiento tiene salas apropiadas que pueden contener hasta cuatro camas y
están ubicadas sobre los patios de siete pies de ancho. Ciento ochenta pobres
se encontraban en ese lugar, ochenta de ellos estaban reunidos en un amplio
taller, allí hilaban o cosían. El reglamento de la casa está colgado en el
comedor. Los pobres pasan aquí sus días de manera agradable, su buen rostro es
una satisfacción para los que lo visitan. En el piso se encuentran una farmacia
y una habitación reservada a los administradores y está ubicada mirando a la
capilla: encontré allí la lista de los inspectores de la casa desde el año 1712
y la de los diáconos que les sucedieron desde 1698.
Hasta no hace mucho tiempo, esta ciudad se
caracterizaba por el impresionante número de niños que mendigaban en las
calles; se estableció para ellos una casa de trabajo; tiene dos salas en las
que conté ciento setenta niños de entre seis y nueve años, hilaban sobre
pequeñas ruedas bajo la conducción de maestros competentes. No reciben menos de
doce céntimos por semana; todos estaban muy limpios y parecían contentos pero
es cierto que ellos no están alojados ni comen en la casa. Esta medida tuvo
efectos tan beneficiosos que varias ciudades copiaron el modelo.
El reglamento, que se encuentra
colgado a la vista de todos, está compuesto de diecinueve artículos que resumo
así:
Artículo I. Los niños que entren a
la casa deberán estar bien peinados y la cara y las manos limpias. Serán
reprendidos al cometer la primera infracción, y penados a la segunda.
II. Los
padres deberán vigilar la pulcritud de los niños.
III. Los niños deberán obedecer a
los gobernadores.
IV. Deberán esforzarse para aprender
rápido y bien.
V. El trabajo comienza entre las
seis y las ocho de la mañana, de acuerdo con el trabajo, a la tarde comienza a
la una.
VI. Una hora antes de comenzar el
trabajo, los niños escucharán rezos y entonarán cánticos.
VII al XIII. Listado de las penas
por faltas menores y los cuidados distribuidos en caso de enfermedad.
XIV. Penas por camorras, insultos y
trabajos mal realizados.
XV. Concierne a la conducta de los padres que impiden a los
niños frecuentar regularmente la casa o ir a la escuela.
XVI. Los magistrados se ocuparán de los casos de padres
indignos cuyos hijos no temen a Dios ni a las reglas de disciplina.
XVII a
XIX. Listado de recompensas.
Los gastos de estas instituciones dependen de contribuciones
voluntarias. Semanalmente, los limosneros pasan casa por casa. No se recibe
menos de un groschen por semana, el máximo es de treinta y seis groschens.
Una noche
conversé con el Dr. Duntze, de Brême, quien me dijo que durante los años 1753 a 1754, se encontraba
en Londres. En esa época visitó la prisión de Newgate junto a uno de mis amigos
alemanes, tan curioso como él para observar los efectos del ventilador. Habían
quedado horrorizados por el olor espantoso que dominaba una de las salas y al día
siguiente se encontraban descompuestos. El compadre del doctor presentaba, los
días posteriores, síntomas de fiebre amarilla; se lo aisló, y cuando, algunos
días más tarde, lo visitó el doctor, se encontraba extremadamente grave; el
amigo del doctor murió algún tiempo después, portador de todos los síntomas de
la fiebre de las prisiones.
ZELL
En esta ciudad del electorado de
Hanovre, existe una importante casa de corrección. [Un establecimiento de igual
tipo se encuentra en Cassel, dispone de una taller de ciento diez pies de largo
por veinticinco de ancho, una altura de doce pies. La casa fue construida por
Charles, el abuelo del landgrave actual. No daré detalles de la administración
de esas dos casas, comparables a muchas otras casas alemanas. Están mejor
ordenadas, especialmente en Holanda y en Flandres. Me detendré en detalle en
estas últimas.]
BRUNSWICK
Hay preparadas, en el Hôtel de
Ville, dos celdas pero no encontré allí ningún prisionero.
La prisión de los galeotes tiene
camas. Los prisioneros tienen pesadas cadenas, cuando los visité por primera
vez, estaban en un estado lamentable. Pero en el momento de mi inspección, en
octubre de 1781, los descubrí limpios y en buen estado de salud, llevaban
zapatos y medias, así como vestimenta limpia. Llevan hierros en la cintura y
espalda, pero sus piernas están libres. Los visité un domingo: todas las
herramientas que utilizan para su trabajo estaban perfectamente acomodadas
fuera del establecimiento, de las cadenas colgaban manijas, estaban preparadas
para los trabajos del día siguiente.
La casa de trabajo, o casa de
corrección, se encuentra a la orilla del río que atraviesa la ciudad. En
octubre de 1781 había unos setenta prisioneros. Los hombres y las mujeres
duermen solos en sus celdas que dan a los patios del primer y segundo piso. Al
visitar la casa un domingo, me sorprendí mucho al encontrar a todos los
prisioneros, excepto algunos locos encadenados, trabajando en los talleres,
ocupados en cardar o hilar. Me explicó el guardia que debido a mi presencia nadie
había sido autorizado a asistir a misa. Pude volver después de la misa, pero me
di cuenta de que la arena desparramada en los bancos de la iglesia había sido
poca o no había sido quitada: había muy poca gente escuchando misa. Mi guía
insistió para que recorra las salas con una pequeña estufa sartén con carbón de
madera para fumigar, pero no es fumigando que se terminan los efectos altamente
nocivos, que se deben al estado de suciedad asquerosa que reina en esta casa.
Leí en un cartel colgado a los costados de una puerta, el siguiente aviso,
fechado el 12 de diciembre de 1748: «Los
ciudadanos respetables pueden visitar la casa, no podrán ser más de cuatro al
mismo tiempo; la entrada cuesta un florín (dos chelines con seis peniques),
que deberá dejarse en una urna provista
al efecto; el dinero se utilizará en los gastos de ruta de los prisioneros
liberados con el objeto de impedir que no mendiguen o roben. Está totalmente
prohibido dar otro tipo de gracia a los guardias o a sus prisioneros».
HARBURG
Treinta galeotes trabajaban en la
fortificación, con hierros en una pierna y cadenas en la cintura. Reciben un
penique y medio de pan de munición y algo más hasta completar los alimentos.
Los soldados que los cuidaban tienen la orden de tirar ante la mínima tentativa
de evasión. A pesar de ello, cinco prisioneros lograron escapar y llegar a
Hamburgo atravesando el Elbe cubierto de hielo durante el invierno de 1780.
EL ESTADO DE LAS PRISIONES, DE
LOS HOSPITALES
Y DE LAS CÁRCELES EN EUROPA EL SIGLO XVIII
JOHN HOWARD
Capítulo IV
(Parte
quinta)
Trad.
Silvia Susana Naciff
BERLÍN
La prisión de la ciudad se llama Calands Hoff. Está
compuesta por siete habitaciones en la planta baja y ocho celdas subterráneas a
las que se desciende a través de una escalera, de unos diez escalones. Cada
habitación está numerada, allí se encuentran camas portátiles y estufas que
calientan dos celdas. Los calabozos se reservan para los últimos criminales;
muchos, como he podido constatar, tenían grilletes y estaban encadenados a la
pared. En 1778, conté dieciocho hombres y trece mujeres, y, en 1781, cincuenta
y ocho prisioneros de ambos sexos, de los cuales dos eran deudores que recibían
de los acreedores, el equivalente a dos groschens (trece peniques y medio) por
día, para la comida. Los criminales sólo recibían de comida, el equivalente a
un groschen y medio. Los que ya estaban condenados, podían estar en el patio:
los hombres realizan tres paseos de una hora cada uno, a las ocho, a la una y a
las cuatro (tres horas en el verano), las mujeres sólo podían realizar un paseo
de dos horas, a las tres de la tarde. El
prisionero liberado debía pagar al carcelero una pensión de un groschen diario
durante todo el tiempo en el que estaba detenido, a menos que los jueces
dispusieran lo contrario. La sentencia debe dictarse dentro de los tres meses,
si esto no sucede el secretario debe justificar el retraso. Pasado el plazo, la
pensión abonada al carcelero se reduce a la mitad. Un guardia jefe dispone de
alojamiento en el interior de la prisión, es asistido por un guardia cuyos
apartamentos dan sobre las ventanas del establecimiento. El personal está
integrado también por un cirujano que recibe cincuenta coronas (escudos)
anuales, sin contar el precio de los medicamentos que él mismo provee a los
prisioneros. El guardia en jefe recibe un salario anual de cincuenta coronas y
doce groschens y medio. Posee un registro de encarcelamiento dividido en diez
columnas: fecha del encarcelamiento, nombre del magistrado que haya firmado la
orden de encarcelamiento, nombre, edad, lugar de nacimiento, profesión, motivo
del encarcelamiento, fecha de liberación, cantidad de prisioneros. Un juez
visita la prisión cada semana.
Sólo
encontré tres prisioneros, todos procesados y por lo tanto con interdicción de
realizar paseos, según me ha dicho mi guía para que no puedan comunicarse entre
ellos. Durante el día la prisión está vigilada por un solo soldado, que se
encuentra en la puerta, por la noche otro soldado se encuentra en los muros y un
tercero permanece como centinela en la parte trasera del establecimiento. Los
soldados son relevados cada dos horas.
Ninguna
prisión prusiana dispone de salas de tortura, el actual soberano abolió esta
práctica en todo el territorio de Prusia. Pude ver, en una de las habitaciones
de la prisión, un registro en el que estaban los nombres, las señas personales
y la pena de todos los detenidos que hayan frecuentado el lugar; de esta forma
pueden infringirse penas cada más severas a los reincidentes.
La
prisión del Palacio de Justicia (Haus-Voightey) está compuesta de siete celdas
para los criminales y de ocho salas para los deudores y los contrabandistas,
todas dan a un patio en el cual los prisioneros pueden permanecer durante dos
horas diarias. Todas las piezas tienen camas portátiles y estufas – ocurre lo
mismo en la prisión de la ciudad[41]. La prisión tiene
además dos o tres celdas confortables, vecinas al departamento del guardia y,
muchas otras habitaciones dan sobre un patio trasero. Los acreedores abonan una
pensión de cuatro groschens diarios, dos para la comida de los deudores, uno
para la calefacción y otro para el guardia. La prisión alojaba, en 1781,
veintisiete deudores y nueve criminales, éstos recibían un groschen diario de
comida. Pude ver en la prisión dos chalecos de fuerza, los famosos abrigos
españoles de los que hablo más adelante (Cf. en el pasaje concerniente a las
prisiones de Copenhague), uno pesaba unas cincuenta libras y el otro pesaba
setenta y cinco libras: algunas veces, se pueden ver a ciertos prisioneros
ataviados con esta vestimenta y ubicados en la puerta de la prisión durante
una, dos o tres horas, los contrabandistas sufren este suplicio en el vestíbulo
de la prisión.
La
casa de trabajo fue acondicionada en 1758, un lindo inmueble en las afueras de
la ciudad. La fachada mide doscientos veinte pies de largo, los laterales
tienen ciento sesenta pies y cuneta con un patio en el centro del edificio. En
1778, la población estaba compuesta de alrededor de cuatrocientos cincuenta personas,
de los cuales catorce eran niños, y en 1781 se encontraban quinientos cuarenta
y seis individuos, mendigos, holgazanes y delincuentes menores. Los que gozan
de buena salud trabajan a cambio de comida y vestimenta; se tiene mucho cuidado
con los enfermos y los viejos. Cada vez que entré en ese establecimiento,
estuve maravillado por la buena cara de todos los prisioneros. Viejos y
jóvenes, hombres y mujeres hilan y cardan lana en las salas de sesenta y cinco
pies sobre ochenta; cada semana reciben vestimenta limpia, en cada habitación
tienen colgada una toalla. Anualmente, las paredes se blanquean con cal, lo que
asegura la limpieza, la frescura y la luminosidad de los talleres. La capilla
tiene dos galerías, una para cada sexo y un alojamiento para el capellán. Hay
un amplio comedor en el que la comida se reparte a las siete de la mañana, al
mediodía y a las siete de la tarde. Estuve en una cena: el reloj suena y en
sólo diez minutos los prisioneros se instalan alrededor de unas veinte mesas de
dieciocho asientos cada una; cuatro mesas, alejadas de las demás se reservan a
los criminales. Un sirviente grita: «silencio»
y el instructor, desde un estrado ubicado en el centro de la habitación,
comienza la lectura de plegarias. Los prisioneros comen su sopa de cebada[42], el maestro sigue
un capítulo de la Biblia ,
luego en compañía de los niños, todos ubicados en una misma mesa, entona el
himno. Finalizada la comida, los prisioneros salen a buscar sus vasos para
poder beber un cuarto de cerveza permitida, que no es poco. La cena dura una
media hora, seguida de recreación en la que se emplea el mismo tiempo. Todo
transcurre en un orden inmejorable.
Durante
la mañana se reza en el hall; los prisioneros deben estar aseados,
inmediatamente se les distribuye el pan del desayuno. Los prisioneros están
divididos en dos clases: los pobres y los criminales. En 1781, los criminales
sumaban ochenta y seis, no tiene los mismos beneficios que los pobres, éstos
reciben carne dos veces a la semana mientras que los otros sólo los domingos.
Los prisioneros deben hilar semanalmente doce piezas o madejas de cinco onzas
cada uno, por el excedente, reciben una remuneración. Los enfermos son enviados
al Gran Hospital y se los amontona en las salas que tienen reservadas (las
otras salas también están abarrotadas). Los prisioneros (la segunda clase)
cenan el domingo arvejas y una media libra de carne, lentejas los lunes y
viernes, harina los jueves y sábados, cebada el miércoles y arvejas el jueves.
La
casa se parece a la vieja “rasphuis” de Ámsterdam. Para impedir la
discriminación se controla meticulosamente la limpieza dado que se brindan
enormes cuidados a los pensionistas. Una buena pero estricta policía protege a
la ciudad de Berlín del flagelo de mendicidad[43].
El
orfanato albergaba cuarenta y seis niños y cuarenta y un niñas, todos estaban
en perfecto estado de salud y realizaban tareas de hilado en dos talleres. Sus
dormitorios estaban limpios y bien aireados, las ventanas permanecían la mayor
parte del tiempo abiertas. El horario de la escuela era de siete a nueve,
durante la mañana y de una a tres de la tarde, los niños trabajaban de nueve a
once horas, durante la mañana y de tres a seis durante la tarde.
La
casa tenía dos enfermerías y un solo niño enfermo. ¡Qué diferencia con el
orfanato de Copenhague!, aunque el trabajo de los niños es idéntico en las dos
instituciones – sin embargo en Copenhague, mi guía sostenía que el trabajo era
el responsable de la escasa cantidad des enfermos.
SPANDAU
Spandau,
ubicado a unas diez millas de Berlín tiene dos prisiones. La fortaleza o el
castillo, está rodeada de agua. En el año 1778 se encontraban treinta y seis
prisioneros del Estado y ciento cinco criminales. Entre estos últimos, algunos
liman maderas de campeche (deben limar treinta y seis libras por día), pero la
mayoría están ocupados en hilar. A los criminales que están alojados en
condiciones deplorables casi no se les presta atención. Llevan una pequeña
cadena en los pies, los que habían escapado y luego atrapados tenían un collar de
hierro alrededor del cuello. En 1781, había ciento catorce prisioneros, todos
de sexo masculino, las mujeres tenían prohibido permanecer en el castillo
durante la noche.
En
1778, la población de la casa de corrección era de unas cincuenta personas. Los
prisioneros hilaban, tejían y cardaban lana para un contratista de Berlín.
Entre ellos, había cincuenta y siete delincuentes menores. Como ocurre en la
mayoría de las casas de corrección, los prisioneros tienen derecho, el domingo,
a una media libra de carne. Las mujeres se ocupan de vigilar un criadero de
gusanos de seda. Como ocurre en las otras instituciones extranjeras, la casa
tiene una capilla.
En
1781, conté setenta hombres y ciento diez mujeres. Las mujeres disponen un
sitio limpio y saludable; su cena consistía en una buena sopa de cebada, pero
el pan era de menor calidad que el que se distribuía en Berlín – la ración era
de veintidós onzas diarias, los prisioneros reciben también dos cuartos de
cerveza. Algunas veces, ciertos prisioneros trabajan más de lo que se les pide
y entonces se les abona un sueldo. Los «infames» están agrupados en una sala y
separados del resto de los prisioneros. Hice al guardia la pregunta que siempre
realizo en ese tipo de lugares: «¿los prisioneros subsisten gracias al producto de su trabajo?» La respuesta siempre la misma:
«¡Claro que no!»
MAGDEBOURG
Los condenados a trabajos forzados
de toda Prusia trabajan en las fortificaciones, son albañiles, remueven arena,
etc. Reciben dos libras de pan diarias, más una gruesa (alrededor de tres
farthings) en dinero por día de trabajo. Conté solamente cincuenta y un
condenados, la mayoría tenían un contrato en la armada.
No
encontré nada especial en las otras prisiones; sin embargo, la casa de
corrección, que se halla en el antiguo convento, tiene un molino para moler la
madera de campeche que liman los hombres; las mujeres se ocupan del criadero de
gusanos de seda.
En
las prisiones del estado de esta ciudad y en la de Spandau, algunos prisioneros
disponen de amplios patios y sus celdas no están en el estado calamitoso que
podemos imaginar, los prisioneros están en buen estado de salud y no tienen el
aspecto famélico que algunos presentan, en otras prisiones[44].
LUKAU
La casa de corrección de Lukau, en la región Lusitana, es
muy espaciosa. Los hombres hacen girar, uno a uno, una gran rueda para moler
trigo. Algunos llevan un collar de hierro, como en Berne, pero ninguno tiene
hierros en los pies. Las mujeres tienen una prisión separada en la que se
ocupan de hilar.
DRESDE
Los condenados a trabajos forzados
están alojados bajo fortificaciones, en condiciones que, según imagino, no
deben ser excelentes. Cuatro condenados, enfermos, llevaban grilletes. De los
que trabajaban, haré referencia a uno, que por haber intentado escapar, tenía
un collar de hierros además de una traba en una de sus piernas. Otro, que
estaba sentado, intentaba cambiar de lugar los grilletes de su pierna. «Mire, me dijo, el peso
está marcado aquí abajo: veintiún libras, estoy obligado a pagar a un herrero
para que lo coloque sobre mi otra pierna»
La ciudad tiene dos prisiones. La
casa de corrección dispone de diez o doce piezas con catres de alrededor de
diez pies cuadrados con una ventana y una abertura en las puertas. Allí
permanecían diez prisioneros de cada sexo. Tres hombres raspaban madera de
campeche en un taller al que se accedía a través de una escalera de unos veinte
escalones, los otros dos trabajaban en fundición para la capilla. El orfanato
se encuentra en el mismo inmueble en que se halla la prisión, una situación
deplorable.
La prisión del bailiazgo tiene
diecinueve celdas en las que se encuentran veintiséis prisioneros, la mayoría
con cadenas alrededor de una o de las dos piernas, sujetas a una grapa en la
pared. La prisión es sucia y a pesar de las fumigaciones que realiza el
carcelero con incienso quemado, en un recipiente con carbón de leña, que debido
a su negligencia se encuentran al borde de la insalubridad. Sólo un deudor
permanece detenido allí por quien su acreedor abona una pensión de seis gruesas
(diez peniques y medio) diarios. Los criminales sólo tienen derecho a una
gruesa (unos siete farthings) de alimentos diarios[45].
Retorné a Alemania, regresando de
Suiza, en el año 1778, con el propósito de visitar las prisiones que no había
visto en mis viajes anteriores, especialmente las de las ciudades imperiales y
de los principados.
AUGSBOURG
La prisión se
encuentra en la pendiente de la ladera, detrás del municipio. Tiene distintas
«celdas» distribuidas en varios pisos. Una está reservada a los
interrogatorios, dos contienen los instrumentos de tortura. Dos celdas
subterráneas y oscuras albergan a los individuos que están convencidos de las
brujerías. Están en ruinas lo que hace suponer que no se utilizan desde hace
mucho tiempo. Tres días antes de la ejecución, se encierra a los condenados a
muerte en salas luminosas que dan a la capilla católica, sin embargo, los
protestantes pueden acceder a la asistencia de un pastor luterano.
La
casa de corrección tiene dos cuerpos dispuestos alrededor de un amplio patio:
uno reservado a los católicos y el otro a los protestantes, ambos con una
capilla. Las salas están limpias, se las blanquea con cal, una vez al año. La
mayoría de las ellas tiene dos ventanas, una abre al exterior y la otra, en forma
de semicírculo, está ubicada a lo alto para asegurar la buena circulación de
aire.
MUNICH
Dos
prisiones están reservadas a los criminales. Cuando las visité, en la del
municipio, se encontraban seis hombres y tres mujeres[46]. Los instrumentos
de tortura se guardan en una celda húmeda y oscura que se ubica a diez
escalones sobre la tierra.
En
la casa de corrección se encontraban unos cuarenta hombres y treinta mujeres;
la mayoría hilaban, algunos tejían. El carcelero pidió, a su empleado, poner
carbón de leña e incienso antes de comenzar mi visita, signo indiscutible de
los pocos cuidados que se le prodigaban a los prisioneros. Sus rostros enfermos
confirmaron mis sospechas.
Felizmente,
fui más optimista cuando visité los dos hospitales, el de los «Hermanos» y el
de las «Hermanas de la Caridad ».
En el primero había unas cuarenta camas y en el segundo unas veinte. Las salas
tienen unos veintiséis pies de ancho. Todo en un estado impecable, se cuidaba
mucho a los enfermos. Las hermanas realizaron ante mí una sangría, hábilmente y
con mucha ternura para con el paciente. Al pie de cada cama, se encontraba un
cartón con un pasaje de la
Escritura , como observé en algunos hospitales de Italia.
RATISBONNE
La
prisión se encuentra en el edificio municipal. La mayoría de las habitaciones
están bien aireadas y con estufas. No hay celdas subterráneas pero, tres celdas
oscuras sirven de salas de torturas: dos senadores, sus secretarios, el verdugo
y sus asistentes presencian las torturas. En Munich y otros lugares, el
cirujano no se encuentra presente.
La
casa de corrección, en la que sólo había dos mujeres se encuentra situada
detrás de orfanato, allí había veinte niños y quince niñas.
NUREMBERG
La
prisión está ubicada en el subsuelo de la municipalidad. Es necesario descender
una escalera de quince peldaños para llegar a la cocina del carcelero. Algunas
aberturas permiten el paso de la luz en los pasillos donde están ubicadas las
celdas, a nivel del piso. Es una de las peores prisiones que me tocó ver. Las
celdas oscuras e insalubres y la lúgubre sala de torturas no honran a los
magistrados. El carcelero utiliza un truco grosero para impedir las evasiones:
asusta a los prisioneros diciéndoles que pueden caer en manos de las brujas. La
mayoría de las prisiones alemanas tienen celdas reservadas para los acusados de
brujería, pero esos lugares, me da la impresión, no han sido utilizados desde
hace muchos años. Pienso que el buen sentido y los mejores conocimientos
pondrán fin a todo el espanto causado por las brujas, y a partir de allí, a las
mismas brujas.
En
una de las torres de la ciudad se encuentran los locos, cuentan con tres o
cuatro habitaciones, reservadas a los criminales de alto rango.
En
la puerta de entrada de la casa de corrección de Nuremberg se encuentra la
siguiente inscripción:
«Hic criminum frequentia
Mortalium dementia
Compescitur clementia
Slava fori sententia»
«(Aquí, el criminal habitual
Como el de la pasión
Es tratado con dulzura
Pues la justicia puede
impartirse mejor»
Los
prisioneros trabajan, puliendo espejos. Se les entrega el producto de su
trabajo, superior a los cuarenta kreutzers (es decir unos dieciocho peniques)
semanales. Los hombres pulen siete espejos en una hora. Algunos alcanzan a
pulir cuatrocientos por semana. Se les paga trece kreutzers, por lo tanto el
producto de su trabajo es de cincuenta y dos kreutzers y reciben doce kreutzers[48] Algunas mujeres
bordan almohadones con hilos de oro o de plata.
SCHWABACH
Esta
ciudad, dependiente del margrave de Anspach, tiene una gran casa de corrección
en la que estaban encerrados noventa y tres prisioneros. Algunos pulían espejos
en grandes talleres mientras que otros distribuidos en varias salas pulían
botones de metal para las ropas, haciendo trefilado o fabricando ruedas. Me
comentaron que doce prisioneros trabajaban en la limpieza municipal. La mujeres
tejían debiendo cumplir un trabajo equivalente a seis kreutzers (dos peniques y
medios) diarios.
A
los prisioneros que han sido golpeados en público, los «infames», se los
diferencia de los otros: en la capilla tienen un banco reservado para ellos y
reciben el sacramento. El capellán vive en la casa.
El
establecimiento está limpio y bien organizado. El carcelero me entregó
cordialmente un documento en el que se leían las reglas de disciplina, etc.
Además de los preceptos de tolerancia y de humanidad para con los prisioneros
que he creído oportuno transcribir aquí:
Se
leía «es un grave error creer que una
casa de este tipo se puede autofinanciar, dado que y, a pesar de la más
estricta economía, sólo puede continuar funcionando gracias a una considerable
subvención».
Se
da una importante atención a la limpieza: los prisioneros poseen baños que
aseguran su aseo personal permanentemente. Se insiste en la necesidad de contar
con una enfermería para cada sexo.
Observamos
que «es un grave error creer que un
hombre que sólo recibe, por todo alimento, pan y agua pueda trabajar duramente
y gozar de buena salud»
El detalle que realizo a continuación de varios menús calientes muestra la
alimentación que reciben los prisioneros diariamente.
Uno
de los puntos esenciales se indica con el propósito de mantener el orden e impedir abusos, consiste
«en que cada magistrado de la
cuidad, en su visita semanal, inspeccione detalladamente la casa»
El
detalle de los menús se encuentra colgado en el comedor[49]
EL ESTADO DE LAS PRISIONES, DE LOS HOSPITALES
Y DE LAS CÁRCELES EN EUROPA DEL
SIGLO XVIII
JOHN HOWARD
Capítulo IV
(Parte sexta)
Trad.
Silvia Susana Naciff
BEIRUT
Todos los prisioneros de la casa de
corrección de esta ciudad francófona trabajan el mármol que se extrae de las
montañas vecinas. Trabajan, alrededor del banco de pulido, dos personas por
cada placa. Otros realizan trabajos de acabado, acomodan o cortan las placas.
Otros cortan las pruebas o las muestras con una sierra circular, algunos
confeccionas tabaqueras para rapé, cajas para tabaco molido, etc. Los objetos
terminados se acomodan en un gran depósito. Traje conmigo varios objetos de
mármol. Durante el verano, la mayor parte de los prisioneros cortan el mármol
al aire libre, pero en invierno trabajan encerrados en las salas pues la menor
lluvia podría estropear el material e impediría, hipotéticamente, utilizar las
sierras. El aspecto enfermo de los prisioneros, es el fiel testimonio de la
dureza de ese trabajo y los pocos recursos que les proporciona, todos los
beneficios son acaparados por el guardia.
Mi amigo y colega, el difunto Dr.
Fothergill, presentó un proyecto para nuestros condenados en el cual esperaba
el oro y el moro. Nos reportaremos a la Gazetter del 30 de septiembre de
1776.
Las mujeres hilaban la lana para los
tejidos. Su destino es preocupante: la suciedad de sus cuartos, el aspecto
enfermo, las enfermedades de la piel de las que ellas se quejaban, todo
testimonia la falta de interés y de cuidados de las que son objeto[50].
WURTZBOURG
En la casa de corrección de la
ciudad se encontraban cincuenta y cuatro hombres y treinta y seis mujeres que
trabajan todos en manufactura de la lana, muy bien organizada. Una parte de la
casa está reservada al hilado, otra a la clasificación y al cardado y la última
al tejido de telas de gran tamaño para el armado, trozos de medias y chalecos.
Los tornos son más grandes que los nuestros, tienen cuatro pies de diámetro, al
igual que los elementos para tejer que tienen seis pies siete pulgadas de
ancho, manejados por dos hombres: se los encuentra en todas las casas de este
tipo. El contratista (todos los establecimientos tienen un contratista) me
acompañó al comercio, allí me mostró los distintos tipos de tela: para los
suboficiales, para la gente de la artillería, para los soldados y para el
hospital y el asilo de pobres. Las mujeres, en un amplio taller, se ocupaban en
tejer o cardar. Los productos de hilado son diversos, además los armarios
individuales están dispuestos en una habitación contigua en la que cada mujer
deposita el producto de su trabajo. La tarea impuesta a cada individuo es de
ocho kreutzers (tres peniques y medio) diarios. La casa tiene una capilla
católica romana, el padre se aloja en el interior de la misma. El
establecimiento recibe a los prisioneros católicos de distintas regiones, a los
prisioneros de otras religiones se los envía a Beirut.
PRAGA
Las dos prisiones de Praga no tienen
nada especial. Los prisioneros de la «cárcel» trabajan fuera de la misma,
vigilados por un carcelero: cortan madera, etc. Por un salario de doce
kreutzers diarios[51],
salario inferior al de los jornaleros. De los doce kreutzers los prisioneros
sólo reciben cuatro, el resto queda para la prisión. Los prisioneros llevan
cadenas en una o las dos piernas, teniendo en cuenta la fecha de liberación.
VIENA
En el año 1778, visité todas las
prisiones de Viena y la mayor parte de los hospitales. Las prisiones son viejas
construcciones que no presentan ningún interés en especial.
El frontón de la gran prisión, «La
casa del Verdugo» está ornamentada con
una representación importante de la verdad de la crucifixión de nuestro
Salvador, rodeada por dos ladrones sobre el Calvario. La prisión es además
importante por el número de celdas subterráneas que posee.
Me sentí preocupado, aquí como en
otros lados, por saber si la fiebre de las prisiones hacía estragos entre los
prisioneros, a mi pregunta me respondieron negativamente. Creo, sin embargo,
que uno de los prisioneros que encontré en el fondo de una celda oscura, a la
que accedí descendiendo una escalera de veinticuatro escalones, estaba atacado
por la fiebre. Se encontraba con hierros pesados y atado a la pared con una
cadena: la miseria y la angustia se reflejaban en su rostro maculado por
lágrimas secas. Fue incapaz de hablarme; examiné su pecho y sus pies buscando
bubones y manchas, su pulso era intermitente pero firme, me convencí de que no
tenía la fiebre de las prisiones. Un prisionero, de una celda vecina, me dijo
que la pobre criatura le pidió que reclamara ayuda, lo había hecho pero nadie
escuchó: esto refleja una de las más lamentables consecuencias de las celdas
subterráneas.
En la casa de corrección había
sesenta y nueve hombres y ciento cuarenta mujeres. Las mujeres cardan, hilan y
tejen. Estuve allí un lunes por la mañana cuando entregaban el trabajo de toda
la semana, antes de abonar lo pesaban. Ellas reciben todo el producto de su
trabajo, algunas ganan hasta veintiséis kreutzers, otras, mucho menos. El
guardia escribe el nombre de cada prisionera sobre los trabajos, les paga lo
que corresponde, luego pesa y distribuye el algodón crudo; cada mujer toma el
algodón que piensa que podrá trabajar en el curso de la semana[52].
Para la cena se llevan grandes ollas con sopa y cerveza que cada prisionero
compra los víveres, según sus necesidades y según sus medios.
La prisión estaba superpoblada;
además no fue concebida para ese destino[53].
Los hombres cardaban e hilaban en varias salas, algunos, cuya profesión era
sastre, en una habitación separada, fabricaban uniformes para los soldados,
otros en ocho bastidores tejían telas gruesas y los restantes, fabricaban gruesos cobertores para ser
entregados en los conventos. En dos habitaciones que hacían las veces de
salones de venta, se encontraban depositadas las telas, las medias, los
cobertores, etc. que habían sido fabricados en la casa y destinados a la venta.
Observé, durante mis visitas, que los prisioneros blanqueaban toda la casa con
cal[54].
En la capilla, los hombres y las mujeres permanecen estrictamente separados.
Aquí como en Praga y en algunas ciudades alemanas, las puertas están
construidas con hierro para permitir la circulación de aire, tan saludable y
tan necesario en el interior de las prisiones. Por el contrario, la ropa de
cama de los prisioneros no se tenía en cuenta, no tenían, por ejemplo,
cubrecamas.
Las prisiones de la ciudad no
representan nada importante, sin embargo, los indigentes, los ancianos y los
enfermos reciben todo el honor de los ciudadanos en general y de la difunta
Emperatriz en particular.
El
hospicio, ubicado en los barrios periféricos, está construido alrededor de tres
patios. La fachada de este imponente inmueble mide seiscientos treinta y siete
pies de largo. En su interior viven nos tres mil pensionistas incluidos los
inválidos del ejército. Allí se respira orden, limpieza y salubridad. La
pobreza, el rigor de los años se viven en mejores condiciones. Allí encontré un
número importante de septuagenarios y octogenarios. Muchos se ocupan de hilar
como un entretenimiento ya que la totalidad del producido se les entrega a
ellos.
Los «Hermanos de la Caridad» reciben
a los enfermos en su convento y disponen también de un pabellón aireado y
funcional, rodeado de jardines a los que envían a los convalecientes: los dos
dormitorios, que se encuentran en el piso superior tienen catorce camas cada
uno.
Un hombre está cargo, desde su
fundación, del hospital de niños expósitos; a quien vi muy ocupado en mejorar
una obra realmente admirable. Los varones duermen en quinientas treinta y nueve
camas, las niñas en doscientas cuarenta y un camas dispuestas en ocho
dormitorios comunes. La fachada del edificio mide seiscientos sesenta y dos
pies de largo.
Las paredes del gran hospicio, de la
mayoría de las prisiones y de los principales edificios públicos poseen bóvedas
en piedra o en ladrillo para alejar o limitar los riesgos de incendio: recordé,
mientras subía las escaleras o recorría los pisos de madera, tantas otras
prisiones y hospitales.
No dejaré Viena sin señalar que
mensualmente se exhibe en las puertas de la ciudad el precio del pan y de la
harina[55]
.
GRATZ
Los prisioneros de la casa de
corrección de esta ciudad, capital de Styrie, tienen mejor aspecto que los de
la cuidad de Viena. Poseen una buena ropa de cama y los guardias vigilan que
antes de acostarse se saquen las vestimentas.
LAUBACH
Voy a omitir señalar las
particularidades de la prisión de esta ciudad.
TRIESTE
La prisión cuenta de ocho o diez
habitaciones confinadas e insalubres que sólo cuentan con una pequeña ventana.
El rostro enfermo de los diecinueve prisioneros que encontré testimonia su
condición miserable y la negligencia de los magistrados y guardias.
Los ochenta y cinco condenados a
trabajos forzados, encerrados en el castillo, me parecieron, por el contrario,
en perfecto estado de salud. Están encerrados por tres, cinco, siete, catorce
años y más; trabajan en las rutas, en el puerto, etc. Algunos se ocupan de
limpiar el puerto en una gran chalana amarrada justo debajo de mi habitación[56].
Seis soldados vigilaban a los condenados. El trabajo se realizaba a un ritmo
normal, entre las cinco de la mañana y las seis de la tarde, haciendo una pausa
desde las once a la una, y, algunas veces se hacía una pausa de una media hora
al finalizar el día. Los condenados están limpios, robustos y respiran salud,
trabajan con entusiasmo, cada uno recibe una gratificación suplementaria de
tres farthings por día. Una pequeña cadena en una de las piernas los distingue
de los otros trabajadores. Reciben un pan de dos libras y media y cuatro
farthings de alimento diarios. Los vi responder al llamado y recibir su paga
antes de regresar al castillo. El pan es apetecible y excelente; la disciplina
es estricta pero son tratados humanitariamente: la comida es buena, la
vestimenta confortable (el equipo que se les entrega está compuesto de dos
camisas, dos pares de medias, etc.), duermen en buenas camas provistas de
cobertores (Cf. Supra), dispuestas en grandes habitaciones, bien aireadas con
ventanas, enfrentadas, están muy lejos de las celdas subterráneas y mugrientas
excavaciones de las fortificaciones, patrimonio de tantas otras prisiones.
COLONIA
En la Torre no se encontraban ni
prisioneros por deudas ni condenados a muerte. Los magistrados de esta ciudad,
único caso en Alemania, no aceptan ver encerrados a los deudores insolventes.
Por otra parte, no son capaces de hacer ejecutar a los criminales: cuando
existe una sentencia de este tenor, se conduce al condenado a muerte frente al
Oficial Elector quien se encargará de asegurar la vigilancia del criminal en
una celda acondicionada en su propia casa, puedo asegurar que esto ya ocurría
durante mi viaje anterior, seis años atrás.
Como sucede en Francfort, los
hombres, en la casa de corrección, trabajan moliendo la piedra, ayudados de
pequeños mazos de madera. Las mujeres hilan o tejen medias.
AIX-LA-CHAPELLE
La gran prisión más estaba
desabitada.
En la casa de detención, cercana a
la municipalidad, sólo tenía dos prisioneros, uno de ellos era un anciano
canónico que llevaba hierros en una mano, acusado de un crimen por el que ya
había sido sometido dos veces a torturas, para que de los nombres de sus
cómplices.
Las ejecuciones capitales son muy
raras en esta ciudad[57].
A los condenados se los ejecuta, decapitándolos con una pesada espada como en
Hamburgo, Berna, etc., y no con una máquina, como en algunas ciudades
italianas, o con un hacha como, por ejemplo, en Inglaterra y en Dinamarca.
LIEGE
Las dos prisiones, llamadas la vieja
y la nueva, se encuentran sobre fortificaciones, cercanas a «La Puerta de St.
Léonard». En la prisión vieja, pude ver seis jaulas rodeadas de hierro
dispuestas en dos habitaciones, cuatro estaban vacías. (Esas jaulas miden siete
pies por seis pies nueve pulgadas y seis pies y medio de alto, poseen una
abertura de seis pulgadas cuadradas a los lados para que pase el alimento al
prisionero) Pensé haber alcanzado los límites del horror, pero iba a encontrar
algo aún peor. Descendiendo las escaleras que daban al departamento del
guardia, escuché los gemidos de pobres criaturas humanas en verdaderas in pace.
Todas esas mazmorras subterráneas están construidas en piedra tallada; por
momentos húmedas, ya que el agua de las «fosas» las inunda de manera tal que
los pisos están podridos. Cada celda tiene dos aberturas, una para la aireación
y la otra con una tapa solidamente cerrada para pasar los alimentos a los
prisioneros. Los enfermos permanecen encerrados en una celda más grande.
Mirando el interior, alumbrado con una vela, descubrí una estufa y pensé con un
cierto asombro que los hombres que fueron capaces de construir tanto horror
tuvieron un pequeño rasgo de humanidad.
Las celdas de la nueva prisión son
alojamientos miserables mucho más vergonzosos. Encerrar allí, a los hombres
supera cualquier entendimiento, salvo querer condenarlos a una locura
irreparable. Mientras descendía las escaleras de ese infierno, escuché
violentas quejas de esa pobre gente. Una mujer que, según me dijeron, sufría
ese suplicio desde hacía cuarenta y siete años, había, sin embargo, conservado
la razón, de lo que pude darme cuenta al hablar con ella.
Los gritos de sufrimiento que salían
de la sala de torturas podían oírse desde el exterior, los guardias, no
obstante, impedían a los transeúntes detenerse para escuchar[58].
Obligatoriamente deben estar
presentes en el momento de las torturas, un médico y un cirujano; cuando suena
la campana, el guardia lleva vino, vinagre y agua para reanimar a los
torturados. «La misericordia hacia los
malos no impide la crueldad» Como en la Inquisición española, el médico y
el cirujano sólo intervienen para interrumpir las torturas en casos de extrema
necesidad[59].
Agregaré que en esta prisión existen piezas reservadas a los prisioneros «en
pensión», es decir encerrados por los magistrados por pedido de sus familiares,
tutores o conocidos. Esta horrible práctica es común también en otros países.
La prisión tenía noventa
prisioneros. Se apilan en cuatro salas y trabajan en la fabricación de
uniformes para el ejército. Los contramaestres competentes viven en el lugar;
enseñan a los prisioneros a clasificar, cardar, hilar, retorcer y tejer la
lana. Los detenidos no llevan hierros, duermen en camas separadas y comen un
buen pan de centeno, además de carne y dos cuartos de cerveza cada uno, tres
veces por semana y sopa todos los demás días.
El capellán, que vive en el lugar,
me hizo el honor de acompañarme en mi visita por los talleres, los dormitorios
y el comedor. Me dio su opinión acerca de lo que él pensaba, del verdadero fin
de la institución, decía que la casa no había sido construida para ese fin.
Concordó conmigo que el encierro solitario debe aplicarse a los recién llegados
que se muestran violentos e indisciplinados. «Cuatro o cinco días de ese tratamiento, me confió, es suficiente para convertirlos en corderos»
EL ESTADO DE LAS PRISIONES, DE LOS HOSPITALES
Y DE LAS
CÁRCELES EN EUROPA DEL SIGLO XVIII
JOHN HOWARD
Capítulo IV
(Parte séptima)
Trad.
Silvia Susana Naciff
ITALIA
Llegué a Italia en el año 1778, un
país célebre por la cantidad de instituciones de caridad y por la magnificencia
de sus edificios públicos, con la esperanza de encontrar documentación importante
sobre las prisiones y los hospitales.
VENECIA
La gran prisión se encuentra cerca
del Palacio de los Doges[60], es una verdadera
fortaleza que encierra entre trescientos y cuatrocientos prisioneros, algunos condenados
de por vida a celdas subterráneas y repugnantes; las ejecuciones capitales son
excepcionales. Sin embargo la fiebre de las prisiones y las enfermedades
contagiosas parecen no tener cabida en el establecimiento. Los prisioneros
llevan cadenas, reciben catorce onzas de pan diarias. Interrogué a algunos
prisioneros, encerrados desde hacía tiempo, acerca de si preferían o no ser
enviados a las galeras, todos respondieron afirmativamente: el aire y la luz
son bendiciones del cielo. La capilla se reserva a los condenados a muerte que
pasan allí las últimas veinticuatro horas de sus vidas.
El reglamento está colgado en la
prisión. Una sociedad de caridad asiste a los prisioneros civiles y a los
criminales, sus responsables están sometidos a ciertas reglas, de esta forma la
sociedad designa a cuatro de sus miembros que son considerados oficialmente los
visitantes de la prisión. Las dos enfermerías cuentan con un reglamento
especial. Pude obtener en la imprenta ducal, íntegramente ese reglamento y el
de las galeras que se remontan a varios años.
Una de las galeras estaba amarrada a
dos cables del muelle; veintisiete condenados estaban a bordo, esperando para
embarcarse en otras galeras; el barco estaba limpio, no era el caso de las
otras galeras que se caracterizaban por su estado de suciedad y de
promiscuidad. Todos los galeotes llevaban cadenas que pesaban alrededor de
veinticinco libras. Vi en el puerto el cadáver de un condenado que, lo supuse,
se dejó morir por desesperanza ya que es imposible que esos hombres y con esas
cadenas puedan pensar en evadirse.
PADUA
Visité las prisiones de Padua y de
Ferrare. En Padua, el escabel de piedra que se encuentra en el hall de la
municipalidad, en el que se exponen los nombres de los deudores y no se utilizaba
hacía al menos diez años[61].
BOLOGNA
La ciudad cuenta con tres prisiones,
una reservada a los deudores, que sólo después de una estadía de cuatro meses y
tres días reciben alimentos de sus acreedores, el equivalente a una renta de unos
seis peniques diarios.
El Hospital de S. María de Vita me
alegró el corazón. En las salas ubicadas en lo alto, se respira limpieza y
salubridad; son todas de iguales dimensiones y están dotadas cada una de
treinta y ocho camas, diecinueve contra cada pared. Las camas son de hierro,
los cobertores, de una blancura resplandeciente. Cada sala cuenta con catorce
ventanas enfrentadas, con marcos de madera, provistas de un enrejado de hierro
y cortinas. Cada sala mide treinta y dos pies y medio de ancho, las camas que
tienen tres pies y dos pulgadas de ancho, están separadas por espacios de tres
pies ocho pulgadas. Cada enfermo dispone de una estantería, cerrada con una
pequeña cortina y apoyada en una guía de mármol negro que lleva el número de
cama. Para facilitar la apertura y el cierre de las ventanas, cada sala está
rodeada de una galería de dos pies de ancho, situada dieciocho pies debajo del
piso, en el que se encuentra un riel de hierro de dos pies nueve pulgadas de
alto. Las salas se abren a través de unas grillas de hierro de cinco pies cinco
pulgadas de ancho.
FLORENCIA
La cuidad cuenta con dos prisiones[62]. La más grande, el
« Palazzo degl’Otto » sólo contaba con veinte prisioneros, seis de los cuales
estaban incomunicados en celdas acorazadas (la prisión cuenta con veintiuna).
Ningún prisionero portaba hierros; todos duermen sobre colchones de paja y
reciben buen pan. Observé en la sala de torturas la presencia de una máquina
para cortar cabezas: evita escenas de horror. Cuando el verdugo utiliza el
hacha debe realizar varios golpes para poder separar la cabeza del tronco del
condenado a muerte.
En la segunda prisión « Delle Stinche
», para llegar al patio, es necesario atravesar cinco puertas. La primera
puerta mide tres pies de ancho por cuatro pies, nueve pulgadas de alto, tiene
en su parte superior la inscripción « Oportet
misereri » («Sea compasivo »).
Esta prisión dispone de un número importante de salas amplias, separadas con tablas.
Las salas para hombres se encuentran en la planta baja y dan a un patio de unos
cuarenta y tres pies cuadrados. Las de las mujeres están en el primer piso y
dan a la enfermería que mide unos cuarenta y cuatro pies por veintinueve y fue
recientemente acondicionada para los hombres, linda con la capilla. La
población era de cuarenta y dos hombres y catorce mujeres, deudores y
criminales mezclados, ocho prisioneros permanecían separados del resto porque disponían
de medios para ofrecerse camas pagas. Cada prisionero recibe, diariamente,
quince onzas de buen pan, ninguno lleva cadenas de hierros. El capellán cuenta
con un departamento en el seno de la prisión. Por muchas razones esta prisión
se aproxima a la prisión ideal que, yo llamo la prisión de mis sueños. Un solo
detalle la convierte en una prisión muy cerrada: tres de sus laterales están
rodeados de muros altos, a once pies y medio de distancia y ubicada muy próxima
a las construcciones.
El gran hospital de Santa María Nova
estaba súper poblado y por otra parte, es muy estrecho, a pesar de esto, la
sala de enfermos contagiosos mide menos de cuatrocientos cincuenta y cuatro
pies de largo por treinta pies y medio de ancho. Los heridos y las víctimas de
fracturas disponen de salas reservadas. Las monjas cuidan a las mujeres, un
pasadizo subterráneo comunica el convento con el hospital. Veinte estudiantes
se alojan y comen en el hospital en el que permanecen siete años: están
vestidos con un largo tapado, cuidan de los enfermos, sirven la comida, etc.[63]
El hospital que más frecuenté es el de San Giovanni
di Dio. Se accede a la sala de los enfermos por una escalera que cuenta con
treinta y siete escalones. Esta sala, impecablemente mantenida, mide ciento
veintitrés pies por treinta y tres y medio; dispone de treinta y tras camas de
hierro de tres pies cuatro pulgadas de ancho ubicadas cada una sobre una base
barnizada que permite una fácil limpieza y protege a los enfermos de la
miseria. En un extremo se encuentran cinco habitaciones individuales,
reservadas a los eclesiásticos enfermos – tres de ellas estaban ocupadas -. En todos los hospitales italianos las paredes
y los pisos son de madera y, en este, en particular, ese material protege de
los olores y de la infección que provocan el ladrillo o el alquitrán. Los
hermanos, es para ellos todo un honor, se ocupan de los enfermos con una
dedicación ejemplar.
El hospital San Paolo
della Convalescenza, que, como su nombre lo indica, recibe a los convalecientes,
dispone de habitaciones limpias y aireadas y un comedor espacioso. Los enfermos
permanecen cuatro días, el cambio de aire y de alimentación contribuye a
restablecerlos antes de volver a sus diversas ocupaciones.
Sólo deseo mencionar el
hospicio de San Bonifazio, para los enfermos y los ancianos. El mismo, dispone
de ochenta camas para cada sexo, estaban trabajando para aumentar la capacidad a
veinte plazas. Las habitaciones miden treinta pies de ancho, están muy limpias
gracias a la vigilancia de las hermanas[64].
LIORNA
La población de la prisión estaba
compuesta por tres deudores, ocho prisioneros estaban en vías de ser liberados
y tres criminales incomunicados. Esta prisión solo tiene como hecho relevante
que su enfermería fue construida en 1761 sobre la caseta del actual gobernador,
Philip Borbonio, que se puede leer en una inscripción que se encuentra en la
parte superior de la puerta.
Los prisioneros de la fortaleza[65], me pareció, que
estaban en buen estado de salud y bien tratados; « esto cambió desde que ellos duermen sobre tierra firme » me confió
el viejo guardia. Las galeras y los pontones se reservaban, efectivamente, para
los peores criminales. Cuando los prisioneros salen a trabajar, llevan un
anillo alrededor de la pierna y una cadena los une de dos en dos. Siete
pontones estaban destinados para la limpieza del puerto, pero el trabajo no
podía realizarse, el calor era sofocante. Cuarenta y siete condenados trabajan en
el nuevo lazareto, un inmueble imponente que ofrecía salas espaciosas para los
cuarenta oficiales y sus hombres y grandes negocios para cargas retenidas[66].
El guardia solicitó, gentilmente, a
su hijo copiar, para mí, todos los reglamentos que estaban en su posesión: yo
daré aquí sólo algunos de esos resúmenes.
El Gran Duque paga el salario de
tres guardias. Reciben copia de las sentencias pronunciadas contra los
condenados las que ellos transmiten al gobierno luego de anotar en el registro
de encarcelamiento todas las informaciones útiles. También los guardias deben informar
al gobierno de todas las infracciones de los prisioneros, que de acuerdo con la
gravedad de las mismas, las penas pueden ser calabozo, hierros o golpizas. El
guardia jefe puede elegir dos prebostes entre los prisioneros que tengan buena
conducta, la condición es ejercer sobre ellos una vigilancia especial; esos
prebostes son los encargados de moralizar y de instruir a sus compañeros. El
guardia en jefe cuida que a los recién llegados se les corte el pelo al ras,
que vistan el uniforme de la casa y que lleven los hierros en los pies.
Los prisioneros tienen condenas, al
menos, de treinta, veinte, diez o siete años, siempre de acuerdo con la
gravedad de los crímenes cometidos, la pena principal consiste en trabajo
forzado. Salen, todas las mañanas, escoltados por soldados, atados de dos en
dos por una cadena que pesa unas dieciocho libras. Tienen derecho a una pausa
de una hora al medio día y a otra de dos horas durante la tarde. Una hora antes
del anochecer se los transporta a la fortaleza, dónde, al llegar, son
cuidadosamente revisados. Ellos se acuestan dos horas después de caída la
noche. Cuando su Alteza Real los emplea, reciben dos crazzies (alrededor de un
penique y medio) por día; si se trata de otras personas, que no están en
prisión, su salario es de cuatro a seis crazzies, de acuerdo con la naturaleza
del trabajo. Al amanecer, antes de informar a los guardias sobre los posibles
incidentes ocurridos durante la noche, los prebostes tocan la campana para
despertar a los prisioneros. Los prisioneros reciben un pan de treinta onzas
por día, compuesto de dos tercios de harina y un tercio de salvado[67], una sopa de
cuatro onzas de arvejas hervidas en agua con sal y aceite. Cada dos años, se
les entrega un traje gris, un chaleco rojo y un gorro rojo; todos los años, se
les asigna un par de zapatos; finalmente, cada seis meses reciben una camisa y
un par de calzoncillos o un pantalón. Los calzoncillos se cambian todos los
meses, las camisas todas las semanas. Duermen sobre un colchón de paja y con un
cobertor, la paja se cambia frecuentemente y los guardias vigilan su limpieza.
El prisionero que intente evadirse y se lo captura antes del anochecer, debe
llevar un anillo suplementario de dieciocho libras; se les retiene, además, la
mitad del salario, hasta llegar a un zechin, esta suma se la entregan a los que
lo han aprehendido[68]. Los condenados a
cinco años intentan evadirse y su pena comienza de cero cuando son atrapados;
en caso de reincidencias múltiples, las penas pueden extenderse y el interesado
puede ser sometido a tortura.
El capellán está también encargado
de la instrucción de los prisioneros.
El hospital para los enfermos y los
inválidos dispone de una fresquera bien provista: carne, oveja, arroz, pan
blanco, caldo, vino de calidad, etc. El médico prescribe los regímenes y los
medicamentos. Los enfermos reciben al entrar ropa de cama y vestimentas
limpias. Los guardias deben asegurar que la alimentación sea buena y en la
cantidad prescripta por el médico[69].
EL ESTADO DE LAS PRISIONES, DE LOS HOSPITALES
Y DE LAS
CÁRCELES EN EUROPA DEL SIGLO XVIII
JOHN
HOWARD
Capítulo
IV
(Parte octava)
Trad.
Silvia Susana Naciff[70]
ROMA
La gran prisión romana, llamada la Prisión Nueva[71],
fue edificada a orillas de Tíber. En la puerta, en su parte superior, se
encuentra la siguiente inscripción:
«JUSTITIAE ET CLÉMENTIAE
SECURIORI AC MELIORI REORUM CUSTODIAE
NOVUM CARCEREM
INNOCENTIUS X. PONT. MAX.
POSUIT
ANNO DOMINI
MDCLV».
«Justicia y
Clemencia,
Para
asegurar el más seguro encierro a los criminales,
El Papa
Inocencio X inauguró esta Nueva Prisión
En el año
del Señor
1655»
Los
galeotes de Civitavecchia se hospedan en la planta baja; encontramos, en el
mismo piso, una especie de reserva de alimentos y una especie de despacho de
bebidas; el lugar donde están las mujeres se ubica en el piso superior, acoge
unas veinte prisioneras comunes y cinco mujeres incomunicadas. Los hombres
están encerrados en dieciocho habitaciones acorazadas, confinadas y muy
insalubres, alumbradas y aireadas por una sola ventana, sólo se abren bajo la
orden expresa del gobernador de la ciudad. Allí se encontraban, encerrados,
sesenta y ocho prisioneros. Estos últimos sólo pueden dejar sus celdas por
motivos judiciales. Algunos, encerrados allí desde hace muchos años, tenían
aspecto enfermo y la tez pálida. Ningún prisionero tiene grilletes. Los
dementes tienen reservada una celda; allí encontré siete miserables criaturas.
Muchas celdas tienen camas que acogen prisioneros comunes los que pagan una
pensión por noche de una paule y
media (unos ocho pinces). Una celda se reserva para los eclesiásticos, otra a
los menores, otra más para los judíos y una última para los que padecen
enfermedades cutáneas. Las dos enfermerías están en el piso superior: una,
reservada a los prisioneros incomunicados en la que estaban cuatro enfermos, la
otra a los prisioneros comunes en la que conté diez enfermos durante mi primera
visita y siete en el transcurso de una posterior inspección. Esta enfermería es
una sala espaciosa y aireada de setenta y tres pies por veintitrés, en la que
hay diecisiete camas separadas unas de otras por un espacio de tres pies por
tres pulgadas, está limpia y dotada de todo el material necesario. La prisión,
en su conjunto, se encuentra abovedada con ladrillos contra incendios. Los pasillos
tienen siete pies dos pulgadas de ancho y están bien iluminados. Se accede a
los pisos por dos escaleras de diecisiete escalones de piedra, de siete pies
tres pulgadas de ancho, cada escalón tiene una altura de cinco pulgadas: doy
precisiones porque en la mayoría de nuestras prisiones inclusive en las más
recientes, las escaleras son muy angostas y los escalones muy altos mientras
que los pasillos son oscuros y angostos. El reglamento establecido por los
magistrados está colgado en buen lugar: en el mismo se encuentran los horarios
de apertura de las puertas y de los patios, de la hora de celebración de la
misa diaria y de la distribución de las limosnas. Los horarios se modifican dos
veces al mes teniendo en cuenta la extensión del día. El mismo reglamento
determina una visita obligatoria del médico cada mañana y una visita optativa
durante la noche. Hubiese no querido describir la sala de torturas. Pero una
polea con una cuerda se encuentra cerca de la prisión, de ella cuelgan a los
criminales de las dos manos, durante un cierto tiempo, hasta que sus miembros
queden desarticulados[72].
La
prisión del Capitolio tiene dos grades salas para los deudores menores y para
los criminales cuyos delitos no impliquen incomunicación. Los prisioneros de
una de esas habitaciones tienen autorización para pedir limosna a los
transeúntes. Cinco deudores ocupaban celdas de pago y dos criminales estaban
incomunicados. La prisión no es insalubre, una de las grandes salas tenía
permanentemente un hilo de agua.
Los
prisioneros del Estado están encerrados en el castillo de San Angelo. Sólo
encontré allí un prisionero, un obispo, que estaba de hacía veinte años y había
enloquecido completamente. Dieciocho presidiarios (« condannati ») portaban una
pequeña cadena y parecían en buen estado de salud, trabajaban en la fortaleza.
Cuando ocurrió la muerte del Papa, los prisioneros de la gran prisión fueron
transferidos al castillo, porque en esa oportunidad, se lavaron completamente
todas las prisiones.
Tengo
muy pocos detalles de la prisión de la Inquisición. Está ubicada cerca de la
Basílica de St. Pierre. Está construida sobre el patio que da al palacio
Inquisidor general. En la puerta está montada la siguiente inscripción: « esta
construcción fue erigida por el Papa Pío V en el año 1659 ». Las ventanas
tienen postigo de madera que las convierte en ciegas y dan sobre una pared
alta. Pude acceder hasta las celdas silenciosas y melancólicas como tumbas de
esos desdichados y mi presencia, de casi dos horas, en el patio o cerca de los
departamentos de los padres, comenzaba a convertirme en sospechoso.
Encontramos
en la ciudad, como en la mayoría de las regiones de Italia, una Cofradía de la
Misericordia, llamada de S. Giovanni di Fiorentini debido al origen de la
mayoría de sus fundadores. La institución es vieja, la iglesia de S. Gio
Battista Decollato les pertenecía ya en 1450. Tiene setenta personas de
calidad, la mayoría nobles. Cuando se condena a un prisionero a la pena
capital, uno o dos cofrades, se acercan a él, en medio de la noche, que precede
al momento fatal. En compañía del confesor, exhortan y reconfortan al
condenado, mientras que le proponen elegir las vituallas más raras para su
última cena. Todos los cofrades, vestidos de blanco, asisten a la ejecución. El
cuerpo del ajusticiado permanece colgado hasta la noche, antes de que un
cofrade, a menudo un noble, corte la cuerda, luego se transporta el cuerpo
hasta una fosa que la cofradía acomodó para recoger el cuerpo de los
ajusticiados. Me encontraba allí el 29 de agosto, único día del año en que el
público tiene acceso a esa fosa.
Contigua a una elegante iglesia, se construyó una capilla cuyo lateral
da a un patio, los otros tres tienen un pórtico sostenido por columnas dóricas.
A las mujeres ejecutadas se las entierra en medio del empedrado del pórtico
central, los hombres bajo uno de los pórticos secundarios, en el convencimiento
que era su lugar en el momento de la ejecución, ya que el uso del féretro no es
muy conocido en Italia[73]
El
hospital de S. Michele se presenta en forma de un amplio y noble edificio. La
fachada trasera no tiene menos de trescientas yardas de largo. El hospital
cuenta con varios patios rodeados de construcciones. Uno de los más amplios
está rodeado, sobre sus tres lados por construcciones que contienen talleres de
arte y manufacturas. Allí se educa a los varones, huérfanos o indigentes.
Durante mi visita, había unos doscientos, que aprendían el oficio en el que
demostraban su habilidad: impresores, encuadernadores, dibujantes, herreros, carpinteros,
talladores, zapateros o barberos; además de tejedores o tintoreros, ya que
todos los trabajos textiles se realizan en el interior de los muros. Al llegar
a la edad de veinte años, los varones reciben un equipo completo de ropas y una
cierta cantidad de dinero, cuya finalidad es que puedan instalarse para
practicar el oficio aprendido. En medio del patio se encuentra una hermosa
fuente que lleva inscripciones en honor a los fundadores de esta admirable
institución.
Los
departamentos de los ancianos y de los inválidos dan sobre otro patio. Eran
doscientos sesenta hombres y doscientos veintitrés mujeres, que encuentra allí
un retiro confortable: las salas y el comedor están impecables. Me entrevisté
con alguno de ellos, se mostraban felices y reconocidos.
Otra
parte del hospital sirve de prisión para los niños y los jóvenes. En la puerta
se encuentra la siguiente inscripción:
« CLEMENS XI. PONT. MAX
PERDITIS ADOLESCENTIBUS
CORRIGENDIS
INSTITUENDISQUE
UT QUI ENERTE OBERANT
INSTRUCTI REIPUBLICAE
SERVIANT.
AN. SAL. MDCCIV. PONT. IV »
« El Papa Clemente XI.
Para la instrucción y corrección
De jóvenes disipados:
Ociosos, ellos eran dañinos,
Instruidos, ellos serán útiles para el Estado.
En el año 1704, 4º año del pontificado »
En
el interior, se encuentra grabada esta admirable sentencia que resume toda la
filosofía que debería animar la forma de tratar a los criminales:
« PARUM EST
CŒERCERE IMPROBOS
PŒNA
NISI PROBOS EFFICIAS
DISCIPLINA ».
« De poco sirve
Penar a los malos
Para impedirles recomenzar
Si no se aplica
Una disciplina que los convierta en mejores »
En una sala, en medio de la cual se
encuentra colgado un cartel que lleva la inscripción « SILENTIUM », había
cincuenta varones ocupados hilando.
No
había visto hasta ese momento una semejante disposición de lugares, el plano
que amablemente me dio a conocer el Señor Jenkins proporcionará una mejor idea
que si lo describiera verbalmente. El hospital acoge también mujeres. La
construcción que le han reservado tiene, en la parte externa, una inscripción
que indica que fue levantada por Clemente XII en el año 1735 « para detener las costumbres licenciosas de
las mujeres y penar sus crímenes »
Roma
posee numerosos hospitales reservados a los dementes, están generalmente
superpoblados, sin embargo cada enfermo tiene una cama. Visité dos veces el
gran hospital de San Spirito in Sassia: se encontraban allí mil dieciséis
enfermos la primera, mil ciento tres la segunda. Muchas naciones cuentan o
contaban antiguas fundaciones en la ciudad: por ejemplo los reyes de Saxe, los
milaneses, los florentinos y los españoles.
El
hospital de San Spirito tiene una importante escalera acondicionada para
permitir a los valetudinarios subirlas con facilidad y transportar cómodamente
a los enfermos en una especie de sillas o camas cerradas. Tiene siete pies de
ancho y cuenta con una rampa de cada lado. Cada escalón forma un plano
inclinado de sólo tres pulgadas de alto y un pie dieciocho pulgadas de ancho.
Los escalones son de ladrillos en los costados y de piedra en la mitad.
El
hospital de S. Gio Laterano está superpoblado y es insalubre, sin embargo nada
comparado con el de S. Giacomo degl’Incurabili[74].
Contrariamente, el hospital Benfratelli, para enfermos de Florencia, y el
hospital S. Maria della Consolazione, reservado a los heridos en los miembros,
son establecimientos limpios y perfectamente sanos. La calle que conduce a ese
último hospital está, durante la noche, cerrada con dos cadenas, debido a la
instrucción del Papa Alexandre VII del año 1661, a ese fin, dice igualmente
una inscripción,
« NE PRAETEREUNTE
STREPITU QUIES SILENTII
OMNINO AB AEGROTENTIBUS EXULARET ».
«(no perturbar
el silencio de estos lugares cuando los enfermos están en paz)»
Quisiera,
antes de despedirme de Roma, decir dos palabras sobre el hospital de los
peregrinos y de los convalecientes. Los enfermos pueden allí alojarse durante
tres días: el lugar está bien aireado, las comidas y los cuidados
significativos.
Las
galeras del papa se encuentran en Civitavecchia. Los prisioneros pasan allí una
estadía relativamente larga, de acuerdo con la naturaleza de sus delitos: los
vagabundos sólo permanecen tres años, generalmente están empleados a bordo de
pontones que limpian el puerto. Los ladrones no permanecen nunca menos de siete
años, a los falsarios siempre se los condena a perpetua; con respecto a los
monederos falsos, autores de perjuicios considerables, se los somete a una
disciplina rigurosa. Los condenados a perpetua están encadenados de a dos; los
otros sólo llevan una cadena que se reemplaza por un anillo en la pierna cuando
sólo les resta cumplir una condena de dos años: el peso del anillo es
alivianado a medida que se acerca la fecha de su liberación.
Cuando
se captura a un evadido, cumple el resto de la condena, antes de purgar otra de
igual duración a la primera; el condenado a perpetua recibe, durante los tres
días posteriores a su regreso al redil, cien o doscientos latigazos diarios.
Todos los presidiarios tienen menos de veinte años, los más jóvenes permanecen
en el hospital S. Michele, en el que se los emplea para fabricar hilados y se
los alimenta a pan y agua.
Los
prisioneros reciben, cada uno, diariamente, tres libras de pan, más por cada
galera, cincuenta y cinco libras de zanahorias o de habas y dos libras y media
de aceite, con la que elaboran una sopa cada dos o tres días. En Pascuas, en
Navidad y en Carnaval, cada hombre recibe una libra de carne, una media pinta
de vino, más cincuenta y cinco libras de arroz que comparten todos los
prisioneros de una galera.
Cada
dos años, los prisioneros reciben un saco y un chaleco de lana, rayados, dos
camisas, dos pares de calzoncillos de tela y un gorro de lana; cada año
perciben dos pies y medio de tela de lana con la que se confeccionan medias. El
mantenimiento de cada hombre representa, anualmente, quince coronas romanas y
ochenta y siete bayocos, unas tres libras trece chelines nueve pinces.
Durante
mi estadía en Civitavecchia, tres galeras estaban en el mar y otras dos en el
muelle. Habité una « felucca »
cercana a las galeras, pude constatar, durante la noche que reinaba el más
profundo silencio a pesar de que alrededor de cuatrocientos hombres estaban
encadenados, juntos, en una sola galera.
Los
prisioneros trabajan permanentemente y conservan para ellos una parte de sus
ganancias, cuya suma varía de acuerdo a la naturaleza del trabajo y su mayor o
menor habilidad. Los que trabajan en los aserraderos del arsenal, obtienen dos
pinces diarios, los albañiles dos pinces y medio, los simples peones sólo un
penique. Los que trabajan en la confección de telas y de algodón reciben entre
dos y ocho pinces, de acuerdo con la calidad de su trabajo, etc. Los empleados
en trabajos públicos descasan una hora para cenar y otra, durante el verano
para almorzar[75].
En
tierra, se encuentra un amplio hospital para los galeotes. Los enfermos no
llevan grilletes, el establecimiento está muy limpio. En el medio de la sala
principal, se encuentra un altar para el culto. Los que padecen enfermedades
cutáneas tienen una habitación separada, al igual a los que padecen
enfermedades de pecho, los médicos italianos están persuadidos de que la
tuberculosis es contagiosa. Los tuberculosos disponen también de un patio
separado, se toman con ellos iguales precauciones que con los apestados. Así,
cuando la enfermedad sobreviene en la casa, se quema todo el mobiliario y las
habitaciones, antes de ser reocupadas, se limpian y desinfectan
fumigándolas.
«»
[1] N.T. Se emplea la palabra Sheriff,
de origen inglés para señalar al magistrado responsable de hacer respetar la
ley en un condado inglés.
[5] La pregunta me ha sido realizada
muchas veces: ¿cuáles eran entonces esas precauciones, gracias a las cuales
estaba protegido de las infecciones en las que en las prisiones y los
hospitales son tan pródigos? Responderé: primero la buena constitución y la buena salud que debo al
autor de mis días, además mi templanza y una higiene meticulosa. Guiado por la Divina Providencia
y seguro de cumplir el deber que me había reservado, entraba en las celdas más
repugnantes sin preocuparme por los riesgos corridos. Jamás realicé una visita
sin estar bien alimentado, y siempre retuve la respiración cuando me encontraba
en una habitación en la que la enfermedad rondaba, amenazante.
1 La ley invocada no hace
referencia a las casas de corrección , pero una ley de Jacques 1º
(7º año del reinado de Ch. IV) prevé que sea destinado a los Directores y
Gobernadores de las Cárceles la suma necesaria
para el sustento de enfermos y de impotentes.
2 La Ley de los Lores de Georges III estipula que « los comisarios y magistrados no pueden llevar a una persona arrestada
dentro de un albergue o de una taberna sin su consentimiento », pero si el
magistrado es también el encargado, el prisionero no tiene otra opción: el
albergue o la prisión.
3 En 1557 se compraba con un penique veintiséis onzas de pan blanco. En
1782, con dos peniques, no se puede comprar más de dieciocho onzas de pan
blanco en Londres, nueve onzas y media en Edimburgo, seis onzas en Dublín.
Siempre con dos peniques, se puede comprar una libra y tres onzas de pan en
Londres - en septiembre de 1783 - pero en Dublín, el 4 de agosto de 1783 se
pueden comprar once onzas y tres dracmas.
4 Leemos en una carta dirigida
a Sir Robert Ladbroke, impresa en 1771, p. 11. que «el Dr. Hales, Sir John Pringle y otros observaron que el aire viciado y
pútrido está dotado de poderes tan sutiles
y poderosos como para pudrir y
corromper el corazón de un roble; y, por
otra parte, que las paredes de una construcción que han estado infectadas
quedan impregnadas durante años». [El autor se apoya en las observaciones
contenidas en una carta de Sir Stephen Theodore Jansen, que no pude encontrar]
( « Philosophical Transactions »,
Vol. XLVIII, parte I, página 42).
5 Una ley vigente en Irlanda, el 3er
año del presente reinado, « con el
propósito de mejor prevenir los rigores...», contiene la cláusula
siguiente: « Dado que las numerosas
enfermedades infecciosas resultan del apiñamiento de los individuos
encarcelados en prisiones desprovistas de patio, dado que la vida de los
sujetos de Su Majestad podría estar amenazada si los prisioneros fueran
conducidos a las calles públicas, se ordena a los jurados de los Tribunales en
materia criminal y a los jueces alquilar o comprar un pedazo de terreno adjunto
a la prisión, o bien que se encuentre lo más próximo posible a ella, etc. »
6 Es también el caso de muchas
casas de trabajo y granjas, en las que los pobres y los obreros agrícolas están
encerrados en habitaciones oscuras y sin aireación - lo que explica que
nuestros paisanos ya no sean tan robustos como sus padres, constatación
realizada en el transcurso de mis viajes.
7 Una ley irlandesa del 3er año del reinado de Georges III, p.
478, prescribe separar a esas personas de los prisioneros de derecho común.
8 Tengo en mi poder un cuadro
impreso por primera vez en 1772, a partir de un
trabajo realizado por Sir Theodore Janssen. Allí se muestra el número de
malvivientes ejecutados en Londres en
los veintitrés años anteriores, y los delitos por los que fueron condenados.
Doy un resumen sobre la forma de los cuadros que figuran al final de esta obra.
Hubo, durante esos veintitrés años, 678 ejecuciones en Londres, 29 o 30 por
año. Dejo a otros la preocupación de interrogarse hasta el punto de saber si
esas ejecuciones son muchas y si los condenados merecían la muerte por los
delitos cometidos (de los que daré el detalle). El Señor Eden, autor de « Principles of Penal Law », hace
notar en la página 306, « que un Estado
funciona realmente mal cuando acumula leyes sanguinarias... Como si eliminar el
género humano fuese el principal objetivo de la legislación... » Cada uno
podrá, de esta manera, comparar el número de víctimas de fiebre de prisiones en
Londres (deudores y delincuentes
menores) y el de las ejecuciones capitales. No dispongo del número de
ejecuciones de todos los condados, pero estoy convencido que es mucho menor al
de los muertos en prisiones.
13 Luego del [último] del anteúltimo conflicto, la ración
cotidiana, para seis prisioneros era, 9 libras de pan, 4 libras de carne, 3 pintas de legumbres, 6
cuartos de cerveza, además de agua a voluntad. Los viernes la carne era
reemplazada por una libra y media de manteca. Una ración no despreciable, sería
destinada a los hombres de guerra...
14 No sería necesario discernir
dentro de mis propósitos el motivo de elogio hacia los franceses. En 1756, tuve mi propia
experiencia sobre la forma que ellos tratan a sus prisioneros de guerra; mi
navío fue apresado por un pirata
francés, durante un viaje a Lisboa, a bordo del « Hanovre ». Antes de llegar a
Brest, tuve que soportar los sufrimientos de la sed y del hambre durante más de
cuarenta horas. Encerrado en el castillo de Brest, dormí seis noches sobre
paja; pude observar los crueles tratamientos infligidos a mis compatriotas,
tanto en Brest como en Morlaix donde fui transferido; durante los dos meses en
los que fui prisionero bajo palabra en Carhaix, mantuve correspondencia con los
prisioneros ingleses en Brest y en Morlaix, así como con los marineros del «
Hambourg » y mi doméstico que se encontraban detenidos en Dinan. Todas las
informaciones convergían: los prisioneros ingleses estaban sometidos a un
régimen tan brutal que muchos perecieron, en Dinan 36 fueron enterrados en un
pozo el mismo día. De regreso en Inglaterra luego de haber sido liberado bajo
palabra, comuniqué esos detalles a los comisarios de la salud marina los que
tomaron nota y me aseguraron participar. Las observaciones fueron presentadas
ante la Corte
francesa, nuestros marinos obtuvieron
reparación y los prisioneros de tres ciudades bretonas, en las que
hablé, fueron enviados a Inglaterra en la primer flota. Una irlandesa, que se
había casado en Francia, había fundado diversas obras de beneficencia, con el
acuerdo de la municipalidad de Saint-Malo; una consistía en otorgar la suma de
un penique por día a cada prisionero de guerra inglés detenido en Dinan. Esta
disposición, debidamente realizada, salvó la vida de un importante número de
hombres rudos y útiles. Los sufrimientos que soportara luego de esta
experiencia aumentaron, necesito decirlo, mi interés por los desdichados que
conforman el tema de este libro.
1 « En 1730, Nicholas Bennet, Joseph Robinson, John Head y George Taverner
comparecieron ante la Corte
de Old Bailey por haber robado a John Berrisford dos y medio guineas, dos veces
seis peniques y dos veces medio penique; los hechos, que tuvieron lugar en la Nueva Prisión , y
donde el pretexto era la bienvenida, fueron debidamente reconocidos y los cuatro
convictos de robo con violencia, fueron condenados a muerte, un hecho tan
severo que explica la voluntad de los jueces de extirpar de las prisiones la
práctica odiosa de robar el dinero, o en su defecto las vestimentas de los
pobres prisioneros encarcelados por cualquier motivo, práctica que conduce a la
muerte sistemática de los recién llegados de esta manera privados de comida o
de ropas », escribe Burton en su « New View of London », página 468.
2 Lord Loughborough, durante la sesión del Ministerio Público de la Cuaresma de 1782, llevado
a cabo en Thetford, condenó al guardia del castillo de Newcastle a una multa de
20 libras
por haber puesto los grilletes a una mujer.
« ¿Puedo olvidarme de esos pocos hombres
generosos
Que mudos ante la miseria humana, combatieron
para impedir
Los horrores que la prisión encierra?
¿Quién escucha, quién se inquieta ante las
quejas de la miseria,
Ante los gemidos de dolor?...
¡Salud a vosotros, patriotas ! Desdeñando el
secreto menosprecio
Que los ha llevado a esos lugares en los que la Justicia y la Piedad huyeron,
Los han arrastrado a plena luz los monstruos estupefactos,
Les han quitado de las manos el cetro de la Opresión.
...
Mucho queda por hacer...
¡Continuad Patriotas, vuestra obra saludable ! »
4 Así mismo la seguridad exigiría
poner grilletes a los prisioneros peligrosos, sólo podría admitirse que
comparezcan ante los tribunales con sus cadenas, si se hubiesen evadido anteriormente o hubiesen
intentado hacerlo antes del proceso. « La ley prescribe que ningún
prisionero debe permanecer con las cadenas, salvo que un caso de fuerza mayor apremie al
guardia a recurrir a un procedimiento semejante », « Principes of Penal
Law », p.187.
5 N.T: Cita textual del libro de
Cesare Beccaria, "De los Delitos y de las Penas". Capítulo
XIX, De la Prontitud
de las penas, página 231.
La tarifa
de los secretarios de los jueces de paz es la siguiente:
1 £ 7 p.
por un robo seguido de absolución;
1£ 8 p. 3
s. por un robo menor;
1£ 3 p. 4
s. por una condena de ser azotado en la plaza pública;
17 s. 4 p. por un bastardo.
« RECIBÍ, con fecha abril de 1775, del Sr.
Sherry, guardia, la suma de 1
Libra 8 Chelines y 8 Peniques por expedir el presente, en fe de lo cual
podrá percibir los gastos de encarcelamiento, causados por los prisioneros
absueltos en el condado de Devon,
Firmado..., secretario del Ministerio fiscal ».
El guardia me indicó que el certificado correspondía, al pago, por 23
prisioneros absueltos.
10 Los secretarios del Ministerio
Fiscal pagan muy caro su cargo. Conozco uno que ha debido pagar 2500 £ a
los jueces, mientras que esos cargos no deberían ser vendidos por los
magistrados, los secretarios no tienen necesidad de ser presentados a los
jueces, lo que permitiría que la tarifa sea más baja. El guardia que pide una
copia del calendario de los jueces debe pagar 1.1.0., mientras que los
comisarios de S.M., encargados de investigar las prácticas y gastos de los
tribunales considerados escandalosos, señalan en su informe del 1 de diciembre
de 1735 (M.S., p.21), que el hecho de pagar dicha copia 0.7.6 al guardia del
condado de Surrey y 0.5 a
los guardias de los otros condados, resulta irrazonable, injustificado.
Términos que fueron empleados por los comisarios en dicho informe.
13 No cuento los padres, que
comparten el dolor de sus hijos acompañándolos en esos lugares miserables.
1 En
una carta del 13 de septiembre de
1774, los señores Stephenson y Randolph, de Bristol, importantes empresarios para la deportación de convictos,
presentaron sus quejas ante el Sr. Biggs, guardia de Salsbury. Transcribo fielmente aquí sus conceptos: « La gangrena en los pies provoca generalmente la muerte. Si, luego de la
próxima carga, la tasa de mortandad es igualmente elevada, deberemos dejar
nuestra actividad, por haber perdido ya mucho dinero. Nuestra embarcación se
encuentra en estos momentos en cuarentena ».
2 Cuando visité la prisión de
Horsham en compañía del guardia, encontramos muchas piedras y escombros. Los
prisioneros habían pasado dos o tres días en el piso de la celda, una evasión
general estaba prevista para esa misma noche, llegamos a tiempo dado que
comenzaba a anochecer cuando empecé mi visita. Estábamos a merced de los
candidatos a fugarse, pero, Dios impidió que hasta el día de hoy no lo intenten
nuevamente.
3 Una carta dirigida a Sir Robert
Ladbroke, en 1771, insiste sobre la necesidad de separar a los
prisioneros. Igual exigencia la presentó
el obispo Butler, durante un sermón pronunciado ante los magistrados, en
Londres el 14 de abril de 1750, Cf. pp. 20 y ss. Ver también las cartas del 8,
10 y 22 del Señor Hanway, en su obra: "The Defects of Police, the Cause
of Immorality, etc. ".
4 Una ley de S.M. del 3er
año del reinado, prevé que en Irlanda, « en
las prisiones recientemente construidas, las mujeres y los hombres dispondrán
de compartimientos separados, los guardias de viejas prisiones deberán ponerlo
en práctica para asegurar la separación de los dos sexos ».
6 Para justificar mi demostración sobre la importancia de mantener baños
en el seno de la prisión, citaré el ejemplo de personas que, consideradas
muertas por la fiebre de prisión y transportados al exterior para enterrarlos,
mostraron signos de vida y recuperaron rápidamente su conciencia cuando se los
lavaba con agua fría. Personas gravemente afectadas por enfermedades
infecciosas se recuperaron luego de haber sido sumergidas en agua fría. Otros casos
resonantes se informan en el apéndice, en el "Account of a Series of
Experiments" del Dr. Watson.
8 El suceso alcanzado por el método del Dr. Lettsom confirma los
beneficios del aire fresco en el tratamiento de fiebres pútridas. Cf. sus « Medical
Memoirs », pp. 19, 57, 58, 62, etc. Una fiebre pútrida castigó
recientemente la casa de pobres de Yarmouth: la aireación era tan mala que se
debió evacuar a la mayoría de los enfermos.
9 Los deudores de York, Lincoln, Norwich, Ipswich, Chelmsford, etc,
ocupan su tiempo tejiendo bolsos,
jarreteras, redes, cintas, etc.
Es un trabajo fácil y agradable, que podría organizarse en todas las prisiones
incluso las que reciben prisioneros de derecho común. El aprendizaje se realiza
en una semana, y no hay necesidad de emplear ninguna herramienta peligrosa.
Basta con disponer con salas y patios apropiados para tal fin.
10 « De acuerdo a su voluntad, a cualquier hora del día, podrá hacerse
enviar o traer él mismo cerveza, negra o blanca, vituallas, o cualquier otro
alimento ».
11 El preámbulo de la ley dispone: « Muchas improbidades y abusos cometieron los
guardias que fabrican y venden bebidas y pan. Obligan a los prisioneros a
abastecerse con ellos. De ahora en más, se prohibe a los guardias, como a toda
persona a su servicio, fabricar cerveza, cocer pan o destilar alcohol, tanto en
el interior como en el exterior de las prisiones, les está también prohibido
vender productos o tener un comercio para su venta, bajo pena de una multa de
cinco libras por cada infracción cometida ».
12 Durante mis primeras visitas,
muchos guardias se disculparon de no poder acompañarme a las construcciones
reservadas a los criminales. Los prisioneros de una prisión del condado (la del castillo de York, que visité en 1774)
me dijeron varias veces que no veían al guardia desde hacía muchos meses. No
habría mencionado el testimonio de esos detenidos si el carcelero, presente
allí, no lo hubiese confirmado.
13 Debo expresar aquí toda mi
gratitud por la gentileza y la cortesía de esos magistrados, realmente
hospitalarios, que durante mi visita, en enero de 1775, me nombraron ciudadano
ilustre de la ciudad.
14 Cuando el guardia no vive en el lugar, como es lo que ocurre en la prisión
de Newgate de Dublín, y esto es válido
tanto para la vieja como para la nueva prisión,
debemos sistemáticamente lamentar (como pude constatarlo personalmente) las
consecuencias desastrosas.
15 Este fiel servidor del Evangelio
estuvo a punto de ser inmolado durante el reinado de la Reina María. En el
camino de Durham, en Londres - donde debía ser sacrificado - al caer de su
caballo se quebró una pierna, la
Providencia lo alejó de un proceso siniestro, dado que la
reina beata murió antes de que él regresara.
Durante el reinado siguiente fue promovido al fastuoso beneficio de Houghton en
el Northumberland y pudo llevar a cabo las obras anteriormente mencionadas.
16 Muchas veces encontré los domingos a los deudores y a otros
prisioneros acostados, lo que no hubiera sido posible si el servicio divino se
hubiese celebrado en la capilla.
17 El ejemplo del Sr. Smith, en la
prisión de Tothillfields, en Westminster, sería para generalizar.
18 El « libro de plegarias
comunes » de Irlanda encierra, podemos felicitarnos, « un tipo de plegaria
reservada a la visita de los prisioneros, aprobado por los arzobispos y por los
obispos, así como por todo el clero, con el anexo de S.M., luego de un sínodo
llevado a cabo en Dublín durante el año 1711 ».
19 Todavía llamada agua lechada. No
conozco nada más eficaz para destruir los parásitos, purificar el aire y
prevenir la infección. El agua lechada no sólo es un instrumento de limpieza,
es además un medio para reforzar la seguridad, las tentativas de evasión pueden
detectarse mejor cuando las perforaciones se realizan en muros totalmente
blancos.
20 En el extranjero, sólo parece
preocupar, fuera de toda medida, las consecuencias nefastas que puede acarrear
la construcción de prisiones a orillas de cursos de agua; la única preocupación
es la necesidad de limpieza, la única aprehensión reside en los efectos
desastrosos que produce la presencia de alcantarillas insalubres. Cf. la
opinión sobre ese punto del Dr. Heberden en « Medical transactions »,
páginas 521 a
524 es la siguiente: « En Inglaterra,
pocas son las personas que se preocupan por los efectos que producen las
habitaciones muy húmedas en la salud de los hombres. ¿Esta opinión se basa en
la experiencia, o es una hipótesis que se ha repetido y terminó por imponerse
esperando que se investigue detenidamente? Los argumentos que están a favor de
esta suposición son frágiles y escasos, argumento de los mismos enfermos para
refugiarse en esto y ocultar otras que no salen a la luz. El aire de los ríos y
del mar contienen invariablemente más vapores que el de las regiones interiores
taladas; sin embargo, los más importantes médicos de la Antigüedad recomendaban
construir las habitaciones en las riberas de los ríos, y los médicos
contemporáneos envían a sus enfermos a la orilla del mar, para que aprovechen
los beneficios del aire de mar ».
21 A veces es necesario realizar
fumigaciones en el interior de las prisiones. Sobre este tema citaré el texto que me ha hecho llegar el
erudito Dr. Lind, correspondiente al método que utiliza exitosamente para
fumigar los barcos contaminados: « A la
mañana se encenderá carbón de leña
que deberá permanecer encendido hasta la noche, sobre el fuego se colocará
media libra de azufre; durante todo ese tiempo, se deberá vigilar que el fuego
permanezca encendido. El encendido puede hacerse en baldes de hierro. Igual
operación se repetirá todos los días durante quince días. Todas las tardes y
durante la noche, los ojos de buey y las escotillas permanecerán abiertas y
todo el interior del barco se lavará con vinagre caliente. Después de la última
fumigación, antes de que los hombres se encuentren a bordo, las bodegas deberán
lavarse a fondo. Si la infección fuese importante, se blanqueará a la cal los
lugares más contaminados. Se destruirán todos los objetos infectados, al igual
que la ropa de cama y las vestimentas de los enfermos y de los muertos a causa
de la enfermedad - así como la de los enfermos que recuperaron su salud, por lo
menos hasta que la epidemia haya cesado. Se purificarán las otras vestimentas y
la ropa de cama exponiéndolas dos veces por semana a humos de carbón de leña y
azufre, salvo las vestimentas que el azufre podría estropear, entonces se las
colgará en un lugar cerrado donde se quemará tabaco. La ropa y los objetos de
tela que la humedad pudiese estropear, serán luego de la primera fumigación,
sumergidos durante varias horas en agua fría antes de lavarlos cuidadosamente,
y por último se los secará al viento. Si durante los quince días que dura la
operación, un nuevo caso de enfermedad se presenta, se comenzará la operación
de cero, el mismo día se llevará al enfermo a tierra. Se vigilará especialmente
la higiene corporal y de las ropas de todos los individuos: se obligará a los
descuidados y a los mugrientos a bañarse y vaciar las aguas sucias, se les
proporcionará vestimentas y ropa de cama suficiente para que puedan cambiarse
con frecuencia ». Asistí, en algunas prisiones extranjeras, a operaciones
de fumigación menos onerosas y tan eficaces como agradables. El aire
contaminado se purificaba gracias a un procedimiento que consistía en arrojar
bayas de enebro sobre un plato embutido donde se quemaba carbón, práctica que
se realiza también en las iglesias católicas romanas.
22 La ley del Parlamento irlandés ya
mencionada prohibe en su reglamento « a
los guardias y a sus sirvientes criar caballos, vacas o cualquier otro ganado
dentro de las prisiones, en los patios, otros locales y terrenos adyacentes,
bajo pena de una multa de cuarenta chelines por cabeza de ganado ».
24 Una pena de cien libras está
prevista para los guardias, conserjes y procuradores que vendan, guarden,
provean o permitan circular alcohol
dentro de la prisión. Una multa de 10
a 20
libras , y combinada con tres meses de prisión, está
prevista para los visitantes que introduzcan alcohol. La mitad de lo que se
perciba por multas se reserva para los informantes; la otra mitad se entrega a
los prisioneros y a los pobres.
25 El hecho no es insignificante: los
prisioneros tienen un horrible placer, hacer desaparecer el papel donde se
anuncian los artículos que prohíben la venta de alcohol.
26 La ley precisa: « Los jueces y jurados de los Ministerios
Fiscales, luego de cada sesión, deberán verificar si la tarifa de gastos de encierro,
los Reglamentos y Ordenanzas, se encuentran a la vista, deberán tomar, si fuese
necesario, las medidas impuestas. Los jueces y jurados están liberados de cumplir con esta medida al igual que el Gran
Jurado que los precedió ».
27 La ley de Georges II (17º año del
reinado) sobre vagabundos determina que dos jueces deben inspeccionar las casas
de corrección « al menos dos veces por
año, más si fuese necesario, y redactar un informe conjunto sobre el
funcionamiento del establecimiento ». El mismo texto determina además que
los jueces pueden, luego de las sesiones trimestrales, penar con multas a los
Gobernadores y Procuradores que no hacen respectar las reglas de disciplina,
particularmente la de trabajos forzados.
28 Las
salas más amplias, que contienen un
número importante de personas, deberían estar acondicionadas de manera tal que
el aire viciado pueda salir por el techo. Cf. « Experiments » del Dr.
Priestley, página 281.
30 Una ley de Jacques 1º, 7º año del reinado, Cap. IV,
prevé la construcción en cada condado de al menos una casa de corrección con un patio trasero: « Los jueces de paz que, en dos años, no dispongan la construcción de
esas casas pagarán una multa de cinco libras de buena moneda inglesa, una mitad para el denunciante
y la otra para la construcción de la casa
de corrección ». La misma ley fue adoptada, en Irlanda, por Charles
1º, 10º y 11º años del reinado.
31 La
holgazanería reina en las casas de corrección. Las sentencias no imponen la
obligación de trabajar. Los magistrados deberían saber que los prisioneros
encerrados durante uno o dos años se convierten en menesterosos no sólo desde
el punto de vista moral, sino además en lo que respecta a su aptitud para
trabajar: conocí algunos que, una vez liberados, inmediatamente después de
comenzar a trabajar caían en la más absoluta decrepitud.
32 La ley, citada en la nota anterior, pide que las
casas de corrección estén dotadas de « molinos,
torres, cardas, y todo instrumento necesario para poner a trabajar a los bribones
y perezosos ». La ley de Georges II (17º año del reinado) ya citada exige
que los jueces, durante las sesiones trimestrales, se aseguren de que « las casas de corrección dispongan de todos
los medios, materiales, instrumentos y otros elementos necesarios para la
guarda, entretenimiento, trabajo, disciplina y mejoría de personas holgazanas y
pródigas, de bribones y vagabundos, etc. ».
33 Ya indiqué que un guardia debe ser una persona
saludable; mi opinión alcanza también a los conserjes de una casa de corrección,
un inválido no podrá asegurar trabajo a los prisioneros, ni prevenir la evasión luego del cierre de la puerta, es
suficiente recordar los eventos acaecidos en Preston, en el Lancashire, y en
otras prisiones.
34 No
insistí lo suficiente sobre la necesidad de procurar los medios para que los
prisioneros no sientan frío. Aprovecho la ocasión para observar aquí que es un
principio de humanidad, teniendo en cuenta las condiciones climáticas, pero
además porque se trata de un medio esencial para preservar la salud de los
prisioneros: la calefacción implica una búsqueda en vista a mejorar la
circulación de aire y prevenir los problemas que sufren los prisioneros,
especialmente a nivel de los pies. Puedo asegurar que la falta de estufa,
conjuntamente con la mala alimentación, es la mayor causa de mortandad en las prisiones durante el período invernal.
Supe de la muerte de tres hombres en una de nuestras prisiones: murieron de
inanición, sólo disponían de medio penique para alimentarse los tres. El oficial
encargado de investigar las muertes, ante quien me presenté para determinar las
responsabilidades previstas por la ley, me respondió que en este caso los
prisioneros habían sido condenados a prisión y "a la gracia de Dios".
Si este no hubiese sido el motivo, el guardia habría sido investigado por
felonía y condenado a la horca; en realidad, la responsabilidad incumbe, en
este asunto, a los jueces que no fueron capaces de prever los subsidios
alimenticios para que los prisioneros sobrevivan.
35 Los jóvenes condenados a corrección deben permanecer
indefectiblemente separados de los otros prisioneros, lo ideal sería que estén
separados unos de otros. Deberían ser asistidos por un maestro cálido y dulce
que los visitase con frecuencia y que, sin que lo parezca, conversara con ellos
como si fuese un pariente o un amigo.
36 Sería un considerable progreso si pequeños catres de
una plaza se instalaran en todas las prisiones, de esta manera los prisioneros
podrían dormir separados. Vi utilizar esos catres en la prisión del condado de
Sufflok, hablaré de esto con más precisión cuando evoque mi visita a esta
prisión.
37 La idea de que los convictos son ingobernables es
falsa. Existe una forma de dirigir a algunos prisioneros entre los más
desesperados que sólo pueden ser útiles a los guardias y a sus compañeros.
Muchos de los prisioneros son finos y sensibles: con ellos, hay que mostrarse
calmos pero firmes, hay que hacerles sentir que la Humanidad es la única
guía y que sólo se aspira a convertirlos en personas útiles para la sociedad;
se les debe informar sobre los reglamentos y ordenanzas de la casa y
asegurarles que los empresarios y los guardias no los privarán de los alimentos
ni de las vestimentas a los que tienen derecho. Enfermos, tratarlos con
ternura. Con esos tratos se evitarán los motines y las tentativas de evasión
que son, estoy plenamente convencido, el hecho que lleva a los prisioneros a la
desesperación debido a las formas brutales e inhumanas de los guardias.
38 Muchos
jóvenes permanecen en prisión, una vez que el tiempo de la pena se cumple,
otros son despojados de los trapos que le quedan, pañuelo, delantal, falda, que
el guardia conserva para él hasta que los gastos de encierro le sean abonados.
39 Mr. Thomas Firmin, un ciudadano de Londres que vivió
en el siglo anterior, había creado una manufactura de hilados y de tejido que
empleaba a unos 2.000 pobres; perdía 200 £ por año, a pesar de que muchas
personas caritativas compraban sus productos a precios realmente altos. La
compañía de las Indias orientales y la de Guinea pidieron telas gruesas para
las bolsas de pimienta que anteriormente compraban en el extranjero. « Durante siete u ocho años, el trabajo de los
pobres le hacía perder dos peniques por chelín invertido; pero él estaba
satisfecho porque, se alegraba al decir, los dos peniques perdidos representan
dos veces nada con respecto al dinero que los pobres habían mendigado o robado
si no hubiesen trabajado », "Firmin's Life", pp. 33 y 34.
40 El marqués de Beccaria termina su trigésimo capítulo
con estas palabras: « no se puede llamar
justa o necesaria (lo que es la misma cosa), la punición de un delito que las
leyes no han previsto, por los mejores medios posibles, y según las
circunstancias en que se encuentra una nación » (capítulo XXXVI, p. 330 de
la traducción de Collin de Plancy).
43 Mi opinión coincide con la del autor avezado que
escribió estas líneas: « el destierro,
tal como se practica en Inglaterra, tiene como principal efecto sacar provecho del criminal y siempre es un insulto
a la comunidad », Principles of Penal Law, p. 33.
[6] N. del T. Hôtel-Dieu, hospital central de París, actualmente se
encuentra ubicado en el lado septentrional de la explanada.
[7] Ver, más detalles sobre este punto,
en el « Código de Policía », París, 1767, tomo I, pp. 510 y ss.
[8] [Tuve curiosidad por obtener las
tarifas de varias celdas de pago. Transcribo aquí, las correspondientes a la Conserjería , de fecha
1 de junio de 1776:
Los que duermen sobre paja: 99 hombres, 22 mujeres;
En la enfermería: 13 hombres y 14 mujeres;
En las celdas: 25 hombres;
Pensionistas y medio pensionistas del carcelero: 13;
Pensionistas que alquilan un cuarto pero asegurando su propio
mantenimiento: 16.
Un TOTAL de 202 prisioneros.
Los pensionistas del carcelero pagan 45 libras por mes, los
medio pensionistas 22
libras y media, los que se procuran su subsistencia 7 libras y media. Hay 6
carceleros.]
[9] Monseñor Guy du Rousseaud de la Combe , en su «Tratado en
Materias Criminales», París, 1769, in 4, 6a edición, cita en la
página 339, un fallo del Parlamento del siglo XVII, que condena a un guardia a
morir en la horca, por haber permitido que un prisionero muera de hambre.
[10]El
estado de las prisiones, entre el 1 de junio de 1776 y el 15 de mayo de 1783 es
el siguiente:
Hombres durmiendo
en camas de paja: 99 y 126.
Mujeres durmiendo
en camas de paja: 22 y 0.
Hombres en la
enfermería:13 y 18.
Mujeres en la
enfermería: 14 y 0.
Hombres en celdas:
25 y 16.
Prisioneros en
celdas de pago: 29 y 22.
Total: 202 y 182.
Las habitaciones de
pago se alquilan a 7 libras
y ½, 22 libras
y ½ o 45 libras
por mes. 1 libra
= 10 peniques y 1/2.
[11] El 16 de mayo de 1783, la cantidad
de presos era la siguiente:
En habitaciones: 47.
En camas de paja: 209.
En celdas: 16.
En la enfermería: 33.
Total: 305.
Visité a los prisioneros de las celdas un día de vigilia: el viernes,
tenía para llevarles un poco de vino ya que, sólo se les distribuye pan.
[12] En mayo de 1783, la libra de buen
pan blanco se vendía a dos peniques en París y Bordeaux; ocho libras de pan
negro costaban 9 peniques. Copié también las tarifas publicadas en el
Marquisant d'Arpajon:
Pan muy blanco, con 9 libras de peso: 18 sols.
Pan común, con 9 libras de peso: 16 sols.
Pan moreno, con 9 libras de peso: 13 sols.
1 céntimo = 1/2 penique.
[13] La mayoría de los artículos son iguales a los de la ordenanza de 1717.
Solamente el artículo 11 es nuevo: «Los
prisioneros no pagarán en el futuro ningún derecho, ni cuando arriben ni cuando
salgan».
[14] Cada hombre saca alrededor de 14 libras de agua a la
vez, es decir más o menos la mitad de lo que extrae un trabajador normal.
[15] Sir William Blackstone hace notar que, para un pueblo, mantener su
libertad personal es esencial: «porque abandonar el poder a cualquiera,
aunque fuese el Rey, llevaría al encierro arbitrario de personas de las cuales
él o los oficiales desearían desentenderse (y ésta es la práctica cotidiana de la Corona francesa), y
finalmente, a la abolición de todos los otros derechos y libertades... Una
persona, digna de confianza, me aseguró que, durante el gobierno del bondadoso
cardenal Fleury, más de 54000 cartas con la orden del rey fueron concedidas,
por la famosa Bula Unigenitus» ,
«Comentarios», Libro I, Capítulo I.
[16] Este artículo está redactado de la
siguiente manera: «Los Guardias
acompañarán a las personas que realicen caridad en la prisión, ellos determinarán su distribución, lo podrán
hacer ellas mismas en las salas del cobertizo o en los patios; pero las
limosnas sólo podrán ser distribuidas por los Guardias en las celdas negras, en
presencia de las personas que las entregan».
[17] Es de esperar que luego del incendio
ocurrido hace unos años, este hospital sea transferido a un lugar más
ventilado.
[18] Encontramos, encima de una de las
puertas del hôtel-Dieu, la siguiente inscripción, que es tan ridícula como
escandalosa para un lugar semejante: «Es
esta la Casa de
Dios y la Puerta
del Cielo».
[19] Mi dilecto amigo el Dr. Price estará
contento al comprobar que mejoras sensibles se realizaron en el hôtel-Dieu, la
tremenda tasa de mortandad de 1
a 5 disminuyó considerablemente. Cf. ss «Reversionary Payments»,
vol. I, p. 296 de la cuarta edición.
[20]
Estas ordenanzas fueron reunidas e impresas en un in-4º. El decreto aplicado en
las capitales del 18 de Junio, comprende 39 artículos y se titula «Ordenanza de la Corte del Parlamento,
conteniendo un Reglamento general para las Prisiones, derechos y funciones de
los Secretarios de las cárceles, Carceleros y Guardias de las Mencionadas
Prisiones: Con la tarifa de los derechos atribuida a los mencionados carceleros».
La ordenanza tiene igual título, sólo el arancel es diferente, tiene sólo 33
artículos.
[21] Este artículo tiene como modelo el artículo 1
del Capítulo «Prisiones», de la
excelente Ordenanza Criminal de Luis XIV de 1670, que estipula que las
prisiones estarán dispuestas de manera tal que «la salud de los prisioneros no se verá perturbada»
[22] Me dediqué a describir minuciosamente este
hospital porque las «Salas de convalecencia» que allí se encuentran se parecen
extrañamente a un tipo de mejora propuesta por
mi sabio amigo el Dr. Aikin, de Warrington, en su obra "Thoughts
on Hospitals". No llevé ese libro durante mi viaje, lo recuperé
posteriormente y encontré un pasaje donde el Dr. Aikin manifiesta su deseo de
que « todos los pacientes capaces de sentarse pueden ser reunidos durante todo
el día en piezas amplias y aireadas ».
[23] A un
prisionero al que se le exige un pago es considerado, en cierta medida, como un
rehén, hasta el pago de la suma exigida durante la captura del navío.
[24] «En nombre de los Comisarios para el Cuidado
de los Enfermos y Heridos de la
Marina , y por el Intercambio de Prisioneros de Guerra.
REGLAS que todos los Prisioneros de Guerra, en Inglaterra, y en Irlanda
deben tener en cuenta.
I. Las órdenes dadas por los Agentes, para el cuidado de los
prisioneros, deben ser observadas sin réplicas ni disputas. Que ninguno de los
prisioneros ose insultar, amenazar, maltratar y aún golpear al carcelero, ni a
nadie que haya sido empleado, para los asuntos de la prisión, por el Agente
bajo pena de punición que ordenarán los Señores Comisarios, y de perder la
oportunidad de ser intercambiados; ser encerrados en celdas estrechas y
privados de la mitad de sus víveres.
II. Todos los prisioneros, cuando el agente realice la revisión,
responderán a sus nombres; y si en la lista entregada al agente se encuentra
algún error, ellos lo indicarán, con el fin de corregirlo; y así prevenir
confusiones por nombres erróneos.
III. Todos los prisioneros que se nieguen a responder con sus nombres en
la revisión, serán penados con la privación de víveres hasta que se sometan.
IV. Si se producen daños en los sitios donde los prisioneros están
encerrados, ya sea queriendo escapar, o en forma deliberada, los gastos de la
reparación serán abonados con los víveres de aquellos que han intervenido; y si
los culpables no pueden ser descubiertos, todos los prisioneros en su conjunto
contribuirán con sus víveres, para los gastos de esa reparación.
V. Cualquiera que se escape de la prisión, y es capturado, será llevado
a la celda; sólo tendrá una media ración de víveres, hasta que haya pagado los
gastos por encarcelarlo nuevamente, y además perderá su turno de intercambio;
un oficial descubierto en una situación tal será, desde ese momento, tratado
como un simple marinero.
VI. Está prohibido batirse, pelearse, o hacer desorden en las prisiones
o en los sitios al aire libre en los que puedan permanecer los prisioneros,
bajo pena de punición según el carácter de la ofensa.
VII. Los marineros, asearán y limpiarán, a su turno, a los prisioneros
tal como lo ordene el respectivo agente; además todo marinero que rechace ese
trabajo, y que haya sido advertido, será privado de alimentos hasta el momento
en que decida realizarlo.
VII. Los prisioneros deben informar al agente sobre las vestimentas u
otras cosas que puedan necesitar, y por las cuales tendrán que pagar; y el
agente no sólo permitirá que se les suministren sino también revisar los
precios que se les impongan.
IX. En cada prisión, los prisioneros podrán designar, para examinar los
víveres, de tres a cinco de entre ellos y cambiarlos cuando quieran; para
determinar si están en buen estado, si la ración es la estipulada ya sea en el
peso y la medida; siguiendo la mesa de avituallamiento abajo indicada. Y si se
encuentra algún tema de queja, sea por la manera de prepararlos, servir o
cualquier otra cosa, deben, convenientemente darlo a conocer al agente, que en
posesión de la queja debidamente fundada, deberá llamarlos al orden. Si el
agente hace caso omiso, deberán darlo a conocer a los Señores Comisarios, que
deberán suministrar justicia.
X. A los tenderos (con excepción de aquellos que vendan elementos
inconvenientes de ser adquiridos por los prisioneros) se les permitirá
permanecer en la puerta principal desde las diez de la mañana hasta las tres de
la tarde, para poder vender las mercaderías que les deberán ser abonadas,
inmediatamente, por los prisioneros.
XI. Cualquier prisionero que por ese medio pretenda obtener licores, u
otras cosas prohibidas, o que reciba o entregue una carta, será penado por el
abuso que cometió en esa indulgencia».
[25]Esta
habitación mide diecinueve pies por doce. En otra habitación, dos tercios más
pequeña, se encontraban almacenadas veintitrés hamacas pertenecientes a los
marines y que eran algunas veces remitidas a sus propietarios. El patio de la
prisión no mide más de veinticinco pies por catorce pies y medio.
[27] Hubiera deseado que no existan salas de tortura. En realidad, ningún
acusado o condenado fue torturado en los últimos veinticinco años. El artículo
32 del «Reglamento de la Ilustre Meditación para la Pacificación de
disturbios de la República
de Ginebra», publicado en 1738, establece: «A los acusados y criminales sólo le podrí hacer la pregunta o aplicar
la tortura si previamente fueron, por sentencia definitiva, condenados a muerte».
[28] También encontré en la isla de Gorgone, celdas ubicadas en
lo alto de las construcciones. Esta práctica no debe ser asimilada a la arcaica
y cruel, que consistía en encerrar a los prisioneros en fosas y mazmorras de
los castillos.
[29][Sir
John Pringle, presidente de la
Sociedad Real , en su discurso pronunciado en el aniversario
de esta sociedad, el 30 de Noviembre de 1776, p. 16: «El difunto Doctor Mounsey, F.R.S. quien vivió mucho tiempo en Rusia y
que fue el Gran Degustador durante dos reinados, tomó conocimiento de las
«Observaciones sobre la fiebre de las prisiones» cuando estaba en Moscú: puedo
comparar las observaciones de ese tratado con las que él realizó en varias
prisiones de la ciudad. Para su sorpresa, las prisiones moscovitas, repletas de
malvivientes a quienes la
Emperatriz se negaba a aplicar la pena de muerte, permanecían
indemnes a la fiebre, y parece que siempre lo hubiesen estado. De regreso a San
Petesburgo, realizó las mismas investigaciones y los resultados fueron
idénticos »] .
Observaré
aquí, que el escorbuto que encontramos en las prisiones francesas puede ser
asimilado como una suerte de fiebre de las prisiones, pero durante mis visitas
no encontré ningún prisionero verdaderamente enfermo de escorbuto, pues creo
que yo sería capaz de distinguir los síntomas.
[30][ Un viejo guardia olvidó cerrar
la puerta de una de las salas, doce prisioneros forzaron la puerta y escaparon.
Los transeúntes no hicieron nada para detenerlos pues creían que iban a
trabajar. Cuatro o cinco fueron encontrados y encerrados en la misma prisión:
los magistrados decidieron no aplicar ninguna punición pues consideraron normal
que cada prisionero sueñe con recuperar su libertad. No habían cometido delito
alguno y, en ese caso, sólo fue castigado el viejo guardia.]
[31]Estaba
presente cuando llevaron el trabajo realizado durante la semana. Luego de
examinarlo les entregaron veintisiete libras de lino para la semana. Habían
llegado distintas personas para comprar el lino ya trabajado. Estaba encargado
de la venta un inspector que vivía cerca de la prisión.
[32]El
Trabajo es absolutamente necesario. Si el delito es tal que permite
indulgencia, la asiduidad al trabajo debería verse compensada por una
disminución de la pena, lo que se realiza en muchos sitios.
[33][Es
también el caso de Escocia. Estuve allí en enero de 1775, en una época donde no
había proceso. Pero varias personas me dijeron que la práctica de los
juramentos, la forma en que se llevan a cabo son muy solemnes. En presencia del
juez, el testigo levanta la mano derecha, etc. Se relee la declaración para que
pueda corregirla o completarla, luego de la firma del testigo. Las formas se
respetan escrupulosamente durante todo el acto. Los jueces deben mantener
sesiones de cinco días y permanecer en el lugar. Los prisioneros son liberados
inmediatamente].
Se me perdonará, espero, si menciona aquí la forma en que se
publica el precio del pan, mejor, según mi opinión, a la que se usa en Viena o
en otras ciudades. En la vitrina de todas las panaderías se coloca, a la vista
de todos, un cartel en el que figura el reglamento que establece el peso y el
precio de tres clases de pan, con el resultado de los controles, en la parte
inferior. El reglamento está firmado por el secretario, quien cuida que cualquier
variación sea indicada. Copié uno de los reglamentos antes de comprar las
distintas clases de pan, para poder pesarlos: mis muestras pesaban más de los
indicado. Una libra de pan blanco cuesta cinco Kreutzers, una libra de pan de
campo cuatro Kreutzers un cuarto y una libra de pan negro se puede comprar por
tres Kreutzers y cuarto - 1 Kreutzers - equivale más o menos a un penique.
[34]Había
allí un solo prisionero La primer sala, reservada para las instrucciones, tenía
bultos de diferentes tamaños que se utilizan para torturar; el más pesado no
alcanzaba las ciento veinte libras y fue, si creemos en la tradición, utilizado
para torturar a un burgomaestre de la ciudad.
[35]En
las mejores casas del país, se sacan las camas durante el verano, costumbre que
me parece muy saludable y merecería aplicarse en Inglaterra.
[36]«Los
salarios de muchos magistrados son irrisorios, con el fin de que el ejercicio
de sus funciones no esté incentivado con una ganancia importante, pero sí por
el sentido de honor, el espíritu de ambición o el deseo de servir a su país, al
igual que por el rédito personal. No existen otros motivos que lleven a los
candidatos a querer un puesto de magistrado» «Sketches of Switzerland», p. 463.
[37]La
forma de tortura practicada es la más espantosa. Cuando su alteza alcance la mayoría de edad, la «tortura de
Osnabrug», estoy persuadido, será abolida en nombre de la
humanidad y del
buen sentido.
[38]La
ciudad impone una tarifa para el precio del pan:
Primera
calidad: 1 libra
10 onzas ,
2 peniques y 1/2;
Segunda
calidad: 4 libras
4 onzas ,
3 peniques 2/3;
Tercera
calidad: 5 libras
7 onzas ,
igual
Igual
tarifa se aplica también en muchas otras ciudades y en toda Prusia, la carne de
buey, de vaca, de oveja, de cerdo, etc.
[40]Transcribo aquí algunos artículos del
código municipal: «Ningún ciudadano puede permanecer en prisión y ninguna pena
se le puede infligir sin que sea juzgado previamente por sus pares, aunque
entregue caución y que el crimen no sea un crimen capital. El que huya está
fuera de la protección de la ley.
Los bienes de la mujer responden por las deudas del marido,
y el acreedor puede tener los hierros de deudor insolvente que no se beneficia
con un salvoconducto.
Las composiciones son posibles para los delitos no graves,
pero los asesinatos, los robos agravados o con
violencia, la apostasía, la brujería, la traición tienen pena de muerte
si el criminal es capturado in fraganti», A. Dathe, «Essai sur l’Histoire de
Hambourg » (Ensayo sobre la
Historia de Hamburgo).
[41] Los prisioneros pueden calefaccionarse
a partir del mes de octubre. Me alegré al verlo y comentarle al guardia que no
ocurría lo mismo en Inglaterra: «Algunas
prisiones inglesas no están calefaccionadas», le dije, a lo que sorprendido
me respondió: «¿Cómo pueden pasar el
invierno?»
[42] Degusté la sopa así como el pan y la
cerveza: eran excelentes, servidas en cantidad suficiente. Para la comida los
prisioneros reciben para acompañar la comida, pan, manteca o queso.
[43] Pude constatar la eficacia de la
policía de Berlín cuando pesé muestras de pan en numerosos barrios de la
cuidad: en todos los casos se respetó el peso establecido. En junio de 1778, el
pan blanco era vendido a algo más de un penique y medio la libra, el doble del precio del pan
de centeno. En octubre de 1781, por tres peniques compré pan de primera calidad
de una libra y catorce onzas, pan de segunda calidad en tres libras siete onzas
y un pan de mala calidad por cinco libras cuatro onzas. Los panaderos de Prusia
y de Silésie se benefician gracias al pan blanco pero están obligados a
fabricar pan de mala calidad en beneficio de los pobres. Existe de igual modo
una tarifa que los panaderos deben respetar.
[44] A pesar de lo que haya escrito el
barón de Trenck, que estuvo prisionero allí durante seis años, las celdas
tienen bastante más que cuatro pies cuadrados y seis pies de alto, los
prisioneros no están a pan y agua y tampoco llevan 78 libras de hierro
colgadas a su cuerpo.
[45]
Cuando visité al gran bailío con el propósito de agradecerle la autorización
para visitar la prisión, me tomé la libertad de decirle que había visitado
prisiones más limpias que la suya. Le señalé también que la práctica cruel,
consistente en encadenar a las mujeres no se practicaba en ningún otro lugar
por lo que me contestó: «las encadenamos
como medida de seguridad, el carcelero a menudo no se encuentra en la prisión
pues es el encargado de transferir a todos los prisioneros del lugar». Le
respondí que: «la tarea de un carcelero
debe limitarse exclusivamente a cuidar de la prisión, si eso no sucede la
suciedad y los tratamientos inhumanos se convierten rápidamente en el destino
de los pobres prisioneros»
[46]
Se autoriza al público a visitar la prisión, una vez al año, el día de Todos
los Santos. Una costumbre parecida existe en Holanda, país en que la visita se
permite durante la gran feria anual.
[47]
Esta sala de suplicios se asemeja mucho a la que se encuentra en España
descripta en la obra de Limborch «History of the Inquisition», traducida por
Chandler, Vol. II, pág. 221, 4° edición: «Era
una gran sala subterránea, abovedada cuyos muros estaban cubiertos de tintura
negra. Los candelabros, colgados en las paredes iluminaban la sala. El
inquisidor y el notario apostólico se encontraban sentados a una mesa. Creímos
que estábamos en la casa de los muertos, cada objeto parecía terrorífico y
solemne a la vez»
[48]
Se trata de un trabajo muy insalubre, lo constaté en sus rostros y por el polvo
que me tocó respirar. Los médicos deben prescribir sangrías y drogas a los
trabajadores dos o tres veces al año.
[49]
Menú de comidas calientes que se sirve a los prisioneros que cumplen con
trabajos forzados en la casa de corrección de Schwabach.
Domingo:
Verano. Una libra y media de carne de buey y una media pinta de legumbres
verdes. En la cena, una pinta de sopa y ocho onzas de pan. Invierno. Una libra
y media de carne con una pinta de pan duro. En la cena, una pinta de sopa y
ocho onzas de pan.
Lunes. Verano.
Albóndigas de harina trigo. Invierno. Arvejas.
Martes. Verano.
Arvejas y cebada pelada. Invierno. Nabo o papas.
Miércoles.
Mijo hervido.
Jueves. Verano. Sopa a la manteca. Invierno. Coliflor.
Viernes.
Verano. Albóndigas de harina de trigo. Invierno. Papas y sopa de harina por la
noche.
Sábado. Verano. Arvejas. Invierno. Arvejas y cebada pelada.
Suplemento:
Manteca todos los días. Dos libras de pan y una media medida de cerveza por
día.
Los
trabajadores que realizan tareas más livianas reciben una libra de pan, no se
les da ni manteca ni cerveza y las albóndigas de los días lunes y viernes se
reemplazan por sémola de cebada.
Los vagabundos
y los que realizan tareas livianas reciben:
Domingo.
Albóndigas y sopa.
Martes. Mijo
hervido en leche. No reciben comidas calientes los demás días. Una libra y tres
cuarto de pan diario.
[50] Tengo en mis manos el reglamento de la
casa. ¿Pero cuál puede ser el interés de las buenas reglas cuando no se
aplican? Sin embargo puede resultar útil tener una idea de ellas, las
disposiciones en cuestión parecen haber sido muy estudiadas. El reglamento
recuerda que los dos sexos deben estar separados, al igual que los «honestos» y
los «infames». El capítulo siguiente trata de los MEDIOS DE CORRECCIÓN en tres
aspectos. 1. Instrucción religiosa. Los deberes del capellán están bien especificados:
lee las plegarias dos veces al día, da el sermón y el catecismo el domingo y
distribuye, en ese momento, las más fervientes y solemnes exhortaciones. 2.
Trabajo. El ocio es considerado como el origen de casi todos los vicios, el
acento se pone en el trabajo al que están obligados a realizar todos los
prisioneros. Ya señalé en el texto la naturaleza de esos trabajos, pero una
observación sobre el reglamento me parece oportuno citar: «es necesario encontrar un tipo de trabajo que deban realizar los
individuos no aptos para las ocupaciones comunes, mover una rueda, por ejemplo,
ejercicio que realizan aún los ciegos». 3. Puniciones a los rebeldes. Todo
un capítulo trata de la alimentación, de las vestimentas y de la limpieza. La
ración diaria es de dos libras de buen pan, en la cena se sirven alimentos
calientes. La carne sólo se distribuye los días de fiesta. Los enfermos reciben
un suplemento de pfennigs (moneda alemana). El dinero se le entrega al guardia
que compra las provisiones. La falta de limpieza, se afirma, no es sólo
responsable de las enfermedades del cuerpo sino también del alma que corrompe y
degrada.
[51] 1 kreutzer= alrededor de medio penique.
[52] Los días feriados, cuando se suspenden
todas las actividades, los prisioneros reciben cuatro o cinco kreutzers de
comida.
[53] Una o dos mujeres gritaban muy fuerte,
acusaban a las otras de haberse levantado por la noche y de haberles robado
parte de su trabajo. Quien las vigilaba no me ocultó que esas quejas podían ser
justas, pero, me dijo, ese tipo de fraudes resultaban inevitables desde hacía
mucho tiempo, el tiempo en que las mujeres trabajan y vivían en común.
[54] Las casas de corrección alemanas y
austriacas son blanqueadas con cal una o dos veces al año. Casi siempre
pregunté al respecto, una disposición de la última ley inglesa para la
preservación de la salud de los prisioneros hace obligatoria esta práctica.
[55] Los precios están impuestos por una ley
del 1 de julio de 1778. Comprende siete clases de pan. Una libra del mejor pan
cuesta exactamente, de acuerdo con mis propios cálculos, un penique y medio.
Por un penique se compra una libra y seis onzas de pan de segunda calidad. El
pan de centeno, de menor calidad es más económico. En Dresde, por una gruesa
(siete farthings) se compran dieciocho onzas de pan blanco, dos libras de pan
de casero, dos libras y once onzas y medio de pan de centeno. El panadero de
Viena que intente cometer fraude será penado severamente y deshonrado en el
«trampolín»: este instrumento de tortura se compone de una larga plancha o de
percha, sujetada a orillas del Danubio, y termina con una especie de panera en
la que el delincuente es encerrado antes de ser sumergido en el agua. Los
panaderos estarían realmente contentos si este aparato desapareciese, pero los
magistrados permanecen imperturbables en el momento de condenar a los
delincuentes al «trampolín».
[56] Dos ruedas estaban fijas a la chalana,
una para excavar el limo y la otra para levantarlo, diez hombres permanecían en
el interior para hacerla rodar. El limo se cargaba inmediatamente en una
segunda chalana al mando del contramaestre. Tres o cuatro veces al día, un
soldado armado con un fusil, acompañaba a un condenado que iba a buscar una
cubeta con agua fresca; al regresar daba a los condenados a trabajos forzados, que
se encontraban encerrados en las ruedas, de beber un trago de agua. Una vela
del mástil de la segunda chalana se encontraba desplegada para dar un poco de
sombra a los trabajadores ya que mi termómetro marcaba una temperatura de 85
grados F.
[57] En Aix-la-Chapelle, así como en
muchas otras ciudades alemanas, a los condenados se los notifica de la
ejecución sólo tres días antes de la fecha en que se llevará a cabo. Los asiste
permanentemente un capellán y pueden elegir la comida que deseen.
[58] El autor de la «History of the Inquisition ay
Goa», escribió en su capítulo 23: «Durante
el mes de noviembre y de diciembre, escuché, todas las mañanas, los gemidos de
los que estaban torturando. El método era tan cruel que pude vera varios
torturados, de ambos sexos, realmente tullidos. El tribunal no tiene en cuenta
ni la edad, ni el sexo, ni la condición de los acusados, sólo le interesan las
confesiones»
[59] Ver la traducción de Chandler de la «History on the Inquisition» de
Limborch, volumen II, pág. 222
[60] Los prisioneros del Estado están
encerrados debajo de los techos del palacio (los famosos plomos), ellos se
cocinan durante el verano.
[61] También se lo llama « la piedra del deshonor »; los
deudores escapan del encierro, pero, en contrapartida, deben aceptar ocupar el
lugar tres veces, de acuerdo con los horarios impuestos, sobre ese instrumento
ignominioso.
[62] Durante mis visitas, me acompañó el Dr.
Targioni, que poseía un pase de su Alteza Real para visitar los hospitales
porque era el encargado de proponer un plan de mejoras.
[63] Vi a un hermano o un capuchino bendecir la carne o la
sopa de la cena. Los numerosos enfermos, que estaban lejos de ser devotos,
parecían contentos de verlo allí.
[64] No puedo dejar Florencia sin expresar mi gratitud al Gran
Duque, quien me autorizó a visitar las prisiones y a Sir Horace Mann que muy
amablemente me brindó su atención y su asistencia.
[65] Eran 132, de los cuales 85, estaban condenados a trabajos
forzados en Pisa y 70 trabajan en los pantanos salineros del Gran Duque, en
Port Ferrara.
[66] Espero que algún viajero nos brinde un día los planos de
ese lazareto, así como los de Liorna y otros lugares en los que sería
interesante inspirarse cuando se intente mejorar la construcción de nuestros
hospitales y otros edificios públicos.
[69] Había en Toscana 10 años antes a 1765:
3076 prisioneros por deudas, 704 por delitos menores, 210 condenados a galeras,
17 ejecuciones y 5 condenados marcados con hierro candente. La marca a fuego
candente fue abolida por el Gran Duque Léopold. Durante los cuatro años
anteriores a 1779, no se llevaron a cabo ejecuciones capitales. Durante la
década anterior a 1779, la distribución de los deudores y de los criminales es
la siguiente:
Deudores
|
Delincuentes menores
|
Galeotes
|
Condenados a muerte
|
|
1769
|
264
|
71
|
34
|
1
|
1770
|
244
|
101
|
16
|
1
|
1771
|
264
|
89
|
11
|
0
|
1772
|
292
|
105
|
10
|
0
|
1773
|
396
|
115
|
9
|
0
|
1774
|
412
|
109
|
21
|
0
|
1775
|
508
|
150
|
12
|
0
|
1776
|
384
|
129
|
16
|
0
|
1777
|
176
|
142
|
6
|
0
|
Total
|
3036
|
1126
|
142
|
2
|
Saqué el cuadro precedente de la «Indicación somera
de los Reglamentos etc. De Léopld el Gran Duque de Toscana, etc. », En Bruselas, año 1779
[70] Traductora Pública Nacional en
Lengua Francesa. Facultad de Humanidades
y Ciencias de la
Educación. U.N .L.P. Perito
Traductor. Auxiliar de la
Justicia. Colegio de Abogados de La Plata.
[72] Este tipo de tortura se describe en
el libro del Dr. Moore: « View of Society and Manners in Italy », Vol.
I, pág. 476 de la tercera edición. En su letra 44º, que merece meditarse, el
sutil autor, luego de proponer algunas
reflexiones con respecto de esta tortura, presenta las siguientes cuestiones: «
Los criminales son transportados al lugar de suplicio sin demasiada solemnidad,
entre los gritos de una muchedumbre que solo se interesa por ver conducir al
condenado - ¿se muestra indiferente? ¿Está o no arrepentido? Y que se distrae
con este tipo de espectáculo. ¿Dónde está la utilidad de esta ceremonia? ¿Podrá
suponerse que ella disuadirá al débil o al desesperado de un mal
comportamiento? En ese lugar, en el que a las jóvenes criaturas sin cerebro se
las conduce, seis o siete veces al año, al último suplicio entre los que se
encuentra un semejante escándalo, el viajero ¿termina creyendo que el fin del
legislador es quitar la vida a los culpables de la forma lo menos horrible
posible, nada impide a los otros seguir su ejemplo? »
[73] Sobre el adoquinado están dispuestos las piedras de
mármol, perforadas con una abertura circular en la que se introducen el cuerpo
del ajusticiado y que llevan la
siguiente inscripción:
«Domine, cum
veneris judicare,
Noli nos
condennare.
Seño, Vos que nos
juzgas,
No nos condenes»
[74] Visité esos hospitales en una época, es verdad, que no
les resultaba ventajoso: el verano de 1778 que fue extraordinariamente seco y
cálido.
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